_
_
_
_

Reforma budista en la Sierra

Un tradicional chalé veraniego de granito se transforma en una vivienda ligera y luminosa

Patricia Gosálvez
Chalet a las afueras del pueblo de Cercedilla.
Chalet a las afueras del pueblo de Cercedilla.ARLES IGLESIAS

Cuando los arquitectos la vieron por primera vez era la típica casa de la Sierra madrileña. Por fuera, tejado a dos aguas, muros de granito y esas míticas contraventanas metálicas verdes. Por dentro, la casa “era más oscura que la boca de un lobo”: estaba toda forrada de “maderita”, las puertas eran de cuarterones, los pomos de hierro forjado, los muebles, castellanos y macizos, las habitaciones, pequeñas… “Puro estilo Todo-Sierra”, bromean Pablo Fernández y Pablo Redondo, que juntos forman el estudio Arquipablos y han transformado aquella casa pintoresca, anticuada y algo rancia en otra cosa. En otra casa, de hecho: luminosa, flexible, abierta, ligera. Y eso que no han podido tocar el exterior, protegido por la normativa. “Ha sido una reforma budista”, dicen los arquitectos, “una transformación desde dentro”. Su obra demuestra que “es posible transformar la esencia de una edificación manteniendo su presencia”.

 Mirando la fachada de espaldas a un imponente bosque de pinos, la casa no parece haber cambiado tanto. Ahí siguen la pizarra y el granito “llagueado a dedo”, es decir, con los bloques de piedra remarcados por un surco en el mortero, como muy de castillo. Está más limpia, eso sí, las carpinterías metálicas son mínimas, no hay persianas, cortinas, ni, por supuesto, contraventanas verdes. “Esa obsesión por cerrar lo más posible las casas de la Sierra para que sean calentitas ya no tiene sentido. Lo importante es habitarlas para aprovechar la inercia térmica de sus muros de 60 centímetros”. El norte de Madrid está sembrado de chalés parecidos que, construidos en su mayoría entre finales del siglo XIX y mediados del XX, emulan con materiales locales estilos vernáculos no necesariamente propios, como el chalé alpino suizo o el caserío vasco. Este en concreto es bastante discreto, fue levantando en los años cuarenta, y forma parte de una colonia de veraneo a las afueras de Cercedilla, promovida a partir de 1917 por el ingeniero José de Aguinaga, director del Sindicato de Iniciativas del Guadarrama. “La casa siempre tuvo esta apariencia de solidez, pero, por dentro, la ejecución era algo pobre, se notaba la posguerra”, dicen los arquitectos, cuya primera y radical decisión fue vaciar completamente el caparazón de piedra, incluido el muro de carga (“de chichinabo”) que la sustentaba. Sostener la carcasa mientras se sustituía el interior por otro nuevo fue lo más complejo de la obra, que redistribuyó los espacios desaprovechados: donde antes había un garaje, una planta habitable y un desván, ahora hay tres acogedoras plantas de vivienda. Una casa nueva en una cáscara antigua.

En el centro del edificio los Arquipablos colocaron un enorme mueble de ecológica maderá de bambú. “Es el corazón de la casa; contiene la escalera, proporciona la luz, la flexibilidad, el almacenaje y sobre todo abre el espacio y permite la comunicación entre las habitaciones”. Por sus huecos cae el sol de los lucernarios del techo y, gracias a sus balcones de cristal, el padre de familia que cocina en el bajo puede echar un ojo al niño que juega en la buhardilla o hablar con la madre que lee en el dormitorio. Un sistema de puertas correderas va descubriendo armarios empotrados. Cuando la puertas se abren permiten que dos habitaciones compartan una misma ventana, cuando se cierran, ofrecen la privacidad necesaria de un dormitorio. Con los paneles abiertos, las habitaciones se duplican y triplican como en un juego de espejos; el ocupante no siente que está encerrado en un cuartito, sino que habita todo el espacio al tiempo, los tres pisos de golpe y de una fachada a otra. Los arquitectos se han abstenido de colocar falsos techos, dejando la divertida chapa de forjado a la vista. Y en toda la casa, no hay un solo pomo.

“¿Ha cambiado la vida desde hace dos generaciones? Poco”. Se preguntan los arquitectos llamados Pablo, que por ello han hecho una casa dotada de las “herramientas de transformación necesarias para que sus habitantes “la completen y manipulen a su gusto”. Un concepto muy avanzado, que de entre todos los sitios vive en una casa de piedra encaramada desde hace más de medio siglo a una roca de la sierra de Madrid.

Casa en cercedilla

Autores: Pablo Fernández y Pablo Redondo (www.arquipablos.com)

Obra: reformada de 2009 a 2011 sobre una obra de los años cuarenta.

Estilo: exterior tradicional serrano, interior contemporáneo.

Función: chalé de veraneo

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
SIGUE LEYENDO

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Sobre la firma

Patricia Gosálvez
Escribe en EL PAÍS desde 2003, donde también ha ejercido como subjefa del Lab de nuevas narrativas y la sección de Sociedad. Actualmente forma parte del equipo de Fin de semana. Es máster de EL PAÍS, estudió Periodismo en la Complutense y cine en la universidad de Glasgow. Ha pasado por medios como Efe o la Cadena Ser.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_