Fernando Fernán Gómez, más allá de la nostalgia
La adaptación teatral de ‘El viaje a ninguna parte’ dirigida por Ramón Barea se mantiene muy pegada al texto original
Es difícil enfrentarse a una obra como El viaje a ninguna parte. No solo porque todavía está fresca en la memoria la estupenda película que Fernando Fernán Gómez hizo en 1986 de su propia novela, sino también porque transcurre en un tiempo extinguido pero aún demasiado cercano para plantearse una actualización. Quizá justo por eso sea este el momento oportuno, coincidiendo con la celebración del centenario del nacimiento de Fernán Gómez, para ver cómo resiste el paso del tiempo uno de sus trabajos más recordados. Dicho de otra forma, para evaluar su condición de clásico.
El montaje que estos días puede verse en el teatro Fernán Gómez de Madrid como parte de las conmemoraciones del centenario, dirigido e interpretado por Ramón Barea, es idóneo para hacer esa evaluación porque se mantiene muy pegado a la adaptación cinematográfica que realizó el autor y utiliza además la versión teatral que escribió Ignacio del Moral para el Centro Dramático Nacional en 2014. Es decir, su propósito inicial no es actualizar la obra, sino rehacerla lo más fielmente posible, lo que viene al pelo del asunto: más allá de la nostalgia por revivir una obra que en su momento pudo fascinarnos, ¿qué puede remover en el espectador de hoy la historia de la desaparición de una familia de cómicos ambulantes en la España de posguerra?
La respuesta aparece viendo el espectáculo. Lo que resiste no es el argumento sobre la extinción de los cómicos, sino su trágica aproximación al fracaso, expuesto aquí en su expresión más patética a través de unos personajes incapaces de reconocerlo. Por encima de la anécdota trasciende el vértigo por la posibilidad de caer en ese pozo. He ahí un clásico.
La puesta en escena de Barea se acerca al texto con devoción, presenta la historia con limpieza y en muchos momentos con belleza y deja que brillen unos personajes que todavía resultan entrañables a pesar de su patetismo. Eso hace que el espectáculo fluya, pero a la vez le resta fuerza dramática, pues en ese empeño de mantenerse pegado al texto acaba primando la anécdota argumental por encima de la tragedia que persiste de fondo. Quizá la próxima adaptación de esta obra deba ya aproximarse a ella con la distancia y la irreverencia (que no ligereza) con que se aborda un shakespeare, un lope o un lorca.
El propio Barea asume con oficio el papel que encarnó Fernán Gómez en su película, don Arturo Galván, patriarca de la compañía de cómicos, impermeable a las desilusiones como Don Quijote y resistente como un dinosaurio hasta que llega el meteorito del cine y se lo lleva por delante. Su interpretación es uno de los atractivos del montaje, pero quien lo eleva cada vez que aparece es Mikel Losada en el papel de su nieto Carlitos Galván, el contrapunto sanchopanzesco de la historia. Otro puntal de la obra es el hijo de don Arturo y padre de Carlitos, don Carlos Galván, en quien Fernán Gómez volcó la carga máxima del fracaso, que aquí queda un tanto desleída porque sus escenas clave (las que transcurren en un tiempo posterior) no quedan bien insertadas en la acción principal. Quizá también porque Patxo Telleria lo interpreta con corrección pero escasa fuerza. El resto del reparto es también acertado aunque irregular, con momentos más lucidos que otros.
‘El viaje a ninguna parte’. Autor: Fernando Fernán Gómez. Adaptación teatral: Ignacio del Moral. Dirección: Ramón Barea. Teatro Fernán Gómez. Hasta el 3 de octubre.
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