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Gobierno de Colombia
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Chamanismo político

Si el caos precede a los grandes cambios, como dice Deepak Chopra (ese famoso oráculo de la pseudociencia), viene para Colombia un halagüeño futuro

terrorismo en jamundi
Un soldado y policías en el sitio de un ataque a un hotel en Jamundí (Colombia), el 20 de mayo.Juan B Diaz (AP)

El dominio de un territorio no es un hecho relativo. Una autoridad, o una fuerza, lo domina o no lo domina. En la civilización que prospera lejos de este rincón del Caribe, no se conciben dos patronos en un territorio porque, al mejor estilo de Mateo, “nadie sirve a dos señores”. Recordarlo incomoda, sobre todo porque el territorio es uno de los elementos constitutivos del Estado y el ámbito físico en el que ejerce su jurisdicción.

Cuando una fuerza diferente a la del Estado ejerce control sobre un territorio, muchas cosas se pueden decir desde la comodidad del centralismo ombliguero de Bogotá, pero en las regiones hay una triste claridad: siempre hay un poder delincuencial dispuesto a ocupar los vacíos que deje la autoridad legítima.

En Colombia mandan tantos amos, que experimentamos una especie de soberanía intermitente. No es, por supuesto, una novedad que pueda predicarse exclusivamente del Gobierno del presidente Gustavo Petro. La hemos padecido, casi sin excepción, los colombianos que hoy estamos vivos y también los que están muriendo a diario.

Aunque a la gente de a pie le importa un comino lo que digan los “tratadistas”, algunos sostienen que, si en las regiones no llega el brazo del Estado, es complejo hablar de una soberanía plena. La permanente pugna de los colombianos indicaría que, en el día a día, si acaso sería acertado reconocer soberanías urbanas. Y eso.

La soberanía, esto es, la tenencia de poder y autoridad, no se logra únicamente con un efectivo componente militar o de policía. Pero no es menos cierto que, en el estadio de descomposición que viven algunos territorios, no solo bastan la educación, los servicios, la salud y el empleo, si no vienen acompañados de mano dura frente al delito. Quedémonos únicamente en el escenario de la salud, al menos a manera de metáfora.

La lectura de inmensos sectores es que nuestro médico en jefe aplica preparados de madreselva, totumo y saúco, cuando estamos frente a un cáncer que no cede ante terapias ancestrales. Un cáncer al que el chamanismo no le hace ni cosquillas. La peste, que conste, no comenzó el 7 de agosto de 2022, pero un diagnóstico necesario para proceder a la sanación podría llevarnos a descubrir que la mano generosa del médico de turno está permitiendo que las dolencias se multipliquen.

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Llegados a las analogías y las comparaciones, evitaremos la cita de célebres casos de mala práctica o diagnóstico desacertado con consecuencias fatales. No vale la pena hacerlo, entre otras, por el respeto que nos merecen los profesionales de la salud, y el valioso trabajo que este país no les reconoce como corresponde.

Pero diríamos que el tratamiento que se aplica de manera amplia para lograr una cura a la violencia (y la posterior llegada al estado de bienestar, de utópica paz total) compromete actualmente una mala práctica política. No a todos los pacientes se les debe medicar por igual. Traducción: hay actores al margen de la ley con los que se puede dialogar, mientras que para otros se recomiendan dosis continuas de fuerza estatal.

¿Hay algo de novedoso en este concepto? Nada. Lo sabe cualquier colombiano con tres dedos de frente, aunque la oculte con una cachucha. Y lo entienden, con mayor razón, quienes hayan militado en grupos al margen de la ley y estén incorporados a la civilidad.

O el médico está mal preparado y carece de conceptos prácticos, o se trata de un especialista convencido de que la enfermedad no debe extirparse, de que se la debe dejar prosperar para que destruya el cuerpo. Y, después de que lo haya hecho, emprender unos extravagantes tratamientos que lograrían regenerar los organismos tras la devastación.

En el entendido de que el caos es una manera de curar, y que las carnes deben podrirse para restaurarlas, vamos por el camino correcto… aunque tenga aspecto de desfiladero.

***

Retaguardia. Hablando de salud, si el nuevo modelo de atención para el magisterio es un piloto de lo que será el servicio de todos los colombianos tras la reforma, ¡que nos apliquen los santos óleos de una vez!

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