‘Bola ocho’: la mirada demasiado dispersa de la discípula de Lucia Berlin
La larga sombra de la autora de ’Manual para mujeres de la limpieza’ lastra la obra de su prometedora amiga Elizabeth Geoghegan, que no profundiza lo suficiente en la interioridad de sus personajes
En el lanzamiento de este libro se ha hecho hincapié en que la autora era discípula de la aclamada Lucia Berlin. Si Berlin influyó en su formación literaria, lo fue sobre todo en lo que se refiere al realismo descarnado —o quizá fuera mejor denominarlo descarado— de Geoghegan. De este libro parece que su mentora comentó: “Un gran elenco de personajes… fellinianos”. Fellinianos no lo creo; en cambio, que la ironía deba mucho a Berlin sí parece probable, y también la desenvoltura y veracidad con que ataca sus relatos, pero la mirada…, ahí es donde la capacidad selectiva para elegir lo significativo no alcanza la altura de su poderosa amiga.
Este libro es una mera sucesión de relatos; la sensación que produce es que han sido reunidos sin la suficiente coherencia, son un puñado de cuentos reunidos por las buenas y el conjunto es irregular. Son cuentos que saltan de una ubicación geográfica a otra sin continuidad, transcurren en escenarios muy distintos, y el conjunto muestra un evidente defecto que viene dictado por la manera de narrar de la autora: Geoghegan cuenta estas historias desde fuera, es decir, poniendo el acento principalmente en las acciones de los personajes y mucho menos en sus reflexiones o, simplemente, en la interioridad que la descripción de los sucesos debe permitir asomar, pues no llega a internarse con suficiente fuerza en sus personajes.
En ‘El Chico Árbol’, la escritura es lírica y se desliza hacia una fantasía evanescente; los otros dos “chicos” se mueven en un espacio más realista, sobre todo el ‘El Chico del Críquet’, donde despliega sus cualidades de humor y ferocidad crítica con eficiencia. El primer cuento de importancia es ‘La hora violeta’, de gran virtuosismo realista, donde, por cierto, encontramos una imagen estupenda para mostrar el efecto catastrófico de un tsunami, al que llama “la avalancha de agua demente”.
En ‘El día de la madre’, una joven que queda abandonada en una cita en Idaho viaja a París, deambula, encuentra muchachos de su edad, los tiempos se mezclan, pero sobre todo sus sensaciones y en su cabeza que trata de orientarse. Mantiene un humor crítico, pero no tan feroz como en otros relatos, es más sentado.
‘Una historia romana’ es un buen cuento que empieza muy bien dramáticamente, pero el relato se disgrega. En general, sus historias refieren las de unas mujeres desorientadas y medio perdidas que no tienen nada que ofrecerse. Es muy significativo el relato que da título al libro, ‘Bola ocho’ —que se refiere a un preparado concreto de droga— porque en él es donde se ven las virtudes y defectos de la autora. Los personajes se muestran en dos momentos de sus vidas: en la juventud inconsciente y en familia y tiempo después, ya metidos en la vida para optar por la autodestrucción. El planteamiento es prometedor. La manera narrativa de la autora los mueve de una edad a la otra y de un instante a otro, pero el problema es que esa característica descripción externa de actos, de sucesos, se vuelve repetitiva y carente de dramatismo, y el trasiego de droga es tan monótono como suele serlo una película porno, donde la misma acción se repite con leves variantes.
El conjunto es más bien decepcionante sobre las expectativas despertadas por traer la sombra de Lucia Berlin a las espaldas de Elizabeth Geoghegan, lo que debilita a esta obra, un libro de una escritora prometedora con una mirada demasiado dispersa.
Bola ocho
Autora: Elizabeth Geoghegan.
Traducción: Blanca Gago.
Editorial: Nórdica, 2022.
Formato: tapa blanda (276 páginas, 18,95 euros) y e-book (8,99 euros).
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