‘Glengarry Glen Ross’: trabajo, testosterona y capitalismo
Àlex Rigola recupera la obra de David Mamet, un montaje que dibuja con precisión quirúrgica la competitividad y el engaño del sistema económico
Àlex Rigola inauguró el año pasado la coqueta sala Heartbreak Hotel con el objetivo de convertirla en el templo del actor y de la palabra. Sin espacio para escenografías aparatosas (ni de ningún otro tipo), la cercanía entre la escena y el espectador es absoluta y los intérpretes pueden hablar a un volumen normal. La sala con la mejor acústica de Barcelona debería ser visitada por más de un arquitecto. Ahora Rigola ha vuelto a David Mamet, y a una obra que conoce muy bien: Glengarry Glen Ross. Hace 21 años estrenó un montaje muy recordado en el Teatre Lliure: gran reparto, escenografía de impacto (pecera giratoria de cristal), música en directo. Ahora nos presenta una adaptación, muy destilada, para cinco intérpretes y espacio vacío. Dos taburetes y el título del espectáculo escrito en tiza en el suelo son la única escenografía. No hace falta nada más.
David Mamet ganó el Premio Pulitzer en 1984 con este texto, que es adaptado por Rigola a un presente globalizado (se habla de dinero, pero no de dólares o de euros). Estamos ante un retrato del capitalismo dibujado con precisión quirúrgica: competitividad, engaño y traición son el pan nuestro de cada día. Un concurso entre trabajadores de una agencia inmobiliaria saca lo peor de cada uno, y el compañerismo se desvanece ante la amenaza del despido. Es un acierto absoluto haber convertido en mujeres a dos personajes de esta obra tan masculina: Miranda Gas y Sandra Monclús están estupendas, y su mera presencia se convierte en reflejo y crítica a la testosterona del ambiente. Hay demasiados huevos, pollas y cojones en esa oficina. Nota del crítico: queremos ver a Sandra Monclús más a menudo en nuestros escenarios. Su “cómeme el rabo” es antológico.
Es un acierto absoluto haber convertido en mujeres a dos personajes de esta obra tan masculina
Hay actores que han nacido para interpretar a algunos personajes, y en Glengarry Glen Ross esto sucede con Pep Ambròs. Su presencia corporal es fuerte y vampírica, ejerce una gran violencia verbal (a ratos recuerda a Tom Cruise en Magnolia), pero al mismo tiempo nos muestra que está roto por dentro. La precariedad laboral nos afecta a todos por igual. Francesc Garrido se lo pasa bomba (y se nota) en este montaje de teatro de cámara: el Heartbreak Hotel nos permite disfrutar de cada uno de sus gestos e inflexiones de voz, y Garrido solo necesita una gorra y unas gafas de sol para hacer la magia. Andrés Herrera (¡viva el Sankt Pauli!), con menos tela que cortar, es el eslabón más débil en este tanque lleno de tiburones, y su escena con Sandra Monclús es de lo mejorcito del espectáculo. Estos hombres adultos se siguen comportando como adolescentes en el instituto: se llaman por el apellido (“¡Gas!”) y muestran la misma empatía que una hiena ante sus compañeros moribundos. Machistas, racistas y homófobos, por supuesto: en los ochenta se llamaban “colega”, ahora se llaman “bro”.
Celebramos enormemente que Àlex Rigola haya ensanchado un poco las costuras a su famoso “decálogo” interpretativo y dramatúrgico, que seguimos esperando que publique algún día. Ya saben, que los actores vistan su ropa, se llamen por su nombre real y todo esto. Las normas están para romperlas, y a ese reparto de excelentes actores hay que dejarles jugar con total libertad. Glengarry Glen Ross sigue funcionando porque nuestro mundo se parece cada día más a los Estados Unidos de los años ochenta: ahora tenemos móviles, pero es la misma mierda con decorados distintos.
‘Glengarry Glen Ross’. Texto: David Mamet. Dirección: Àlex Rigola. Heartbreak Hotel, Barcelona. Hasta el 17 de noviembre.
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