Tres mujeres bailan en busca del alma humana
Dos clásicos de la danza del siglo XX coinciden en Madrid. La compañía africana de Germaine Acogny interpreta ‘La consagración de la primavera’, de Pina Bausch, y Maguy Marin repone ‘May B’
Una caricia ya es danza”, dijo la precursora de la danza-teatro, la alemana Pina Bausch (1940-2009), que con esa frase tan corta resumía su manera de ver y entender su arte. “Nos decían que la danza era una expresión humana pero, para mí, siempre hubo algo extraño en esa necesidad de escoger para la danza solamente cuerpos jóvenes, competitivos y viables”, declaró la pionera de la nouvelle danse francesa Maguy Marin (Toulouse, 1951). “Hice ballet porque pensaba que era una buena base para bailar pero no porque aspirara a triunfar. Soy negra y en ningún teatro vas a ver una negra haciendo de Giselle”, reflexionó por su parte Germaine Acogny (Benin, 1944), la llamada madre de la danza contemporánea africana.
La danza que ha desarrollado cada una, dentro de sus propios contextos y circunstancias, no se parecen, pero las tres han hecho aportaciones que revistieron de grandeza, relevancia y diversidad a la danza contemporánea del siglo XX. La descolgaron de los cuentos de hadas del ballet y la conectaron con el sentir del momento y su problemática. Que sean mujeres no debería ser un dato relevante pero lo es, porque han triunfado en un ámbito internacional, no pocas veces tóxico, en el que la figura y pensamiento del coreógrafo varón es dominante. Que una de ellas sea negra debería ser insignificante pero no lo es, porque los artistas negros siguen teniendo un hándicap de piel para acceder al mainstream de la danza internacional.
Estos días, a pesar de que Bausch ya falleció, las tres creadoras se disputan el protagonismo en Madrid gracias a la reposición de dos obras verdaderamente relevantes y significativas. La celebérrima La consagración de la primavera, de Pina Baush, será interpretada del 23 al 26 de septiembre en los Teatros del Canal por bailarines africanos procedentes de la École des Sables, verdadera institución de la danza moderna africana, que dirige Germaine Acogny cerca de Dakar. Al mismo tiempo, el sábado 18 se podrá ver en las Naves del Español, en el Matadero, May B, la que está llamada a ser la obra fundamental del extenso catálogo, aún en crecimiento, de Maguy Marin.
La hora de la elegida
Basada en Stravinsky, La consagración de la primavera, de Bausch, estrenada por su compañía, la Tanztheater Wuppertal, en 1975, se ciñe a la escueta narrativa que inspiró esa música: en tiempos ancestrales, una aldea se prepara a escoger a la elegida, una doncella que ha de ser sacrificada para contar con el favor de los dioses en la cosecha venidera. Pero más que en la anécdota, el foco está puesto en los dos bandos: los varones, que han de escoger a una virgen para el sacrificio, y las mujeres, que les plantan cara y se resisten, escenificando así una batalla de sexos sobre el barro que cubre el escenario, un barro que progresivamente mancha trajes y envilece almas. Todo desplegado desde un tono tribal, primitivo y salvaje.
“Cuando escuché por primera vez la música de Stravinsky sentí que se trataba de un rito africano”, rememora hoy Germaine Acogny, que quiere creer que, de estar viva, Bausch estaría muy orgullosa del enorme esfuerzo realizado por sus chicos, 34 jóvenes bailarines procedentes de 14 países africanos, que fueron seleccionados de entre más de 200 aspirantes de todo el continente para bailar la reposición, que nace de la alianza entre la institución africana y la Fundación Bausch, que lidera en Alemania Salomon Bausch, hijo y heredero del legado de la coreógrafa.
Famosa por hurgar en el alma de sus bailarines, pozo de donde extraía la autenticidad y humanidad de sus creaciones, Pina Bausch lanzó a sus intérpretes una pregunta fundamental para su idea de La consagración de la primavera: “¿Cómo bailarías si supieras que después de la función vas a morir?” La interrogante, de respuesta necesariamente individual, crea de esta forma un espacio propio para cada intérprete que la baila.
Lo que hace fascinante y novedoso el experimento de trasvasar ahora la misma pieza a estos bailarines africanos reside en que la respuesta de cada cuerpo a la pregunta es suya y es única. La creación permanece inalterable. Mismos pasos, mismo ritmo, misma escena. Pero el estremecimiento y la angustia son individuales, personales, intransferibles. Cada uno aporta sus temores más recónditos frente al hecho de morir, y al tiempo, el conjunto se impregna de una carga telúrica descomunal que es común a todos, una fuerza que parece emanar de la tierra y subir eyectada por esos cuerpos que tiemblan y se retuercen. De furia y autoritarismo los de ellos. De miedo y desafío los de ellas.
Tal vez…
Esta consideración del potencial emocional del bailarín en Pina Bausch es común a Maguy Marin, aunque sus obras, inquietudes y motivaciones no coincidan. Con finalidades distintas, ambas ven primero al humano antes que al intérprete. “No me gustan los bailarines, yo prefiero decir que trabajo con gente que baila. Para mí un intérprete debe tener disponibilidad, apertura, persistencia, modestia… debe ser alguien al que le guste más el trabajo que el primer plano”, sostiene la reputada creadora francesa (de padres españoles), que ha apostado por una danza humana alejada de todo convencionalismo.
May B, estrenada en 1981, ha ejercido —y sigue ejerciendo— gran fascinación en el que observa. Los bailarines, inmóviles, empiezan la representación como esculturas de yeso que se van rompiendo para ir paulatinamente mostrando su humanidad pero también, y muy especialmente, su vulnerabilidad.
No es trepidante como La consagración… pero es envolvente. Atrapa con su pausado timing, mantiene con su intriga sobre dónde van y qué quieren estos personajes. Seduce con la honestidad que emanan. Aunque inspirada en Samuel Beckett, la obra contiene las inquietudes y preocupaciones que han movido a Maguy Marin como artista. No le interesa la perfección ni la técnica. Le interesa indagar en un cuerpo expresivo, uno que va a contracorriente del cuerpo escultural que hace proezas en otras danzas. “Yo creo que las condiciones sociales del cuerpo son hoy peores que hace 30 años”, afirma enfática. “Hay en la sociedad preocupación por la salud, la alimentación, la belleza y el cuidado, se nos vende el modelo del cuerpo perfecto, pero creo que son pocos los artistas que tratan el cuerpo político, cómo hoy los cuerpos, a pesar de todo esto, viven maltratados, expuestos a trabajar sin parar, pasando hasta tres horas en el metro para llegar al trabajo, siempre sometidos al estrés”, concluye.
‘La consagración de la primavera’. Pina Bausch Foundation / École des Sables. Teatros del Canal. Madrid. Del 23 al 26 de septiembre.
‘May B’. Maguy Marin. Naves del Español. Matadero. Madrid. Hasta el 18 de septiembre.
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