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Las víctimas del paro se levantan: “Aunque nos quiten los ojos, vemos sus crímenes de Estado”

Jóvenes agredidos por la policía antimotines durante las manifestaciones de 2019 y 2021 cuentan cómo tratan de retomar sus vidas tras perder uno de sus ojos

Daniel Jaimes, Gareth Sella, David Racedo y Cristian Rodríguez, víctimas de lesiones oculares durante las protestas en ColombiaFoto: CAMILO ROZO | Vídeo: JUAN CARLOS ZAPATA
Sally Palomino

La cara se siente caliente, hirviendo. No duele, pero arde. La sensación es como si algo se estuviera quemando por dentro. Gareth Sella se tapa el ojo derecho con una mano, lo comprueba: no ve nada por el otro. Ha perdido la visión de su ojo izquierdo. Luego viene el mareo y las ganas de vomitar. De la boca sale un chorro negro, un líquido que impresiona. Vomita dos veces. El policía antimotines que minutos antes lo había mirado fijamente a los ojos dio en el blanco. Dos de los disparos que salieron de su marcadora, una pistola de paintball, le alcanzaron. Uno en el ojo, otro en la nariz. El escudo —un pedazo de lata— con el que llevaba varios días protegiéndose de la represión policial durante las protestas que apenas empezaban en Colombia no le salvó ese día. Fue en un segundo y el impacto vino de atrás. El 24 de febrero de 2021, Gareth Sella, que tenía entonces 24 años, se convirtió en otra víctima de lesiones oculares en el país. En uno de esos jóvenes que había visto en las noticias y por los que ese día había salido a la calle. La protesta en la que su vida cambió para siempre porque un agente así lo quiso había sido convocada justamente para rechazar la represión policial.

Entre abril y junio del año pasado, al menos 103 personas perdieron uno de sus ojos durante las manifestaciones contra el Gobierno de Iván Duque. Ha sido la cifra más alta desde 2003 cuando se registró el primer caso, según Amnistía Internacional. Oficialmente, no existe un conteo de este tipo de agresiones perpetradas por el Escuadrón Móvil Antidisturbios (ESMAD), creado en 1999 como un cuerpo policial transitorio para controlar las protestas de movimientos cocaleros en el norte del país, pero que se quedó como una fuerza permanente, la más letal contra los movimientos sociales y estudiantiles que se manifiestan en las calles, según la ONG Temblores.

EL PAÍS habla con cinco víctimas de lesiones oculares. Cinco jóvenes que quisieron ejercer su derecho a la protesta —en 2019 y 2021— y terminaron perdiendo la visión en uno de sus ojos a manos de agentes policiales. Narran cómo vivieron ese momento y cómo reconstruyen sus vidas. Todos siguen esperando justicia, y algunos ni siquiera han recibido atención médica adecuada. Ante el abandono del Estado, se han unido en el Movimiento en Resistencia Contra las Agresiones Oculares del Escuadrón Móvil Antidisturbios (MOCAO). Desde allí intentan hacer visibles sus casos y preparan una macrodenuncia que llevarán a la Corte Interamericana de Derechos Humanos y a la Corte Penal Internacional.

Cristián Rodolfo Rodríguez, 28 años

Cristián lleva más de dos años usando una prótesis en uno de sus ojos. Solo si cuenta que fue víctima de una bomba aturdidora que le pegó directo, durísimo, en el lado izquierdo de su cara, alguien lo notaría. El 16 de diciembre de 2019 participó en una manifestación contra la propuesta de reforma tributaria del Gobierno de Iván Duque. La misma razón por la que en 2021 hubo de nuevo manifestaciones, pero en 2019 apenas empezaba ese estallido social que se extendió con protestas recurrentes durante dos años.

Cristián asistió a la Plaza de Bolívar, el centro del poder, donde está el Congreso, las Cortes y a unos pasos, la Casa de Nariño. “A las cinco de la tarde, la manifestación empezó a ser evacuada. Nos devolvimos entonces hacia la Universidad Nacional. A las siete de la noche, yo iba ingresando a por la entrada principal y había disturbios, empecé a correr y sentí el estruendo de una bomba aturdidora en la parte izquierda de mi cuerpo. Sentí el golpe de pies a cabeza. Ahí, en ese momento, me di cuenta de que perdí el ojo, literalmente lo perdí. Me toqué la cara y estaba llena de sangre. Sentía las partes del ojo en la mano”, cuenta de pie, de espaldas al Congreso, una tarde de abril.

Cristian Rodríguez
Cristian Rodríguez en el centro de Bogotá, el pasado 2 de mayo.Camilo Rozo

Cristián recibió el dictamen médico horas después: “estadillo ocular severo en el ojo izquierdo y pérdida del órgano”. No tuvo atención inmediata para conseguir una prótesis. Tuvo que empezar un proceso jurídico, mientras intentaba recibir también atención psicológica. “Ha sido muy complejo, todo ha tenido que ser muy luchado”. Cuando Cristián fue víctima de la lesión, las historias de jóvenes que habían sufrido lo mismo que él en las revueltas de Chile ya le daban la vuelta al mundo. “Hubo más de 600 denuncias de traumas oculares y allí se unieron para denunciar lo que estaba pasando. Nosotros, acá en Colombia, empezamos a cuestionarnos y decidimos unirnos también”.

En 2020, mientras los procesos judiciales para conseguir reparación seguían estancados, empezaron a darle forma al Movimiento en Resistencia Contra las Agresiones Oculares del Escuadrón Móvil Antisturbios (MOCAO). En 2021 se consolidó bajo el liderazgo de Cristián, que estudió trabajo social. “Hemos hecho pedagogía explicando que las agresiones oculares son acciones sistemáticas del ESMAD y por eso pedimos su desmonte. Naciones Unidas califica este tipo de violencias como actos de tortura. Las personas después de un ataque así viven algo parecido a un proceso de duelo”. Como fue su caso.

“Después de dos meses de lo que pasó, entré en etapa de negación. Fue muy duro. Es difícil saber que no vas a volver a ver igual. Cuando hablaba con una persona frente a frente no era capaz de mirarla a los ojos, así ya tuviera la prótesis. No era capaz”, dice ahora, mirando de frente a la cámara. Ya han pasado dos años y dice que ya no se siente víctima. “Soy un agente de transformación, aprendí que era la resiliencia. Dije: esto hay que transformarlo y lo asumí de esa manera”.

Gareth Sella, 25 años

Gareth Sella es cineasta y en las protestas de 2021 hizo parte de los llamados Escudos Azules, un movimiento juvenil que tenía como propósito mediar entre los manifestantes y la policía. Quienes integran este grupo se hacen en la primera línea de la protesta y llevan escudos de lata para proteger a los que vienen caminando detrás. Los Escudos Azules nacieron tras la muerte de Dilan Cruz, el joven símbolo de la violencia que enfrentan los protestantes por parte del ESMAD. Dilan fue asesinado de un disparo a quemarropa en las manifestaciones de noviembre de 2019. El 24 de febrero de 2021, Gareth se unió a la marcha convocada en Bogotá contra la brutalidad policial. Días antes, había circulado información sobre un comunicado en el que la Dirección de Investigación Judicial (DIJIN) les tachaba de ser un grupo radical y violento, que haría destrozos durante esa jornada. “Ese 24 en la mañana, un representante de la policía dijo en una radio local que ya nos conocían y que éramos un movimiento pacífico”.

Gareth Sella con su mascota en Bogotá.
Gareth Sella con su mascota en Bogotá.Camilo Rozo

Gareth y sus compañeros salieron a la calle confiados en que la policía sabía que no tenían ningún plan para hacer vandalismo y que la jornada transcurriría con normalidad, pero a unas horas de caminar por el centro de la ciudad, el ambiente empezó a ponerse tenso, a pesar de que era una movilización pequeña. Apenas unas 200 personas. Se presentó una escaramuza, que se disolvió pronto, pero el ESMAD se fue de frente contra la marcha. “Los veo venir, aunque ya no hay gente enfrentándose, empiezan a lanzar bombas aturdidoras para dispersarnos. Un agente me mira, yo trato de girarme y en ese momento me disparan”. Pudo ser una recalzada, que son pequeños fragmentos de metal, cristal o balines envueltos en tela o metidos dentro del recipiente del gas lacrimógeno. O pudo ser una goma. Gareth no lo sabe bien, pero sí recuerda que le dieron en la nariz y en el ojo. “Mientras iba corriendo pidiendo auxilio, me llevé la mano al ojo, tenía sangre. Me lo tapé y me di cuenta de que no veía. Todo se volvió negro”. Después de varios minutos suplicando ayuda, logró llegar a una clínica. “Aquí viene la parte asquerosa: Me dieron ganas de vomitar. Me pasaron una bolsa y vomité dos veces, era negro lo que salía. Yo sentía que me moría. Mientras vomitaba, por la fuerza que hacía, salía sangre del ojo. Era horrible”, lo dice con una tranquilidad que no parece que la historia que está contando fuera sobre él.

“Fue un golpe, sobre todo de realidad. De ver el país en el que vivo. Yo me formé como cineasta y de repente tengo a alguien ahí, detrás, formado para matar. Que me ve como un enemigo, que cree que estamos en una guerra y que me tiene que acabar”, dice Gareth, que se ha convertido en unas las caras más visibles de los afectados por traumas oculares en Colombia. En marzo de 2021, cuando apenas aprendía a vivir detrás de unos lentes oscuros, ofreció un memorable discurso ante el Congreso para denunciar la violencia policial: “La gente ha despertado, y aunque nos quiten los ojos, vemos sus crímenes de Estado”.

David Racedo, 30 años

David Racedo lleva ocho meses esperando una prótesis, pero ni siquiera ha conseguido que le quiten los puntos de sutura tras perder el ojo derecho durante las protestas de agosto de 2021 en Bogotá. “El tema médico ha sido difícil, no he logrado una cita, no he tenido chequeos”, cuenta una tarde de abril, cerca al mercado popular en el que vende ropa y zapatos. Antes de la agresión, también hacía domicilios en una moto, pero no pudo volver a manejar. David vive en Usme, un barrio popular de Bogotá, que fue uno de los puntos con más enfrentamientos entre los agentes del ESMAD y los manifestantes. Un mes antes de que sufriera la lesión, un joven había muerto allí a manos de la policía.

David Racedo perdió el ojo durante las protestas en Bogotá en 2021.
David Racedo perdió el ojo durante las protestas en Bogotá en 2021.Camilo Rozo

La noche del 26 de agosto, cuando intentaba llegar a su casa caminando porque el transporte había sido suspendido por las protestas, quedó en medio de un cruce de piedras y balas de goma entre la policía y algunos manifestantes. “Ya era de noche. Era entre las siete y las ocho de la noche cuando sentí el impacto de una bala de goma en mi ojo derecho. Me trasladaron primero a un salón comunal, pero era grave. Luego me llevaron a un hospital y me hicieron una cirugía. Había perdido mi ojo y mi visión al 100%”, dice David, mientras se estira el caucho de uno de los costados del parche negro que usa. “Me impactaba cada vez que veía una historia de alguien que se había quedado sin un ojo por salir a protestar, pero viviéndolo en carne propia me doy cuenta de que es más difícil de lo que parece. Hay muchas historias de las que no se habla, invisibles, por los que nadie ha hecho nada”. Su caso es uno de esos.

Daniel Jaimes, 20 años

Daniel Jaimes todavía no se reconoce cuando se mira al espejo. El primero de mayo de 2021, un proyectil de gas lanzado por un agente policial le pulverizó los pómulos, le desprendió el maxilar superior, le rompió los dientes, le fracturó la nariz, le dejó el tabique como un acordeón y le estalló el ojo derecho. Lo rompió todo. “Cuando veo una foto, veo que no soy el mismo. Por fuera soy otro”, dice, mientras enseña en su teléfono unas imágenes de cómo se veía antes. Daniel es una de las víctimas más jóvenes de las agresiones oculares. Le han hecho tantas cirugías, que eso ya no es lo que más recuerda. Cuando piensa en los primeros días tras la agresión aparece en su cabeza su mamá. “Esto nos afectó a todos. A mi mamá le tocó estar un mes entero durmiendo en un sofá para poder estar pendiente de mí”, dice. Su caso fue uno de los peores: “[En urgencias] me cortaron la camisa que llevaba porque estaba hinchado. No sabía que iba a pasar, podía quedar completamente ciego, por suerte no fue así”.

Daniel usa un parche en su ojo derecho y creía que volver a lo de antes iba a ser difícil. Estudia Diseño Gráfico y es aprendiz en un taller de tatuajes. “Era muy triste pensar que no iba a poder continuar haciendo lo que me gustaba, a lo que le meto hasta seis horas seguidas sin cansarme, pero un día, cuando ya estaba tirando la toalla, me miré las manos y me dije: sí puedo”, dice y se las vuelve a mirar.

Daniel Jaimes, estudiante de diseño gráfico.
Daniel Jaimes, estudiante de diseño gráfico.Camilo Rozo

Andrés Guerrero, 24 años

“Bogotá no está pensada para alguien con una discapacidad. Si me quito la prótesis no me dan trabajo. No es la sociedad la que se adapta a uno, es uno el que se tiene que adaptar a todo para no parecer un bicho raro”, dice Andrés Guerrero, que lleva tres años intentando vivir como antes de quedarse sin uno de sus ojos. En septiembre de 2019 participaba en una manifestación tras conocerse un robo millonario de recursos públicos a manos del rector de la Universidad Distrital, donde él estudiaba. “El movimiento estudiantil salió a las calles para exigirles a las directivas de la universidad que asumieran la responsabilidad. El ESMAD estaba gaseando. Ya estaba dentro de la universidad cuando sentí el impacto, no sé con qué artefacto fue, pero me golpeó el ojo derecho”, cuenta Andrés, que llegó a esta entrevista montado en su bicicleta. Lo que no pudo volver a hacer fue jugar al fútbol, y ya estaba en categoría semiprofesional. “Tuve que dejarlo y volver a adaptarme a cosas que parecen sencillas (...) [con estas agresiones] buscan generar miedo, censurar las protestas, que la gente no salga”.

Hay varias cosas en común entre la mayoría de las víctimas de lesiones oculares en Colombia. Andrés, que ha conocido a decenas de estas porque es parte de las primeras víctimas, lo dice claro: “pobres, de universidades públicas, sin derechos básicos. Personas que no tienen recursos, muchos ni siquiera tienen la posibilidad de ir a un oftalmólogo”, dice Andrés, que aunque ya no pueda jugar fútbol y su vida no sea la misma, sabe que valió la pena manifestarse ese día de septiembre. El rector de la universidad contra quien protestaban terminó aceptando ante la Fiscalía que utilizó recursos de la educación pública para viajes personales y automóviles de lujo. En octubre de 2021 fue condenado a 21 años de prisión.

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Sobre la firma

Sally Palomino
Redactora de EL PAÍS América desde Bogotá. Ha sido reportera de la revista 'Semana' en su formato digital y editora web del diario 'El Tiempo'. Su trabajo periodístico se ha concentrado en temas sobre violencia de género, conflicto armado y derechos humanos.

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