Trump y Petro: lunáticos a cargo
El primero se compara con Julio César y el segundo con Bolívar. En la mitad, estamos los colombianos sufriendo porque lo que se necesita para gobernar un país es cordura


La nuestra no podía ser peor suerte. Mientras que en México tienen a Claudia Sheinbaum, mujer sobria y pragmática, y en Brasil tienen a ‘Lula’ da Silva, hombre experimentado y analítico, a nosotros nos tocó en suerte, Gustavo Petro, el hombre que se compara con Bolívar y Garibaldi, como lo afirmó en la entrevista con Daniel Coronell hace ya una semana.
Y no es que Petro no tenga derecho a sentirse tan grande como el padre de la nación italiana o como el libertador de las naciones de la esquina septentrional de América del Sur. Todos tenemos derecho a sueños e ilusiones. Mas una cosa es allanar con trabajo y sacrificio el ascenso hacia el Olimpo y otra muy diferente es creerse digno de este solo por ir de arriba abajo por el mundo, cazando peleas con enemigos más o menos grandes, a veces con razón y a veces sin ella.
“Me volveré inolvidable”, dijo Petro en la extravagante entrevista que concedió a Coronell, empero nunca señaló qué es lo que lo hará trascender. ¿Desfinanciar al país? ¿Dividir la nación? ¿Justificar las violaciones de derechos humanos que ejecuta el gobierno de Nicolás Maduro? ¿Hacerse el bravucón ante Donald Trump?
El objetivo primario de un presidente elegido democráticamente no debería ser la búsqueda de la trascendencia histórica, sino la urgente solución de los problemas que aquejan al Estado y a los ciudadanos de ese país que ha de administrar. Sin embargo, en la entrevista de marras, Petro dijo que ha logrado con éxito que Colombia deje de depender del petróleo, que ha conseguido que los campesinos regresen al campo, que ha enseñado al mundo que las palabras pueden conducir al mundo a ser mejor y tantas otras cosas que queda uno abrumado de tantas exageraciones en torno a sí mismo y su Gobierno. Tan grande es su legado que no hay fallas. Él es perfecto.
Lo mismo que ocurre con Donald Trump, quien desde su primer Gobierno ya mostraba un perfil medianamente lunático, pero esta nueva versión, con apenas nueve meses en el cargo, ha rebasado todos los límites al punto de dejar en evidencia su sueño: ser tan grande como Julio César. Trump quiere emular al padre del Imperio Romano, ser tan importante para la historia universal como lo fue aquel hombre de guerra hace más de dos mil años. Sus acciones lo delatan.
Julio César fue el primer gran soberano en hacer acuñar monedas con su efigie para que su imagen pudiera multiplicarse por el imperio entero, para que su presencia fuera siempre recordada con algo tan valioso como las monedas de oro, plata y bronce que, además, circulaban como único medio de cambio por todo el imperio. Trump sueña con ser el protagonista del nuevo billete de 200 dólares del que ya se ha hablado.
Así mismo, Trump quiere construir no solo un inmenso salón de baile para la Casa Blanca, sino que quiere que se construya en Washington un arco del triunfo. Tal y como en la antigua Roma se construían dichos monumentos para celebrar los triunfos en las guerras y a los generales que lideraron esas batallas. El arco del triunfo de Trump. ¡Vaya delirio!
Petro con Bolívar, Trump con Julio César y nosotros los colombianos en la mitad sufriendo porque lo primero que se necesita para gobernar correctamente un país, el que sea, es cordura y parece que ninguno de los dos resulta capaz de ver más allá de sus demenciales sueños de trascender.
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