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Valencia era francesa cuando nació ‘La Pepa’

Dos grandes exposiciones recuerdan el papel de los valencianos en la Constitución de 1812

'Entrada triunfal de Fernando VII en Valencia', obra expuesta en el Centre del Carme de Valencia.
'Entrada triunfal de Fernando VII en Valencia', obra expuesta en el Centre del Carme de Valencia. JOSÉ JORDÁN

Valencia no tuvo suerte con la Constitución de 1812, de la que se cumplen dos siglos el día 19. Cuando se aprobó el día de San José, apenas se enteró la capital, ocupada desde enero por las tropas francesas al mando del mariscal Suchet. Tras evacuar éste la ciudad en julio de 1813, se hizo cargo de la Capitanía General el general Elío, un militar absolutista que un año después facilitaría la llegada de Fernando VII para declarar nonata la criatura constitucional. Con la partida de los franceses se organizan los preparativos para jurar la Constitución. Pero cuando esto sucede “la gente no tiene ni idea de lo que es la Constitución”, aclara Pilar García Trobat, autora de Constitución de 1812 y educación política, editada por el Congreso. “Desde que se publica el 22 de julio al día 25, cuando se tiene que jurar, ¡hay tres días! Sí, se organiza una comitiva y unas carrozas, hay tres tablaos en tres plazas diferentes, todo acompañado de música y toros. ¿El debate? No existió. No se sabe muy bien si la población estaba celebrando la Constitución o la salida del francés. Se celebraba de la misma forma que poco después celebrarían la caída de la Constitución y más tarde aún la vuelta de la Constitución”.

Más afortunada fue Alicante, la única capital junto a Cádiz imbatida por los franceses. “Aquí”, destaca el profesor Emilio La Parra, “la Constitución se jura de inmediato, la libertad de prensa está funcionando desde el primer momento y se pudieron aplicar medidas, reformas y cambios que establecían las Cortes”. A pesar del trajin de tropas que tenía que soportar, en Alicante “hubo un movimiento de debate muy intenso, sin llegar a la altura de Cádiz, a favor y en contra, sobre asuntos que estaban muy en la opinión pública, como la Inquisición o la terminación de la sociedad estamental”. Así surgieron propuestas revolucionarias, como la que explica La Parra del cura alicantino Antonio Bernabeu, que divulgó “un largo folleto donde ya propugnaba la desamortización de los bienes eclesiásticos, en un discurso moderno que ahora no se atrevería a hacer ningún gobierno”.

José Borrull.
José Borrull.

Paradójicamente, la zona Alacant-Elx-Oriola quedó parlamentariamente infrarrepresentada en Cádiz porque sus diputados, primeros en embarcarse hacia allí, fueron apresados por los franceses en el trayecto. El resto partió de Santa Pola con tal retraso que cuando llegaron a las Cortes hacía un mes que estaban en marcha. Sobre la actuación parlamentaria de los valencianos, el primero en reflejarla fue el profesor Manuel Ardit en un temprano ensayo de 1968. Más tarde escribió que “el peso valenciano en el conjunto de las Cortes puede decirse que fue poco relevante”, sobre todo, porque quienes dirigían los debates importantes eran los “cabecillas del partido liberal” y éstos no eran valencianos. Las actuaciones más notables fueron las del clérigo liberal setabense Joaquín Lorenzo Villanueva que, con 173 intervenciones, fue el cuarto diputado más activo de la Cámara, y del jurista valenciano de tendencia absolutista José Borrull, que anotó 141 intervenciones. Bien preparados, sólidos oradores desde tribunas opuestas, ambos descollaron más en los debates sobre determinadas legislaciones, como la abolición de la Santa Inquisición donde el clérigo llevó la voz cantante contra el Santo Oficio del que era miembro, que por sus aportaciones al texto constitucional. “Último epígono del irredentismo foral dieciochesco”, al decir del profesor Javier Palao, Borrull sin embargo “previó con claridad los problemas que iba a plantear el modelo uniformista liberal en un país tan diverso como España y lo criticó; dos siglos después, seguimos a vueltas con el fracaso de dicho modelo”.

Como grupo, los valencianos anduvieron más unidos en “cuestiones que afectaban a su tierra natal como la abolición de los señoríos o la defensa del Reino ante los avances de las tropas galas”, como resume el profesor Germán Ramírez, el más concienzudo estudioso de Villanueva. También hubo diputados mudos.

José Canga Argüelles.
José Canga Argüelles.

“Tras el grupo valenciano de diputados”, apunta el profesor Manuel Martinez Sospedra, la existencia un “incipiente aparato político y financiero que aportan unos personajes claves en la política española hasta 1850, los hermanos Bertrán de Lis”. Uno de ellos, Manuel, llegaría a ser tres veces ministro.

Pero el Bertrán de Lis más interesante para Ardit es Vicente, financiero y comerciante “perteneciente a la burguesía comercial que organiza el alzamiento de 1808” , que durante las Cortes de Cádiz suministraba trigo al Ejército y a quien está estudiando más a fondo. También estuvo en Cádiz, durante buena parte del año 1811, un buen amigo de los Bertrán de Lis, el entonces ministro de Exteriores y Hacienda José Canga Argüelles. Aunque asturiano de origen, fue un personaje relevante en la Valencia preconstitucional y “gran parte del perfil ideológico y la actitud política de Canga”, al decir de Carmen García Monerris, “está conformada a partir de la experiencia de Valencia y en particular a partir de su papel al frente del Real Patrimonio en Valencia”, asunto al cual la historiadora dedica su libro La corona contra la historia. Aquí fue contador del Ejército y miembro de la Junta Suprema, que lo ascendió a intendente. Con su conocimiento del real patrimonio en Valencia, Canga, sólida figura del primer liberalismo español, “pudo construir un lenguaje antiseñorial, antiestamental, universalista, de reconstrucción del pacto del Rey con los súbditos”.

Los diputados de Cádiz actuan en el vacío, “están aislados", escribía Ardit en 1977 y por ende, “las leyes y los decretos no se publican, o si se publican no son puestos en práctica o lo son deficientemente”. El mismo Villanueva era de los que desde Cádiz hacía público reconocimiento y protesta de ello. La distancia entre los políticos y el pueblo comienza a cambiar de signo. Es el incipiente “nacimiento de la política moderna”, subraya La Parra, y por eso, “convencer al público, formarle y conseguir su adhesión a la causa liberal será uno de los principales objetivos de los constitucionalistas”.

“La Constitución de Cádiz es la que más preceptos tiene en cuanto a la enseñanza”, advierte Pilar García. Y en esta línea, hubo actuaciones pioneras por parte valenciana. En 1814, el catedrático de Leyes Nicolás Gareli, futuro ministro de Justicia, fue el impulsor en Valencia de la primera cátedra española constitucional.

Instrucción y difusión, imprescindibles para apreciar los avances, derechos y obligaciones constitucionales, son oportunidades al alcance de las instituciones para conmemorar el bicentenario de La Pepa. Ese es el sentido de las dos grandes exposiciones organizadas por la Generalitat con motivo del aniversario; una puede verse en el Centre del Carme de Valencia y la otra en el Monasterio de San Miguel de los Reyes.

En Valencia fue sentenciada

Una de las imágenes más impactantes del periodo de vigencia de la Constitución de Cádiz en Valencia es la entrada triunfal de Fernando VII del pintor Miguel Parra que se conserva en el Palacio de Oriente y actualmente se exhibe en la exposición Valencianos en Cádiz, instalada en el Centre del Carme de Valencia.

Esa escena es del 16 de abril de 1814, el mismo día en que hicieron entrega al rey del Manifiesto de los Persas, en el que un grupo de diputados pide que derogue la Constitución de 1812 y convoque Cortes "con arreglo a las antiguas leyes". Veinte días después, el monarca firmó el decreto que anualaba La Pepa y toda la actividad legislativa de las Cortes de Cádiz. ¿Por qué Valencia? ¿Cómo transcurrieron esos 20 días en la ciudad, mientras en Madrid esperaban inútilmente a Fernando VII para que firmara la Constitución?

Para Emilio La Parra, que está actualmente escribiendo una biografía de Fernando VII, la explicación más razonable con los datos disponibles parte de tres razones fundamentales que traen al Rey a Valencia.

Por un lado, la presencia del general Elío, “un absolutista que mandaba dos ejércitos muy importantes y gozaba de un prestigio espectacular tras haber vencido a Suchet en Castalla”. En segundo lugar, en Valencia contaba con unas órdenes religiosas que estaban dispuestas a defenderlo a ultranza. En tercer lugar, en Valencia se había producido a finales de 1811 una reacción contraria a las Cortes, personificadas éstas en el general Blake, que enviado desde Cádiz fracasó en la defensa de la ciudad contra Suchet. La idea que quedó es que “lo que venía de las Cortes no era bueno”.

El itinerario que le marcaron las Cortes suponía ir a Madrid en línea recta desde Barcelona. La comitiva real bordeó Barcelona, llegó a Zaragoza, donde Fernando VII recibió un baño de masas y se desvió a Valencia, donde hizo entrada triunfal el 16 de abril. Esos 20 días son una continua audiencia real en el Palacio de Cervelló. Pilar García Trobat cuenta uno de los pocos últimos actos que se hacen en Valencia en honor a La Pepa. El catedrático Gareli y sus alumnos visitaron al rey en Cervelló para rendirle tributo y ponderar la íntima relación existente entre la la Corona y la Constitución que le mantendría en el trono. Como ejemplo de las bondades de la Constitución le pusieron el Artículo 6 que dice que “todos los españoles tienen que ser justos y benéficos”. En honor a la visita del rey “los estudiantes habían hecho una suscripción para pagar los vestidos de seis huérfanos de padres valencianos que hubieran perdido su vida en defensa de Valencia”. Entre esos niños pidieron incluir un niño catalán “porque, decían, teníamos que olvidarnos como buenos españoles del espíritu de provincianismo”, explica. Y se lo aceptaron.

Esto sucedía a finales de abril pero el 2 de mayo, como ya recordaba Sanchis Guarner en La ciutat de València, "una pandilla de oficiales procedió por su cuenta a sustituir la lápida de Plaza de la Constitución, colocada por acuerdo municipal en la Capilla de la Virgen de los Desamparados tras la salidad Suchet, por otra provisional de madera que decía Real Plaza de Fernando VII". No había apariencias que guardar y aparecieron ya octavillas criticando la Constitución y a los liberales.

Junto a la derogación de la Constitución y los decretos de Cádiz, Fernando VII decretó la detención de algunos de los diputados liberales de las Cortes que se disolvieron, como Joaquín Lorenzo Villanueva.

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