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Arte latinoamericano: nostalgia del cuerpo

Los museos del Cono Sur han tenido que reinventarse e incidir sobre lo local. De Bogotá a Buenos Aires, los centros con las colecciones más potentes han sido los que han salido mejor parados

Estrella de Diego
'Lágrimas y peces' (1997), de Beatriz González, en la colección del Banco de la República de Colombia.
'Lágrimas y peces' (1997), de Beatriz González, en la colección del Banco de la República de Colombia.Beatriz González

Hace casi un año ya el mundo se detuvo de golpe y los museos se cerraron junto a los aeropuertos. Las obras de arte, hasta entonces acostumbradas a emprender trayectos infinitos para visitar ciudades y continentes en cualquier exposición temporal, se quedaron suspendidas en desplazamientos programados que no llegaron a ocurrir o colgadas en salas apagadas y lejos de casa. Nadie hubiera soñado jamás que algo así pudiera ocurrir: igual que las personas, las obras han sido estos últimos años viajeras avezadas.

Los museos latinoamericanos, igual que el resto, se han visto obligados a reinventarse, a cambiar fechas e incidir sobre lo local, de modo que también allí los museos con las colecciones más potentes han sido los mejor parados: han podido echar mano de sus propios fondos. Aunque repensar la propia colección no es, ni mucho menos, lo peor que puede suceder —­se ha visto en el caso del Prado—, en especial cuando la propia colección es de la enorme calidad de la del Museo de Arte Latinoamericano de Buenos Aires (MALBA), que, además de haber apostado por Remedios Varo, ha reabierto con una reestructuración de sus galerías.

Otro ejemplo interesante ha sido el de la colección más importante de Colombia, la del Banco de la República en Bogotá, que a pesar de los avatares ha tratado de mantener su actividad en marcha. La institución trabaja habitualmente en la exhibición e investigación de sus colecciones, por lo cual la epidemia ha tenido un impacto menor en su programación que en otros lugares. Uno de los proyectos más potentes ha sido la retrospectiva dedicada a Beatriz González, pintora de un pop político, camuflado e irónico, y otra de su archivo personal, un prodigioso conjunto de recortes bibliográficos y documentales en torno al arte en Colombia y sus instituciones, además de la vida política.

Desde la década de los sesenta, Beatriz González recorta, colecciona y conserva noticias de prensa y otros materiales que a menudo se incorporan en su obra. Es la primera vez que se desvela de forma tan abierta lo que ha tenido en el interior de esa luminosa y sagaz cabeza; un tesoro inesperado que permite bucear en su mente iconoclasta.

No todas las exposiciones han corrido la misma suerte. El MASP de São Paulo, que de la mano de su director, Adriano Pedrosa, ha emprendido una labor genealógica primero con el feminismo y después con las asociaciones de la afrodescendencia, tenía previsto indagar en las relaciones entre el baile y las artes visuales en la muestra Historias de la danza. Hubiera tenido que abrir en junio y debería haber presentado 250 obras de 160 autores entre artistas, coreógrafos y performers de diferentes periodos, geografías y tipologías. La covid forzó su suspensión, pero la propuesta, colgada en su página web, muestra la envergadura del proyecto.

Aunque estoy segura de que será una situación pasajera, parece que por ahora, y hasta que mejore la situación, será útil mirar hacia lo local. O lo local-global, como propone Bienal Sur, promovida desde Buenos Aires. Siguiendo la esencia del proyecto desde sus orígenes, cada ciudad en la red muestra su propia propuesta. Después, todas se encuentran en ese espacio común virtual que, siendo muy útil, a mí me produce una enorme nostalgia del cuerpo, como tituló Lygia Clark una de sus piezas. Un poco más de paciencia. Igual que el resto, también esto pasará.

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