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Espacio público
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

La destrucción del espacio público

Aunque no pierdo el gusto por caminar en Bogotá, por explorar sus rincones, también debo admitir que en la capital reina el individualismo. Ante la ausencia de un proyecto común, cada quien interpreta, se apropia y vive el espacio público como puede o quiere

Espacio público en Colombia
Vista aérea de Bogotá, Colombia.Lucas Ninno (Getty Images)

Me gusta caminar por Bogotá. Me gustan sus ruidos y sus silencios; la confusión que reina en muchas de sus calles y el contraste con la paz de varios de sus parques; me gusta escuchar sus voces con acentos de diferentes partes del país que se mezclan con ese sonsonete típicamente bogotano; me gusta deambular explorando sus rincones, sentir que la conozco y que hemos construido una relación intensa. Tal vez ese gusto se lo debo a mi mamá y a mi papá, quienes desde muy pequeño me incitaron a vivir la ciudad sin miedo. Y en ese trasegar he visto cambios físicos y culturales en nuestra ciudad.

Quiero llamar la atención sobre uno del que mucho se habla: el espacio público.

El espacio público en muchos lugares de Bogotá, Colombia, América y el mundo, es una ilusión. Es un concepto que usan los urbanistas y los políticos para referirse a un lugar que supuestamente nos hace iguales, en donde las diferencias sociales y económicas dejan de existir, al menos de manera temporal; y al que, por su atributo público, todas las personas pueden acceder. Cada una de estas afirmaciones refleja un estado ideal de la sociedad y de la ciudad. Sin embargo, y desafortunadamente, no son ciertas.

El individualismo reina en el espacio público. Ante la ausencia de un proyecto común, cada quien interpreta, se apropia y vive el espacio público como puede o quiere. La inundación de ventas informales, de todo tipo, de puentes, andenes y parques son un ejemplo. No importa si la gente no puede caminar o pone en riesgo su vida en una peligrosa carrera de obstáculos. La necesidad individual prima sin matices. Lo mismo sucede con quienes ven el espacio público como un enorme parqueadero, o como un espacio de colonización y ampliación de sus casas o negocios. En el espacio público la gente hace lo que se le da la gana.

El miedo se tomó el espacio público. Aunque hoy hay una visión generalizada de que el espacio público es peligroso para las mujeres, no hay duda de que ese riesgo también existe para hombres, niñas, niños, jóvenes y personas de la tercera edad. Esto significa que como sociedad renunciamos a conocer y a vivir la calle. Decidimos privarnos de la importancia de lo desconocido y encerrarnos tras unas murallas que, si bien pueden aumentar la percepción de seguridad, coartan el encuentro entre diferentes.

El espacio público refleja diversos ideales estéticos. El espacio público en la ciudad ha sido más el resultado de una política inmobiliaria y paisajística que de un esfuerzo por comprender qué es lo que necesitan las personas. Por eso es que los andenes son discontinuos, llenos de obstáculos, no tienen mobiliario apropiado que genere interacción y apropiación. Su iluminación es deficiente, la arborización es escasa y la superficie, en la mayoría de los casos, es poco amigable.

Una visión parcial del espacio público oculta la vitalidad de lo popular. Para quienes tienen mayores ingresos el espacio público es resultado de vecindarios y barrios planeados y desarrollados con muchos de los parámetros urbanísticos de la ciudad moderna. Para los de menores ingresos, este es lo que queda fuera de sus casas, aquellas zonas residuales de desarrollos informales y de autoconstrucción. A pesar de los contrastes, el espacio público popular es escenario de encuentros, intercambios, fiestas y juegos. Es el lugar de construcción de un fuerte tejido social que le da forma y espíritu a los barrios y vecindarios.

El espacio público pierde la batalla con los centros comerciales. Cuando yo era niño conocía todos los centros comerciales de Bogotá porque eran pocos. El corazón de la sociabilidad era, para unos pocos, el club, y, para la mayoría, la calle y el parque, pero hoy Bogotá tiene 55 centros, que movieron cerca de 18,1 billones de pesos en 2023, casi el 40% del total nacional. No hay duda de que se han convertido, desde finales del siglo XX y comienzos del XXI, en el nuevo espacio no público epicentro del consumo, la interacción social y el entretenimiento.

Durante años nos han dicho que quienes caminamos por la ciudad somos pilar de la planeación y la gestión pública, el centro de las políticas públicas y el símbolo de la movilidad sostenible. Y que, por eso, el espacio público ocupa un lugar fundamental en la agenda urbana. Desafortunadamente, todas esas palabras omiten dos interrogantes que creo centrales en la reflexión sobre nuestra sociedad y nuestra ciudad: para qué y para quién es el espacio público.

Responder a ellas pasa por comprender que, como lo he planteado en otros artículos, el deterioro de lo público es el motor de la estigmatización, la poca apropiación y la escasa defensa de lo que nos pertenece a todos como comunidad. La pandemia de la covid-19 aceleró el proceso, pero este venía desde hace algunas décadas haciendo mella en el tejido social. Pero también pasa porque no se le otorgan responsabilidades que son competencia del sistema político y económico. La igualdad y la equidad no dependen del espacio público, así lo pretendan usar, de manera facilista y oportunista, como paliativo.

La democracia ha sido cooptada por una poderosa alianza entre la casta política y los grupos económicos. Esto ha cerrado importantes espacios para las personas y las comunidades. Los grandes intereses y un capitalismo desbordado están llevando a la reelitización del mundo, por un lado; y el crecimiento de la desigualdad, por el otro. Una de sus desastrosas consecuencias es la privatización del espacio público que lo ha convertido en una zona de permanente conflicto, como lo evidencia, por ejemplo, la tensión global alrededor del turismo. Romper con esta tendencia requiere de mucha voluntad política y de que como sociedad nos arriesguemos a pensar el espacio público de manera diferente.

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