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Alberto Barrera: “Nos ha costado mucho aceptar el uso de la palabra dictadura para Venezuela”

El narrador venezolano lanza en España y México su esperada novela, El fin de la tristeza, una historia sobre las tragedias de la intimidad filtradas en el huracán de las redes sociales en una nación que perdió el juicio

Alberto Barrera, en Ciudad de México el 9 de mayo de 2024.
Alberto Barrera, en Ciudad de México el 9 de mayo de 2024.Ana Chirino

Premio Herralde en 2006, con su novela La Enfermedad, y Premio Tusquets, 2015, con Patria o Muerte, con una obra traducida a varios idiomas, Alberto Barrera Tyszka (Caracas, 1960) es, sin la menor duda, uno de los nombres referenciales de la narrativa venezolana actual y uno de los intérpretes más asertivos de la realidad nacional.

Narrador y poeta, ensayista, libretista de televisión, tiene una pluma afilada, fibrosa, caracterizada por la economía: las frases que tejen sus historias, casi siempre muy agudas, salen disparadas como una saeta, haciendo ajustes frecuentes con el punto y seguido, con la precisión de una cerbatana.

Antes de sus éxitos internacionales, Barrera Tyszka fue un articulista de culto, una cita muy frecuente de los lectores de la prensa dominical en Venezuela. Hugo Chávez Sin Uniforme, realizado junto a su esposa, Cristina Marcano, y publicada en casi toda Latinoamérica, ha sido uno de los perfiles biográficos mejor acabados y más aceptados del caudillo venezolano.

Barrera Tyszka es una especie de continuador de la tradición intelectual del progresismo venezolano que incluye otros nombres como Miguel Otero Silva, Teresa de la Parra, Teodoro Petkoff o José Ignacio Cabrujas.

Pregunta. En El fin de la tristeza, se mete usted con temas muy delicados del hecho público: la psiquiatría, el suicidio, las redes sociales. ¿Qué estaba buscando?

Respuesta. Me interesaba destacar esa relación extraña que a veces hay entre la normalidad y la locura. Quería hablar del absurdo en el que vivimos. Desde esta perspectiva, tocando estos temas, del suicidio, la locura, la terapia. El personaje central de la historia, Gabriel Medina, lo que tiene es timidez y tristeza, pero termina envuelto en una tormenta al entrar las redes sociales en la dinámica de su problema. Empieza a sentir paranoia, no sabe en quién puede confiar. En un momento empieza a desconfiar de sí mismo.

P. ¿Por qué el tema del suicidio en el contexto social?

R. No quise moralizar sobre ese tema, ni relatar el asunto de la culpa, siendo además un punto tan delicado. Forma parte del relato porque son cosas que están presentes entre nosotros. Lo que digo es, “aquí está esto”, esto ocurre. Cosa que es cierta, además, está ocurriendo, han aumentado mucho los suicidios en Venezuela. En la novela hay un diálogo, un vínculo delgado entre intimidad y dinámica social, en clave policial

P. A usted no le gustan mucho las redes sociales, un nuevo actor sociológico que entra deliberadamente en el relato.

R. El narcisismo es la gran enfermedad de nuestro tiempo. Hay una enorme epidemia, que se expresa, no solo en el populismo moderno, en las crisis de representación política y los liderazgos estrafalarios. Lo que sucede ahora es que la exposición pública se ha convertido en una virtud. En un negocio, una forma de vida. La idea de la verdad se diluye, se confunde la línea entre lo público y lo privado.

P. Es una de las consecuencias de la democratización de las comunicaciones, invocada como una necesidad por tantos intelectuales en los años 90.

R. Por otro lado, puede ser interesante apreciar el proceso. Es la propia dinámica humana la que ha convertido, por ejemplo, a Twitter, en esto que es ahora, en otro tipo de espacio. Las redes son un espejismo perfecto, una ilusión de información, de compañía, de activismo, de poder. Una virtualidad que no existe, pero que existe, mucha gente vive ahora de eso.

P. ¿Cómo se expresa la dinámica de las redes sociales en la vida cotidiana y en la política?

R. Desde el poder, en Venezuela se le aplica una especie de gaslighting a los ciudadanos, hay una triangulación perpetua de responsabilidades, dudamos todo el tiempo de si las cosas son verdad o no. Hay demasiadas versiones de lo real, el ciudadano está indefenso ante la información. La realidad puede ser un montaje.

P. ¿Qué le daría entonces respuesta en el libro al planteamiento de El fin de la tristeza?

R. El final del libro es abierto, el lector juzgará donde se ubica el fin de la tristeza. Pienso que es una novela triste, viene con un epígrafe de Alejandra Pizarnik que lo explica. Me gustó usar en el título la palabra fin buscando deliberadamente, incluso, otro significado, planteando también la tristeza como objetivo, como propósito. Hay sistemas, como el venezolano, empeñados en producir eso, desesperanza, desaliento. Nos ha costado mucho caracterizar esta complejidad que hemos vivido, comprenderla, aceptar, incluso, el uso de la palabra dictadura para referirse al Gobierno que hay en Venezuela.

P. Todas sus novelas están ambientadas en Caracas. ¿Hay algún motivo en particular?

R. Es un tema del que no puedo escapar, como Gabriel Medina, que no quiere saber de la realidad y que está preso en su presente. Lo he intentado, he tratado de escribir desde otros lugares, sobre otras cosas, pensando en México, donde vivo, por ejemplo. Pero no me sale.

P. ¿Tiene usted alguna predilección personal, se decanta por alguna de sus novelas?

R. No tengo mucha relación con mis libros una vez publicados. Quizás con La Enfermedad, que es una novela que tiene un relato personal, puedo sentir una cercanía emocional. Pero no vuelvo a leer lo que escribo, no me gusta. Podría agregar que esta, El Fin de la Tristeza: como autor, aquí hago una apuesta en el ritmo narrativo, con un uso del lenguaje, unas inflexiones y unas modalidades que no use en mis trabajos anteriores y que me interesaba destacar.

P. En el libro queda retratado también el papel del influencer, el nuevo malestar cultural de la comunicación pública.

R. Casi no uso redes sociales, lo hago ocasionalmente. No tengo cuenta de Instagram. No me siento cómodo con el exceso de exposición. A la humanidad le costó mucho trabajo tener vida privada, la intimidad es un valor civilizatorio. Que de pronto todo eso se pierda, que la impudicia se vuelva una virtud, es lo que es sorprendente.

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