La vergüenza de quienes nos decimos demócratas radica en ceder el control y renunciar a cualquier impulso ético a cambio de ser entretenidos. Nuestra pasividad como espectadores anticipa nuestra pasividad como ciudadanos
¿Qué significan hoy palabras como “fascista”, “comunista”, “liberal”, “machista”? Erosionadas por el uso, lanzadas al mundo con insistencia militante desde las bocas de cartón de nuestras políticas y políticos, en el fondo ya casi ni recordamos de dónde proceden
Habitamos, como actores o espectadores, en la búsqueda continua del “zasca”, esa onomatopeya cuya elocuencia sonora indica con claridad el propósito de tanta intervención hiriente, afilada o violenta