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Explotación sexual
Tribuna
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Cuando el Estado ya no quiere ser más proxeneta

La restitución de los derechos de las personas que son explotadas por los diversos mercados es urgente. Los Estados tienen que invertir recursos en su recuperación física, mental y económica

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Cerco policial instalado para prohibir el trabajo sexual en la Torre del Reloj, en Cartagena, en febrero de 2024.CHELO CAMACHO

Cuando alguien dice “trata de personas con fines de explotación sexual”, el mundo piensa en víctimas lacrimosas y encerradas, pero pocos ponen el foco en el causante. El cliente y el operador de su experiencia turística pasa tan desapercibido como el Uber Confort que lo transporta al hotel 5 estrellas, a él y a las cuatro chicas que lo van a “divertir”, la tripulación del yate en el que beberán y bailarán, el dealer que le vendió el tusi. Todos ganan, pero nadie quiere notarlo. Y mientras ellos ganan millones, las víctimas, niñas, adolescentes, casi siempre mujeres y extranjeras, pierden.

Películas como Sounds of Freedom, a pesar de su tono mesiánico y holliwoodesco, sirvieron para que más personas tuvieran conciencia de una de las formas de trata: la inducción a la prostitución. Pero hace falta otra película: la taquillera y lucrativa historia de los victimarios y la del papel del Estado, que en palabras de la relatora especial de las Naciones Unidas para la violencia contra las Mujeres, Reem Alsalem, “se hace la vista gorda ante las actividades y ganancias económicas de los proxenetas, o no toma medidas para frenar la demanda o exigir responsabilidades a los compradores de actos sexuales y a los proxenetas”. A este Estado cómplice lo llama Estado Proxeneta.

En julio del 2022 asumí la Secretaría del Interior y Convivencia Ciudadana de una de las ciudades en las que el flagelo de la trata de personas está tomando fuerza: Cartagena de Indias, en el Caribe colombiano. En el país, la política pública de lucha contra la trata tiene un fuerte enfoque de respuesta a las víctimas, pero, al estar al frente de las decisiones más críticas sobre el tema en la ciudad, descubrí que, si nos dedicamos sólo a atender víctimas, estamos ayudándole al proxeneta y al mercado prostituyente. Me explico: la restitución de los derechos de las personas que son explotadas por los diversos mercados es urgente y necesaria. Los Estados tienen que invertir recursos en su recuperación física, mental y económica. En Cartagena el 100% de los hombres en la prostitución dieron positivo a las pruebas de VIH. El 82% de las mujeres tienen hijos pequeños. Las oportunidades económicas para generar estrategias de salida eficaces tienen que estar en la agenda. La magnitud del impacto directo e indirecto tiene que ser mitigado. Por supuesto que sí.

Pero seamos conscientes también de que sólo atender a las víctimas de explotación es hacerle un gran favor al proxeneta, y es fundamental una acción gubernamental igualmente decidida en perseguir y obstaculizar los mercados habilitantes de la trata, que muchas veces se esconden en mercados legales estratégicos como el turismo y el transporte.

Quienes creemos que la trata sí se puede combatir y no que es un mercado inevitable (o en el peor de los casos un trabajo), sólo tendremos éxito si perseguimos con decisión lo que Reem Alsalem llama “compradores de actos sexuales” y a toda sus cadena de valor. Esta persecución, descubrimos en Cartagena, es muy eficaz cuando no sólo es judicial: probamos que existen herramientas técnicas, administrativas y sí, burocráticas, que sirven al propósito de meterle freno al pujante negocio para quitarle lo que los emprendedores llaman “tracción”.

El problema de esta persecución es que el negocio es muy rentable para todos, incluso para el Estado y los gremios. Todos pueden compartir un poco de las ganancias. Hasta los influencers con millones de seguidores obtenidos por eso y las plataformas ven inmensos beneficios. Según el mismo informe de la relatora Alsalem, “alrededor del 75 % de las víctimas de la trata de personas con fines de explotación de la prostitución ajena u otras formas de explotación sexual se anuncian ahora en Internet”. Y de la misma manera que el narcotráfico se especializó en esconder toneladas de coca en bananos, postes y cuanto objeto pudieron, hoy hay cuentas de Instagram que publicitan trajes de baño, joyería y sexshops que en realidad están publicitando a adolescentes de ambos sexos que tienen exhibidas y a la venta, a un solo clic.

La buena noticia es que encontramos un camino para dejar de ser Estado proxeneta. En Cartagena, en el veloz año y medio que fui Secretaria de Interior, desarrollamos una estrategia llamada Leona Fiera. (El himno de Cartagena incluye el verso más perfecto para la lucha contra la trata: Fue la heroica Cartagena / Quien del yugo las cadenas / Cual leona fiera destrozó.) Leona, hembra y feroz, que permitió que las diferentes entidades administrativas juntáramos fuerzas contra los exitosos empresarios que esconden la trata y sus ganancias como negocios legítimos.

Cerramos prostíbulos por no cumplir con la normatividad eléctrica, denunciamos colectivamente las casas de cambio que cambiaban los dólares al 45% de su valor en el mercado, cerramos de manera definitiva siete establecimientos. En consecuencia, y gracias a la información que estas estrategias administrativas lograron, los resultados judiciales también fueron contundentes: pasamos de dos capturas por trata y delitos conexos en 2022, a 42 en 2023. Se les extinguió el dominio a cinco establecimientos y hoy la Fiscalía General de la Nación sigue dando frutos con información y tendencias que descubrió la leona.

Hace unos meses Mark Zuckerberg, el dueño de Meta, fue llamado al Congreso de Estados Unidos a responder por el abuso infantil promovido a través de WhatsApp, Instagram y Facebook. La semana pasada, el secretario de Estado de ese país, Antony Blinken, actualizó el Plan de Acción del Departamento de Estado para la prevención de la trata de personas. El tema está en la agenda. Pero son los enfoques innovadores que profundicen la respuesta a la víctima pero a la vez ataquen con sus garras a los victimarios, y ataquen las fortunas de los que se hacen los locos, los que nos permitirán erradicar este delito atroz del planeta. Mi lema de guerra en Cartagena fue “Que aquí no vengan”. Ojalá otras ciudades estén dispuestas a intentarlo.

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