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crítica literaria
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

‘Don de la insolencia’: apuntes alrededor del conde de Villamediana, poeta calumniador, engreído y colérico

La vida excesiva del autor, su osadía temeraria, la impertinencia de fracasado consciente, su arrojo autodestructivo en la España de Cervantes, Lope, Góngora y Quevedo hubieran dado para una gran biografía. No es lo que tenemos

'Muerte del conde de Villamediana', 1868. Óleo sobre lienzo de Manuel Castellano
'Muerte del conde de Villamediana', 1868. Óleo sobre lienzo de Manuel Castellano.MUSEO NACIONAL DEL PRADO

Madrid, noche del 21 de agosto de 1622. Juan de Tassis, conde de Villamediana, vuelve en coche a su casa desde el Palacio Real, acompañado por su amigo Luis de Haro. En la calle Mayor, a la altura del pasadizo de San Ginés, un hombre sale de las sombras y con una suerte de estoque le atraviesa el tórax “del costado izquierdo al molledo del brazo derecho”, como le contó dos días después Luis de Góngora a Cristóbal de Heredia. “Esto es hecho”, pudo decir el conde antes de expirar, mientras el agresor y sus cómplices huyeron entre la gente. Este asesinato coronó la fama de poeta y perdulario de Villamediana con una sospecha que apuntaba a las más altas esferas del poder. Desde entonces, su personalidad y existencia desmesuradas han sido combustible para la leyenda y pasto de devaneos novelescos.

Poeta amoroso excelso, émulo y discípulo de Góngora, calumniador deletéreo, hombre engreído y colérico, donjuán sin tasa, ludópata y adicto al lujo que no recataba una vida sexual tumultuosa que oscilaba entre los más altos tálamos (el de la misma reina Isabel de Borbón) y los más infames burdeles. Antes de heredar en 1607 de su padre el título de conde y el cargo de Correo Mayor del reino, su nombre era sinónimo de escándalo: a una de sus amantes, la marquesa del Valle, le propinó una paliza brutal (“le dio doscientas patadas y bofetadas, dejándola medio muerta”, escribió el cronista Tomás Pinheiro da Veiga en su Fastiginia).

Luis Rosales, que le dedicó su discurso de ingreso en la RAE, lo consideró “un enfermo psíquico” que fue temido y odiado, odio que se redobló desde que en 1621, con la entronización de Felipe IV, fue nombrado gentilhombre de la casa de la reina y pronto se rumoreó que la había convertido en su amante (ella con 19 años; él con 39). Los nuevos hombres fuerte de la Corte, Baltasar de Zúñiga, que había sido el tutor del joven rey, y su sobrino, el futuro Conde-Duque de Olivares, vieron en Villamediana un rival y un estorbo y bien pudo partir de este último la orden de su ejecución, por mucho que las coplas anónimas (¿de Lope, de Góngora?) que corrieron por Madrid apuntaran a “que el matador fue Bellido / y el impuso soberano”.

Todo esto, que encendió fantasías como la del duque de Rivas o Néstor Luján (Decidnos, ¿quién mató al conde?, 1987) y fue documentado por eruditos desde Hartzenbusch o Emilio Cotarelo al citado Rosales, lo vuelve a contar Carlos Aganzo de manera sumaria y con apoyo explícito en esos investigadores. Uno de ellos, Narciso Alonso Cortés, descubrió en 1928 que el conde, en el momento de su asesinato, tenía abierto un proceso por sodomía en el Consejo de Castilla, proceso en el que intervino el mismo Rey para evitar que salieran a la luz hechos que pudieran infamar la memoria del difunto (aunque otros acusados no se libraron de la hoguera). Aganzo narra los hechos de manera amena en las primeras 130 páginas del libro. El resto lo forma una antología dividida, extrañamente, en poemas amorosos, satíricos, líricos y conmemorativos que, exentos de notas, y dada la elaboración culterana de muchos, serán de difícil comprensión para muchos lectores.

La vida excesiva de Villamediana, su osadía temeraria, la impertinencia de fracasado consciente, su arrojo autodestructivo en la España de Cervantes, Lope, Góngora y Quevedo hubieran dado para una gran biografía. No es lo que tenemos. Por otro lado, una mayor depuración del texto hubiera evitado tropezones como suponer que Cervantes (muerto en 1616) escribió sobre la muerte de Villamediana, calcular que el destierro que sufrió de 1609 a 1611 fue de cinco años y medio o, en fin, llamar a los versos de cabo suelto o de pies cortados “capados”. Otra vez será.

Portada de 'Don de la insolencia', de Carlos Aganzo.

Don de la insolencia. Juan de Tassis, Conde de Villamediana

Carlos Aganzo
Siruela, 2024
404 páginas, 21,95 euros

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