Mayday, Mayday, Mayday (!!!!)
Si se pronuncia tres veces, el peligro es supino. Lo escojo hoy como aviso de socorro porque ya se nos echa encima la temporada de máxima oniomanía (compulsión por comprar)
1. Socorro
La señal acústica internacional de socorro, con la que he titulado el “sillón orejudo” de este sábado (aniversario, por cierto, del nacimiento de Voltaire en 1694), se basa en un malentendido lingüístico. La inventó un funcionario del aeropuerto londinense de Croydon a principios de los años veinte, empeñado en crear una llamada de auxilio más perentoria que el SOS del morse, poco útil en comunicaciones verbales. En aquellos tiempos los vuelos internacionales más frecuentes desde Croydon llegaban a Le Bourget, en París, y al radiotelegrafista no se le ocurrió nada mejor que decirlo en francés: m’aider (ayúdenme, vengan a ayudarme), que, muy pronto y por asimilación fonética, quedó convertido en Mayday (pronunciado meidei), un término que, usado así, no tiene nada que ver con el primero de mayo. Ustedes, improbables lectores, estarán hartos de escucharlo en las pelis de acción: lo emplean los policías cercados por los malos, los pilotos a los que derriban los japos, los espías descubiertos y acorralados, los radiooperadores que dan la alarma sobre una catástrofe medioambiental.
La convención dice que si se pronuncia tres veces seguidas, el peligro es supino; vamos, que alguien o algo está a punto de apiolar a quien lo pronuncia, y que se den prisa en acudir en su ayuda. Lo escojo hoy como aviso de socorro lanzado a nadie, porque ya se nos echa encima la temporada de máxima oniomanía (compulsión por comprar) del año: la que va desde el llamado Black Friday hasta el final de las entrañables, que este año me temo que estarán bastante confinadas. De modo que, también me lo temo, a Papá Noel y al trío de Magos orientales ya se les está poniendo cara de Amazon y cuerpo de Tío Gilito. El reto es dar la vuelta a la tendencia y salir a comprar a los comercios de proximidad: prudentemente, eso sí, pero salir a comprar (quien todavía tenga dinero) a los comercios en peligro. Y si no se puede salir a festejar fuera, se pide la pitanza a establecimientos que se la lleven a casa, con o sin raiders. Incluido, claro, los vinos, ese destilado de poesía líquida que hace surgir lo mejor y lo peor de cada cual (Borges: “Vino, enséñame el arte de ver mi propia historia / como si ésta fuera ya ceniza en la memoria”). Joaquín Gallego, uno de los más contumaces y exquisitos editores que conozco, acaba de publicar Vino & poesía, una estupenda antología en la que, a modo de personal enoteca libresca, figuran, si no todos (harían falta más volúmenes que la Espasa), una selección de poemas vinosos efectuada por su compilador y seleccionador, José Luis Gallero.
2. Interiores
Parafraseando un célebre verso de la Canción del pirata, de Espronceda, vamos del uno al otro confín(amiento). Tiempo, por tanto, propicio a las ceremonias de interior, como decía Cortázar mientras contemplaba desde la ventana de su apartamento un París nevado que le evocaba los paisajes invernales y tenuemente fauvistas de Albert Marquet. Música y cine para leer, por ejemplo. Entre los primeros recomiendo el excelente e informativo El piano soviético, de Luca Ciammarughi, en esa imprescindible serie que coeditan Scherzo y Antonio Machado. Si quieren descansar de ver cansinas series en las que lo que pasa se alarga demasiando (hay excepciones, pocas), les señalo tres libros que pueden interesarles: El cine después de Auschwitz (Cátedra), de Jaime Pena, que se centra en la influencia que en el “cine de la ausencia” tuvieron las imágenes del Holocausto y películas como Shoah, de Claude Lanzmann; Vidas de mujer que el cine cuenta (Antonio Machado), de María Ángeles García (sí: la fiscal emérita del Tribunal Supremo), examina la representación histórica de las mujeres en la gran pantalla y revisa algunas biopics de mujeres históricas; Conversaciones con Berlanga (Alianza), de Manuel Hidalgo y Juan Hernández Les, rescata en nueva edición ampliada (incluye cronobiografía y filmografía) el conjunto de entrevistas de los dos críticos con el gran maestro español.
3. Exteriores
Más radical para esa liturgia de interiores pandémicos es el viaje desde el sillón (o desde la cama, como Proust y Onetti). No viajes exóticos, sino excursiones para redescubrir ciudades que, aunque tengamos ante nuestras confinadas narices, siempre guardan secretos. Eso es lo que ha logrado Andrés Trapiello en su personalísimo y de lectura adictiva Madrid —así, sin subtítulos: no los necesita—, esta ciudad a la vez acogedora y destartalada que el autor viene pateando desde hace casi medio siglo. Y resulta curioso que este libro-enciclopedia-vademécum ilustradísimo aparezca justo 70 años después de aquel Madrid de José Antonio Cabezas, también de Destino, con fotografías del gran Català Roca. El de Trapiello es un libro esencial para los que aman y los que odian este poblachón infravalorado en que nadie es extraño ni profeta. Otra ciudad explorable desde el sillón es Venecia (subtítulo: El león, la ciudad y el agua), de Cees Nooteboom (Siruela), homenaje erudito y enamorado de uno de sus más conspicuos amantes contemporáneos.
4. Tribunales
El libro de Juan José del Águila El TOP, la represión de la libertad (1963-1977), cuya segunda edición aumentada publica ahora la Fundación de Abogados de Atocha (y el Ministerio de Presidencia), es una herramienta historiográfica imprescindible para comprender no solo el tremendo Tribunal de Orden Público, sino los variadísimos mecanismos institucionales (incluida la tortura) de represión del franquismo. Juanjo del Águila, que ha revisado millares de sentencias y procedimientos, revela, entre otras muchas prevaricaciones, el modo en que se atrasó maliciosamente el decreto de creación del TOP para permitir que se ejecutara la pena de muerte de Julián Grimau dictada por un tribunal militar. Un trabajo riguroso que pone los pelos de punta.
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