El día en que Petro se explicó a sí mismo
El mandatario Gustavo Petro habló para Estados Unidos, pero lo escuchaba Colombia. En una coyuntura que exigía definiciones, eligió contarse a sí mismo. La entrevista con Daniel Coronell reveló las tensiones de un gobierno que explica más de lo que decide

Era una noche para los Estados Unidos y para el país, pero el presidente prefirió explicarnos cómo ha visto a Colombia a través de la historia. Nos quiso contar su versión y sus disertaciones histórico-políticas, cuando lo que exigía el momento era responder a la delicada coyuntura con Trump y, sin perder su férrea postura antiimperialista, ejercer la presión diplomática necesaria para que cesaran los ataques contra nuestra nación.
Hay que empezar por mencionar lo que parece obvio pero no lo es, el encuentro con Daniel Coronell era una entrevista, no un debate, que llegó en medio de un escenario internacional complejo: tensiones en el Caribe, denuncias de infracciones al Derecho Internacional Humanitario por parte de fuerzas estadounidenses en aguas internacionales del Caribe, la presión de Donald Trump sobre la región y el ruido constante en la frontera con Venezuela. Era el instante en que el mandatario debía actuar más como el estadista que es y no como un narrador vagando en sus disertaciones. El país esperaba menos retórica y anuncios concretos.
Petro sabía que hablaba para dos públicos: el estadounidense de Univisión, al que buscaba enviar señales de cohesión interna y señalar los abusos de Trump, y el colombiano, que lo observaba entre las bodegas que hacían barra como si fuese un debate con Coronell y la gran mayoría que esperábamos pragmatismo. Ese doble auditorio requería precisión, no retórica. La entrevista era una oportunidad para remarcar su posición frente a Trump, la fallida política antidrogas y el rumbo diplomático con Caracas pero sin ambigüedades ni titubeos frente a las violaciones de derechos humanos en la región. La retórica sin decisión pesa poco.
Coronell, con la experiencia a cuestas, hizo lo que correspondía: insistir donde hay ambigüedad. Cuarenta años de conocimiento mutuo no suavizan la exigencia; la vuelven más directa. Pero Petro confundió la pregunta con la provocación. “Entienda el contexto”, le dijo. “Tú no eres el protagonista”. Dos frases que revelan su incomodidad ante el control y su tendencia a defender el relato antes que la gestión. Las preguntas incómodas son las que sostienen la democracia; los presidentes deberían recordarlo. Y, de nuevo, era una entrevista, no un debate político.

El punto más crítico fue el de Venezuela. Coronell preguntó lo esencial: ¿cuál es el límite de la relación con Maduro? Petro respondió con una lección de historia sobre soberanía y procesos latinoamericanos. Pero el contexto no sustituye la decisión. Cuando un jefe de Estado evita pronunciarse para no “calentar la frontera”, calienta la política interna. Y cuando decide callar ante un aliado ideológico, incomoda a sus propias instituciones, pero mucho más a una ciudadanía que respalda procesos soberanos y condena violaciones a los derechos humanos.
No obstante, la crítica no invalida su coherencia. Petro ha mantenido una postura firme frente al genocidio en Gaza y las violaciones al Derecho Internacional Humanitario (DIH) cometidas en el Caribe por fuerzas estadounidenses. Es una condena ética y necesaria. Pero al mismo tiempo, pudo —por la vía diplomática— sostener su postura antiimperialista con la misma firmeza que Lula da Silva o Claudia Sheinbaum, sin necesidad de poner en riesgo los próximos años del país. Petro saldrá de la Casa de Nariño en menos de 9 meses, se va del poder; Colombia se queda y no puede quedar más a merced de una posible injerencia norteamericana o de una desfinanciación completa a los procesos de implementación del Acuerdo de Paz.
En ese tablero, la política exterior de Donald Trump añade un elemento de riesgo. Sus medidas, desmedidas y unilaterales, han reactivado una agenda de sanciones y presiones sobre América Latina que recuerda las intervenciones del pasado. Lo que hoy parece una guerra política y jurídica puede convertirse mañana en una ofensiva diplomática o incluso militar, como ya ocurrió en Medio Oriente bajo pretextos de seguridad global. Por eso, la entrevista exigía claridad estratégica: preservar la soberanía sin aislar al país, defender principios sin dinamitar relaciones.
Lamentablemente, para las bodegas no hubo un ganador o perdedor de la entrevista. Lo que sí presenciamos fue un relato del país en el espejo. Petro habló consigo mismo más que a la nación entera. Quiso contarnos cómo entiende la historia, cuando lo que debía hacer era explicar cómo pensaba maniobrar la situación. El resultado fue un discurso más explicativo e ilustrativo que pragmático, más emocional que estratégico. En la recta final de su Gobierno, cada palabra tiene un valor adquirido, y la palabra sin acción se convierte en ruido, que en este caso nos compete a todos los colombianos.
A ello se sumó, nuevamente, un pasaje para olvidar sobre su negativa a ser misógino por gustar de las mujeres. Más que una simple confusión semántica, esta respuesta condensa una vieja confusión del poder masculino: creer que el afecto o el deseo por las mujeres neutraliza la desigualdad que las atraviesa. Convertir la misoginia en una cuestión de gusto sexual, y no de estructura, trivializa siglos de lucha feminista. Se evidencia así una distancia entre la retórica progresista y la comprensión política de lo que implica gobernar un país donde muchos feminicidios son cometidos por hombres que decían amarlas.
No se trata de que Petro deje de ser quien es. Se trata de entender que el poder sobre la Casa de Nariño, cuando está por terminar, ya no se mide por la épica o por terminar de agitar las bodegas -tanto las internas como las que tienen asiento en Miami-, sino por la lucidez. La izquierda que gobierna sabe que el discurso moviliza, calienta y agita pero la diplomacia sostiene, y había que acudir a ella sin soltar los principios anti injerencistas y la ética. Era la oportunidad para exigir respeto por nuestra soberanía al tiempo de enunciar acciones y protocolos para desescalar la crisis.
Esta vez, como pocas, vi al entrevistador usar calificativos y adjetivos contra Maduro; no lo suele hacer, es una persona que enuncia los hechos para que estos hablen por sí solos. La calentura del momento, infiero, aunque en la entrevista hubo dos preguntas que fueron más las de un juez que las del curtido periodista que es.
El día en que Petro se explicó a sí mismo fue la antesala de una nueva posible arremetida diplomática para el país que se va a materializar en nuevas sanciones. El presidente, que calificó la entrevista como una de las mejores que ha tenido, quizá se siga mirando al espejo.
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