Cómo opera la Guardia Indígena: su historia más allá de la estigmatización
La Guardia no es una ni tampoco existió siempre: tiene 22 años, está conformada por distintos grupos étnicos y sus miembros se forman desde niños en una labor voluntaria que los ha puesto en la mira de los grupos armados
“¡Guardia! (guardia) ¡fuerza! (fuerza) Por mi raza, por mi tierra”, es la arenga que ha tomado impulso en los últimos años y que se volvió coro de una colaboración musical de cinco artistas de reconocida trayectoria en el país. La canción se titula ‘Himno de la Guardia Indígena’ y desde su lanzamiento en 2020 ha amenizado numerosas marchas, en particular en el período que resultó ser la génesis de lo que se conocería como el estallido social de 2021. En ese entonces se coreó en ciudades y otros territorios no indígenas, y llevó a la Guardia Indígena, que nació como mecanismo de defensa y autonomía propia, a convertirse para muchos en símbolo de resistencia y para otros en uno de ‘terrorismo’.
Con la llegada de Gustavo Petro al poder se han hecho aún más visibles en las grandes ciudades los bastones de mando que siempre llevan adelante, hacia su lado derecho, los miembros de la Guardia. Estos son conocidos como ‘Chontas’, y tienen atadas cintas de cuatro colores: verde por la naturaleza; rojo por la sangre de sus antepasados; azul por el agua; y negro por la tierra. De manera simbólica, el hoy presidente convocó a la Guardia a hacer parte de su anillo de seguridad en el discurso de victoria y luego en su posesión. También los ha defendido ante las acusaciones de que son una suerte de grupo paramilitar, con supuesto entrenamiento militar y uso de armas.
Aunque todo eso muestra que la Guardia ha estado en medio del debate y la estigmatización, hace algunos días demostró en el terreno su importancia para la sociedad. El trabajo mancomunado entre más de 80 integrantes de las guardias Coreguaje del Caquetá, Sionas del Putumayo, Isimali del Meta, Nasa del Cauca y Murui-muinane, junto a unos 150 soldados del Ejército Nacional, logró el rescate de cuatro niños que llevaban 40 días perdidos en la impenetrable selva amazónica. Quienes en oportunidades han sido antagonistas se volvieron compañeros con un objetivo humanitario común, convivieron y compartieron saberes. Como le dijo a este diario Luis Acosta, coordinador nacional de la Guardia Indígena: “La guerra nos separó, pero la Operación Esperanza llegó para reconstruir el tejido social de la vida”.
Dos décadas al cuidado comunitario del territorio
La Guardia Indígena no es una y tampoco existió siempre, o no al menos bajo esa figura. Rastrear una fecha específica de su génesis puede ser difícil, pues en cada grupo étnico tuvo un nacimiento diferente. Por ejemplo, en Caldas se creó tras un desplazamiento forzado de varias comunidades emberá en la década de los noventa. En ese momento conformaron un grupo que pudiese protegerlos, al que llamaron ‘Guardia Cívica’. Sus líderes consideran que la Guardia se formalizó a inicios del siglo ante la agravada violencia en el país. Eligieron el 27 de mayo de 2001 como su aniversario.
Desde entonces y con el tiempo, cientos de pueblos ancestrales han empezado a impulsar las guardias como herramienta de protección colectiva no violenta. La preparación para integrarlas tiene varios ciclos y, según los testimonios de cinco líderes, es voluntaria y se realiza en el tiempo libre de los niños y jóvenes. Inicia en los semilleros infantiles de Guardia, en los que, a partir de sus cinco años, los niños y niñas son formados en la historia de su territorio, las prácticas espirituales de su grupo y el amor por su ancestralidad. En la juventud pasan a las escuelas de formación permanente, donde reciben capacitación en asuntos como la proyección económica local, zonal y regional, los derechos humanos y el relacionamiento con comunidades.
No todos reciben el bastón de mando y se convierten en miembros de la Guardia. Para elegir a los que ingresan, los formadores tienen en cuenta su desempeño y consultan con los mayores o definen en la asamblea, dependiendo de cada pueblo. Pueden pasar entre uno y cinco años de formación antes de que a alguien se le dé su “Chonta”. Aun cuando la mayoría de guardias son varones, la participación de mujeres está permitida. No hay límite de edad para ser guardián, y los hay de 70, 80 o incluso 90 años. La coordinación nacional de la Guardia lidera alrededor de 70 mil guardias provenientes de diferentes resguardos del país.
Franklin Leonardo Lozano, consejero Mando Mayor de la Guardia Indígena del Consejo Regional Indígena de Caldas (CRIDEC), explica cómo operan: “El primer nivel es la Guardia que ejerce dentro de sus resguardos. Luego, vienen los delegados a nivel regional, que les orientan desde sus organizaciones políticas. El tercero es el nivel nacional: alrededor de 53 organizaciones indígenas se recogen en la Organización Nacional Indígena de Colombia (ONIC), donde hay un coordinador para todo el país”. La mayoría de los más de 100 pueblos originarios que hay en Colombia cuentan con su propia guardia.
No son los únicos. Las comunidades campesinas y afro han ido creando sus propias unidades, inspirados en la indígena. Son la guardia campesina y la guardia cimarrona, respectivamente. Dentro de los indígenas hay diferencias que reflejan las diferentes culturas de los pueblos. Eso se nota, entre otros, en el uso de objetos. “Nosotros, la Guardia Sicuani, somos más del arco, la flecha y si es necesario la cerbatana”, le cuenta a EL PAÍS, Marcos Amaya, indígena Sicuani. Si bien la Guardia Indígena ha sido fuertemente estigmatizada en Colombia, también ha sido reconocida. La Comisión para el Esclarecimiento de la Verdad afirmó que “los hechos violentos en los territorios indígenas han hecho que el papel de la guardia indígena se focalice en la atención humanitaria, tratando de contener las acciones armadas al interior de sus territorios”. Y en 2020 la oenegé Front Line Defenders los premió por su ardua defensa de los derechos humanos. Incluso, pueblos ancestrales de otros países del continente han querido replicar la dinámica en sus comunidades y así fortalecer la unión regional.
En la mira de los grupos armados
En el resguardo indígena de Las Delicias, en el Cauca, fue asesinado hace un año y medio Albeiro Camayo, coordinador regional indígena. Las disidencias Jaime Martínez, que forman parte de la coordinación del autodenominado Estado Mayor Central que lidera Iván Mordisco, se adjudicaron su muerte. Este ha sido uno de los golpes más fuertes para el movimiento indígena en la región, especialmente para la Guardia, pues era un integrante muy querido y destacado.
Este crimen se sumó a una serie más larga de homicidios de guardias. Los líderes consultados por EL PAÍS sostienen que la violencia desmedida en su contra tiene que ver con la disputa del control territorial de los diferentes actores armados. Los guardias se han convertido en un obstáculo para ese dominio, pues representan un poder local de gran legitimidad. Además, ejercen labores humanitarias que directamente molestan a esos grupos, como evitar el reclutamiento forzado, buscar personas desaparecidas o intermediar para la liberación de secuestrados.
“Nos ha afectado fuertemente la presencia de actores armados, los enfrentamientos y reclutamiento de menores para la guerra. Asimismo, las amenazas por multinacionales en el tema económico para nuestros territorios y la afectación que ellos dejan. Hoy estamos expuestos a que los compañeros y compañeras sean estigmatizados en ambos bandos y posteriormente amenazados o asesinados”, afirma Rober Molina, del pueblo Kokonuko.
Otro factor que, consideran los líderes, ha sido un detonante para los ataques es la estigmatización y los rumores infundados, como que los financian actores armados ilegales. “La Guardia Indígena lucha por una convicción de amor y arraigo a nuestro territorio. En ningún caso es remunerada, no recibimos pago. Lo único son los trabajos comunitarios que se hacen en algunos territorios, pues se recolectan los diferentes insumos que da el campo, hacemos intercambios de saberes o trueques”, resalta Quina, coordinador de la Guardia en el Cauca.
Por su parte, Lozano considera que los prejuicios vienen de la desinformación: “Es crucial que en Colombia en el marco de su pluralismo se conozca más los diferentes grupos étnicos. Se espera mucho de personas que no conocen lo que pasa realmente en los territorios”. Pero más allá de la violencia en su contra, en algo coinciden todos los guardianes que hablaron con EL PAÍS, y es que la visibilidad y legitimidad que ganaron gracias al rescate de los niños en el Amazonas muestra el valor de unir saberes diversos para el bien de toda la sociedad: “Mantenemos la voz en alto diciendo que todas las guardias indígenas, campesinas, cimarronas tienen una capacidad de defender la vida y es nuestro deber ponerlo al servicio de cada territorio, no solamente el resguardo indígena donde vivimos. Creo que este es un escenario en el que podemos poner ese granito de arena para mantener esa fuerza en toda la sociedad colombiana” puntualiza Quina.
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