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Diez esposas, 19 hijos y un acordeón redentor

Andrés ‘El Turco’ Gil, maestro del vallenato, ha rescatado de la pobreza y de la violencia a decenas de niños a través de su escuela de música

El “Turco” Gil enseña a sus estudiantes en su academia, en Valledupar, César (Colombia), el 4 de octubre del 2022.
El “Turco” Gil enseña a sus estudiantes en su academia, en Valledupar, César (Colombia), el 4 de octubre del 2022.Diego Cuevas
Diana López Zuleta

A los seis años, Juan Bautista Escalona recorría las calles para cambiar su canto por algunas monedas para comer. Aún no estudiaba ni sabía lo que era tener juguetes. Sobrevivía. Habitaba con su madre una casucha de tablas que se inundaba con las crecientes del río durante el invierno. Hoy tiene 21 años y la misma persona que lo rescató de la calle le enseñó a interpretar el vallenato: Andrés El Turco Gil. El vallenato, un antiguo estímulo sonoro y un arte patrimonial colombiano, es también la redención para muchos niños que viven la desdicha de ser pobres. “Yo era un vendedor ambulante, pero de la voz. Me salvó la vida, me hizo lo que soy. No he tenido otro papá sino él”, dice Juan, también actor. “Vivía en un barrio de drogadictos y atracadores”, explica con su dócil talante El Turco Gil, maestro de la música vallenata.

Valledupar y sus vecindades conforman una provincia donde, en siglos anteriores, se aislaron del mundo españoles coloniales, se mezclaron con esclavos e indígenas de la región y labraron una identidad cultural propia, de la que el vallenato hace parte fundamental. Un símbolo principal de ese mundo es la Sierra Nevada de Santa Marta, con los picos montañosos más altos de Colombia. En 2015 la UNESCO declaró al vallenato como Patrimonio Inmaterial de la Humanidad, con un llamado urgente de salvaguardia.

De estirpe guajira, Andrés El Turco Gil comenzó a dar clases de acordeón en el patio de su casa. En un parpadeo ya no le cabían los estudiantes y tuvo que arrendar un local. Su academia vallenata —la primera del mundo en este género musical— nació hace 40 años. La mayoría de estudiantes son de escasos recursos y no paga un solo centavo. Entre sus alumnos se cuentan víctimas de la violencia y otros que se salvaron del reclutamiento de grupos armados, como Jhonny El Canario Pacheco, hoy cantante profesional. Según el registro oficial de la Unidad de Víctimas, uno de cada tres habitantes del departamento del Cesar, ubicado en el norte de Colombia, ha sido víctima del conflicto armado. Valledupar, su capital, es donde se registran más casos.

Niñas practican en la academia donde se han formado algunos de los acordeones mas importantes de Colombia.
Niñas practican en la academia donde se han formado algunos de los acordeones mas importantes de Colombia.Diego Cuevas

La música vallenata se oye en todos los rincones. Ha sido estímulo para rescatar decenas de jóvenes de la violencia pero, paradójicamente, también ha servido para amenizar y celebrar masacres en el pasado. Los cantantes vallenatos solían mencionar con orgullo en sus canciones a paramilitares y narcotraficantes, y cantarles en sus fiestas privadas. En el Novalito, el barrio más opulento de esta ciudad, crecieron dos victimarios y enemigos entre sí: Ricardo Palmera, alias Simón Trinidad, comandante de las FARC, y Rodrigo Tovar Pupo, alias Jorge 40, comandante de los paramilitares que más asesinatos mandó cometer en la zona norte de Colombia.

Un niño toca el acordeón para su familia en la academia de 'El Turco' Gil.
Un niño toca el acordeón para su familia en la academia de 'El Turco' Gil.Diego Cuevas

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El Turco Gil tiene 75 años y 19 hijos de 10 mujeres. Cuando tenía 18 hijos —nueve hombres y nueve mujeres— decidió hacerse la vasectomía. En un mismo mes, hace más de 20 años, le habían nacido tres de diferentes madres. Entonces resolvió tajante: “Ya no más”. Hace siete años una muchacha le dijo que estaba embarazada. “De mí no puede ser porque yo me hice la vasectomía”, le dijo. La muchacha dio a luz una niña y la registró con sus apellidos. En un principio El Turco no la reconoció. Decidió hacerse una prueba de ADN: positiva. “Ahora estoy abajo porque tengo 10 hembras y 9 varones. Tengo que hacer el otro varón para completar”, dice entre risas. 19 llevan su sangre, pero ya perdió la cuenta de los hijos putativos. No solo los ha becado en su academia musical, sino que les ha dado educación en el colegio. “En un momento llegué a tener tantos en mi casa que eso era un hacinamiento”, cuenta.

Desde los siete años El Turco Gil tocaba trompeta y leía y escribía partituras en el pentagrama. Nació en una familia de músicos que tocaban en orquestas. Estudió saxofón y clarinete, y después se dedicó al acordeón. El interés por aprender la música vallenata nace a todas las edades y desde otras latitudes del mundo, explica El Turco Gil. Ha tenido estudiantes septuagenarios y otros que han viajado desde Europa con la única intención de tomar clases. De su escuela han surgido varios de los reyes vallenatos —el nombre que se da a los ganadores del festival anual del género— de las últimas décadas. Calcula que han pasado por su academia más de 4.000 alumnos. Hubo una época en que llegó a tener 1.100. A finales de los años noventa, creó la agrupación Los niños del vallenato, conformada por los más destacados músicos de su academia; los niños se rotan con los nuevos talentos que llegan.

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La primera vez que sonó un acordeón vallenato en la Casa Blanca fue en 1999. El Turco Gil y Los niños del vallenato fueron invitados a Washington para participar en la ceremonia de encendido del árbol de Navidad. El presidente Bill Clinton quedó tan deslumbrado que los invitó de nuevo a la inauguración de la Biblioteca Clinton en Arkansas, EE UU. En 2007, frente a los Reyes de España, Juan Carlos y Sofía, y de nuevo Clinton, Los niños del vallenato se presentaron en un homenaje que le hicieron a García Márquez en Cartagena. Ese mismo año, Clinton publicó el libro Giving. How each of us can change the world en el que dedicó dos páginas a los niños y a la labor de El Turco Gil por la paz de Colombia. “Deseo que cada área de conflicto tuviese un profesor como el maestro Gil y niños como Los niños vallenatos”, escribió.

En las paredes de la academia hay fotos enmarcadas de algunos de los países que han recorrido: Rusia, Italia, Escocia, China, Inglaterra, Alemania, Noruega, Suiza… El Turco se enorgullece de lo que ha logrado. Para una región violenta y pobre es una proeza salir del país.

El “Turco” Gil posa para un retrato al frente de la academia, en la capital del vallenato.
El “Turco” Gil posa para un retrato al frente de la academia, en la capital del vallenato.Diego Cuevas

La embestida de la pandemia obligó a cerrar la escuela por casi dos años. Es una tórrida tarde de octubre. A metros de distancia, se oye el repiqueteo de los acordeones. En el patio de ladrillo rodeado de flores corales, los niños ensayan la interpretación de los cuatro aires musicales del vallenato: puya, paseo, merengue y son. El Turco Gil viste camisa guayabera blanca. Su tono de voz bajo y su paciencia infinita contrastan con la idiosincrasia alborotada de la gente de la zona. Se sitúa frente a cada alumno y revisa, palmo a palmo, las notas del acordeón. Animado, acompaña la melodía con el chasquido de los dedos o con las palmas. Sonríe y los ojos se le achican. El Turco celebra cada progreso de sus alumnos sin alcohol, porque nunca ha probado un trago en su vida.

Luis José Hernández tiene ocho años y desde hace dos asiste a la academia. Lleva terciada una mochila indígena arhuaca y luce un sombrero vueltiao, elaborado con hojas de una palma conocida como caña flecha. Abre y cierra el fuelle del acordeón de cuatro kilos de peso que sostiene en su pecho. Ladea la cabeza, cierra los ojos. Sueña con ganar el Festival vallenato, el evento más importante de este género musical. La niña Brinna Tamara Pinto canta y mueve los dedos como una avezada acordeonera. Su hermanito, de apenas un año, amaga tocar la guacharaca. “Cuando Matilde camina, hasta sonríe la sabana”, canta un verso de Leandro Díaz, uno de los compositores más famosos. Durante mucho tiempo el machismo vetó a las mujeres la interpretación de la música vallenata. Ni siquiera se les permitía estar en las parrandas. El acordeón, la caja y la guacharaca eran instrumentos de hombres. Hoy, en la escuela hay tantas niñas como niños. “Algunas están superando a los hombres”, dice El Turco.

Aunque su don es la beneficencia, El Turco Gil ha vivido endeudado. Ha estado a punto de ser desalojado de su casa varias veces. Tiene una hipoteca y tantas deudas que ha sido amenazado de muerte por los “paga diarios”, un sistema de préstamo ilegal con altos intereses que deben pagarse diariamente. La escuela tuvo convenios con alcaldías que subsidiaban becas, pero tiene más de 10 años de no recibir ayuda gubernamental ni de ninguna empresa. “Siempre he vivido en rojos, pidiendo prestado por aquí y por allá”, dice. La academia vallenata que formó hace 40 años no es negocio. “Yo hago esto por amor. Hoy me siento orgulloso, no solo de formar buenos acordeoneros, sino hombres de bien”, agrega. El Turco Gil está convencido de que el vallenato redime de muchos males.

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Sobre la firma

Diana López Zuleta
Periodista y escritora, autora de 'Lo que no borró el desierto' (Planeta, 2020), el libro en el que destapa quién fue el asesino de su padre. Ha sido reportera para varios medios de comunicación.

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