Podría haber sido peor
Por una vez, para encontrar un sector de la actividad económica en que el año 2020 nos dé motivos para confiar en el siguiente, hay que referirse a las librerías
1. 2021
Margarita García de Cortázar, mi asesora favorita en asuntos numéricos, me reenvía, como bálsamo para mis heridas morales, un vídeo en el que se explican algunas de las propiedades contables que convierten 2021 en un auténtico fenómeno matemático, haciéndolo “grande” entre otros. Para empezar, está formado por la concatenación de dos números enteros consecutivos (20-21), una circunstancia única en este siglo (la próxima vez será en 2122, cuando ustedes —y, quizás, yo— estén criando malvas). Pero eso es lo de menos: lo importante es que, a su vez, el guarismo del año en que nos va a tocar vacunarnos (en fin, aún no está claro) es, sobre todo, el resultado del producto de dos números primos también consecutivos (43 x 47=2021), lo que constituye una rareza aún más estrafalaria que la conjunción de tres planetas, o que el emérito se sume entusiasmado a cierta corriente de opinión favorable a la República. El interés de los matemáticos por los números primos se remonta a las tablillas mesopotámicas, aunque Euclides fue el primero que comprendió su naturaleza infinita. Ignoro si la “grandeza” atribuida a la primalidad del año en curso conlleva algo bueno o nefasto, pero lo cierto es que, hoy por hoy y con los restos del turrón aún sin consumir, los contagios subiendo, medio país cancelado, las vacunas esperando quién las inocule y los políticos de aquí y de allá jugando, quien más quien menos, a hacerse la puñeta, 2021 no pinta nada bien en casi nada, y conste que no me hace ninguna gracia constatarlo.
Por una vez —y sin que sirva de precedente—, para encontrar un sector de la actividad económica en que el año 2020 nos dé motivos para confiar en el siguiente, hay que referirse a las librerías. Y es que, después de lo que sucedió en la larguísima depresión libresca ocasionada por la crisis de 2008-2011, uno podía esperarse otra debacle. Pero resulta que, hasta la fecha, y en términos generales, la tesis compartida es que “podría haber sido peor”. No hablo solo de España. En Francia, donde las librerías han estado cerradas bastante tiempo, el observatorio correspondiente ha calculado un descenso de ventas del 3,3%. Claro que no en todos los lugares ni librerías por igual: parece, en todo caso, que allí también los lectores han afirmado con hechos de pago la cualidad comunal de las librerías de proximidad frente a las del centro de las ciudades. En cuanto a la “temática” que más ha interesado a los lectores durante estos meses, es prácticamente la misma que habitualmente, con una excepción a la alta y otra a la baja: la primera reside en el incremento del 14% en las ventas de cómics (bandes dessinées); la segunda, en el espectacular descenso (hasta un 33,5% menos) registrado por los libros de turismo. Se ve que los lectores no se han interesado en ellos ni para soñar con viajes futuros (cuando el mundo vuelva a su ser), al modo que hago yo, ojeando los libros de gastronomía cuando me pongo a riguroso régimen para contrarrestar la bulimia provocada por la ansiedad coronavírica.
2. Maigret
Vi en pocos días, y pulsando de vez en cuando el botón de avance rápido del mando, El desorden que dejas, un thriller “a la gallega” del guionista Carlos Montero, autor también esta vez de la novela en que se basa. La miniserie (¿mini?: ¡8 capítulos!) llegaba con el temible marchamo de qualité, con el aval de éxitos anteriores de Montero y la interpretación de dos buenas actrices (Bárbara Lennie e Inma Cuesta), una de ellas incluso soberbia. Como me ocurre casi siempre con las series (salvo excepciones legendarias), ésta me irritó bastante: el guion (inverosímil hasta lo surrealista; se divertirán viéndola los profes de instituto, nada que ver con los del ficticio Novariz) se retuerce para exprimir hasta el final un jugo que no existe y que intenta obtener a partir de giros tramposos. Total, que, tras digerir como pude el fiasco, busqué consuelo en Tres (Anagrama), un thriller del israelí Dror Mishani que también venía con incandescentes paratextos de prestigiosos críticos y revistas. Esta vez no lo pasé tan mal: novela sin aspavientos, centrada en dos crímenes y en ambientes locales y realistas de Tel Aviv, con atención al desarrollo psicológico del personaje principal y de las víctimas. No me entusiasmó, pero no la arrojé al cesto de los desechables. Quizás alguien (suponiendo que lo haya al otro lado de esta página) pueda pensar que soy un antiguo por mostrar poco entusiasmo por esas novedades de éxito. Probablemente tenga razón; en las últimas semanas el único thriller que realmente me ha hecho disfrutar en mi sillón de orejas es uno que ya había leído y había olvidado totalmente: La cabeza de un hombre, una de las primeras novelas de Maigret, publicada por Simenon en 1931 (junto con otras ocho: el tipo era tan inagotable en la escritura como en el sexo). Lo pasé muy bien leyéndola: color local (le encanta el París de los de abajo, marginados, trabajadores), psicología (el villano está inspirado en Raskólnikov), diálogos cortantes, a veces esticomíticos, economía narrativa (elipsis estupendas) y, sobre todo, esa característica que hace tan reconocible el estilo del detective belga: comprender sin juzgar; ver el crimen en el mismo fluir que la vida, sin sentimentalismos. La novela fue publicada por Tusquets en 1994, cuando aseguraba que sacaría todo Maigret, una trola que ningún editor español moderno ha cumplido (¿qué pasa hoy con los buenos propósitos de Acantilado?), pero ahora está agotada. Fue llevada al cine (La tête d’un homme) por Julien Duvivier en 1933, con Harry Baur en el papel de Maigret, aunque para mí no ha habido mejor Maigret que Jean Gabin. Cosas de antiguo.
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