Preservando ‘El capital’
Como los socialistas utópicos que quisieron reinventar el mundo en tierras lejanas, los personajes que articulan Mein Kapital se disponen tras una debacle a refundar la humanidad en Marte. Por la experiencia de aquellos, en cada esperanzada palabra de estos adivinamos el germen de un fracaso monumental. Mein Kapital reúne ocho episodios inspirados en El capital, de Karl Marx, escritos con diversa fortuna por otros tantos autores españoles relativamente jóvenes. Algunos entran al tema por derecho, otros, lo tocan de refilón.
La madrileña Inmaculada Alvear usa la maldición bíblica: “Ganarás el pan con el sudor de tu frente” como punto de referencia del episodio La máquina del tiempo, en el que, en medio de una tensión sexual acentuada por los intérpretes, una periodista acomodaticia (Ana García) y el empleado del gimnasio donde entrena (Alfonso Pablo) se enzarzan en una disputa ideológica con trasfondo pasional. Por imperativo horario, Alvear se ve forzada a precipitar un conflicto que apunta un desarrollo mayor. En Estar arriba, la autora catalana Marta Buchaca lleva la crisis al terreno del sainete, mientras que en Reestructuración, Helena Tornero habla de la asimetría de las relaciones entre empleadores y empleados en el marco de una oficina donde bajo un barniz amable se intuye un magma siniestro.
Este episodio divertido, inquietante, hábilmente dialogado, escrito in crescendo (sabe a poco: parece el germen de una obra mayor, aunque lo bueno si breve, dos veces bueno), es un trampolín para que Teresa Urroz, en el papel de administrativa de vuelta de todo, y Laia Martí, en el de novata cada vez más escamada, ejecuten una breve serie de estupendos saltos cómicos.
El canto de las sirenas, de Raúl Hernández Garrido, episodio largo y retórico como las preguntas que su autor formula en el programa de mano, es un lastre en el centro del espectáculo que la dirección de Cristina Yáñez, certera en los episodios más concretos, no acierta a aligerar: cuanto se dice suena trascendente pero resulta confuso, y esa luz única y escasa prendida en el escenario, ahora en tinieblas, choca, por su naturalismo, con el código desde el que se nos habla.
Daniel Martos utiliza la comedia negra como vehículo de crítica social en El capitalito, pero, el cronómetro manda, precipita el expeditivo desenlace, y a Albert Tola le toca echar el cierre con un monólogo discursivo que tiene la virtud de conectar temáticamente con La máquina del tiempo, de modo que el montaje adquiere circularidad.
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