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ELECCIONES EN CHILE
Columna
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Los retos de Kast para el Chile que viene

Articular tanto interés diverso de quienes lo apoyaron podría dificultar la intención del presidente electo de reducir el Estado

Tal como se esperaba, José Antonio Kast ganó las elecciones. Las encuestas estuvieron bastante ajustadas a lo que terminó siendo el resultado final. Kast, algo más del 58% y Jara algo menos del 42%. Nunca un presidente de Chile había ganado con tantos votos: 7,2 millones de sufragios en una población total de 18,5 millones.

Para la izquierda, una derrota estruendosa. Para la derecha, un triunfo no exento de complicaciones.

Si en primera vuelta la ciudadanía manifestó su opción por alguno de los postulantes —aunque no necesariamente entusiasta, expresión de cierta pertenencia—, en esta fase final lo hizo mayoritariamente en contra de una alternativa que le resultaba nefasta. Cuatro años atrás, con voto voluntario, Gabriel Boric obtuvo 25,83% en primera vuelta y casi 56% en la segunda. Nada demasiado distinto de José Antonio Kast esta vez. Entonces, en 2021, Boric parecía más digerible que Kast; ahora Kast resultó más digerible que Jeannette Jara, la candidata comunista heredera de Boric. Cambiaron los ejes centrales de la discusión y el republicano acalló su credo conservador durante la campaña para concentrarse en la idea de “un gobierno de emergencia”, según el cual, ante una situación supuestamente calamitosa en los ámbitos de la seguridad y la economía, no quedaría espacio para batallas culturales. La postulación de Johannes Kaiser a su derecha, le alivió la estampa de extremista.

Uno de los errores de Gabriel Boric y el Frente Amplio durante la primera parte de su gobierno fue habitar la ilusión de que el apoyo recibido en segunda vuelta coincidía a la pata con su proyecto político. Muchos en la izquierda leyeron el estallido social y los inconformismos ahí manifestados como algo coincidente con sus credos ideológicos, cuando la realidad era infinitamente más compleja y de nuevo cuño. El rechazo categórico a la propuesta de la Convención Constituyente, donde la derecha tuvo una representación ínfima, les cayó como un balde de agua fría. La suma de los en contra no configuraban un a favor. Muy por el contrario, enfatizaba más bien una voluntad reactiva y desconfiada, infiel, contradictoria y difícil de cohesionar. Más aún con la entrada en vigencia del voto obligatorio para el plebiscito de salida de esa nueva Constitución, que incorporó a un inmenso número de votantes de cuya racionalidad política no se tenía registro. Esta es la primera elección presidencial con inscripción automática y voto voluntario desde la recuperación de la democracia. Participó casi el doble de gente que en la de Boric.

Es cierto que la elección de José Antonio Kast termina de ponerle fin al clivaje del Sí y el NO al régimen de Augusto Pinochet que definió la política chilena desde 1988. Más de un tercio de los actuales electores nacieron después de ese año. Un porcentaje indescifrable de quienes se opusieron a la dictadura, pasando por alto que Kast sea uno de sus más leales y acríticos defensores, votaron por él. Pocos se percataron del hecho de que su comando, y el parque en que se llevaron a cabo los festejos, quedan justo en frente de la casa en que vivió Pinochet durante todo su mandato. Es cierto que votar por Kast dejó de ser sinónimo de apoyar al dictador, pero durante las celebraciones del domingo no faltaron los que salieron a la calle levantando fotos suyas.

Las promesas de José Antonio Kast son evidentemente desmedidas. Ni la delincuencia ni la migración se solucionan por gritar fuerte. Están llamadas a desilusionar rápido. Podría intentar acciones performáticas para sintonizar con la rabia —decretar estados de excepción, uniformados vistosos en las calles, artillería en las fronteras—, pero ninguna de estas posibles medidas espectaculares resolverán el problema. Muchas de las fuerzas que lo apoyaron, por otra parte, están más preocupadas de rentar para sí que de comprometerse con la causa que representa. Johannes Kaiser, sin ir más lejos, festejó en un sitio distinto al de él. Evelin Matthei no fue a saludarlo. Todavía no terminaba su primer discurso tras la victoria —un discurso pobre, largo, repetitivo, incoherente y desangelado— cuando ya muchos de quienes habían votado por él intercambiaban mensajes de texto en que lo criticaban. Si hasta aquí lo escudaron cuñas breves e intermitentes, expuesto solo y sin editar causó una impresión harto menos vigorosa. En él se mostró más abierto, amable con sus adversarios y convocante que hasta entonces, y no obstante, la pregunta sobre si intentará constituir una coalición amplia que incorpore en su gobierno a todo el arco que terminó apoyándolo o privilegiará a los propios, permanece. Articular tanto interés diverso, por otra parte, podría dificultar su intención de reducir el Estado, dictaminar lineamientos, pasar por alto esas consideraciones que a la hora de las promesas no se tienen en cuenta. Su gobierno padecerá un congreso repleto de motivaciones particulares y partidos que no ordenan a sus parlamentarios. Incluso deseando un gran acuerdo —aspiración que no mostró al liderar el segundo intento constituyente de 2023— requerirá de una habilidad negociadora que está muy lejos de lo que hasta aquí ha exhibido.

Como sea, en este proceso eleccionario Chile volvió a mostrar un comportamiento democrático admirable. Media hora después de abiertas las mesas ya se sabía el resultado. A las 19.30 Jeannette Jara reconoció su derrota y twitteó: “La Democracia habló fuerte y claro. Me acabo de comunicar con el presidente electo para desearle éxito por el bien de Chile”. Media hora más tarde fue a visitarlo en persona. “Presidente Kast —declaró frente a las cámaras— en lo que sea bueno para Chile encontrará aquí un apoyo”. Antes de las 20 horas el presidente Boric tuvo con él una conversación telefónica televisada. Se dijeron palabras de muy buena crianza. “He transmitido a todos mis colaboradores que ayuden a una buena transición”, le dijo. Agregó que durante su mandato había aprendido lo importante que era atender a todas las posiciones y enriquecerse con ellas. Kast le agradeció el llamado y aseguró querer escuchar sus opiniones.

Está por verse cómo sigue esta historia. América Latina suma otro presidente de derecha a la resaca en curso y Donald Trump un aliado a su campaña por cuadrar al continente tras de sí. La izquierda chilena, como en buena parte del mundo, queda con el reto de volver a formular un camino que genere confianza en sus votantes, donde se reconozcan, y que desempolve el alicaído valor de la comunidad, que invite a un nuevo horizonte deseable en un tiempo de incertidumbre en que sus consignas heredadas parecen haber dejado de hacer sentido a aquellos en nombre de quienes supuestamente habla. Porque como van las cosas, no sería de extrañar que la alternativa a Kast, en caso de fracasar, no fuera ella.

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