Caravana de mujeres en la era digital
El primer autocar de solteras salió hace 30 años hacia Plan, un pueblo de 150 habitantes La tradición resiste pese a la amplia oferta de webs de contactos
Vienen de distintos barrios de Madrid, nacieron en países diferentes. Nunca coincidirían en las mismas tiendas. Algunas, las menos, no han cumplido aún los 30 y otras hace tiempo que dejaron atrás los 60. Pero a las 9 de la mañana de un sábado, 50 mujeres con muy poco en común hacen cola para subirse al mismo autobús. Todas han pagado 20 euros por participar en una Caravana de Mujeres que se publicita como “la verdadera caravana del amor”. En un hotel de carretera a las afueras de Mérida esperan vecinos de pueblos de Extremadura que han abonado el triple para cenar, bailar y hablar con ellas. El primer autocar como este salió hace 30 años rumbo a Plan (Huesca, 150 habitantes), y la tradición resiste pese a la amplia oferta de webs de contactos en Internet. El autobús va lleno. Cargado de acentos y perfumes diferentes. “¡A por ellos!”, grita Miriam, colombiana, una de las veteranas, nada más arrancar.
Marlene, ecuatoriana, de 56 años, es novata. “Llevo 14 años en España y nunca he salido a ningún sitio. Trabajo de asistenta y todo lo que gano es para mis hijos. Esto es lo primero que hago para mí”. La colombiana Graciela, de 67, lleva 14 años participando en estos viajes. María Luisa, española, acaba de enterarse de que el autobús es una caravana de mujeres. “¿Pero dónde me has traído?”, le pregunta a su amiga María Isabel, de 64 años, viuda, que le había prometido una excursión por Toledo. Venecia, una de las organizadoras de la caravana, anuncia por el micrófono: “Este va a ser el mejor día de vuestra vida, haya o no haya, pero va a haber. Ya está la zona avisada”. Elisabeta, rumana, mira con cara de susto. Trabaja toda la semana de interna en una casa y hoy, sobre todo, tiene ganas de bailar.
3.000 chicas, 60 parejas
Venecia Alcántara, dominicana, conoció a su marido, Manolo Gozalo, en una caravana de mujeres hace 20 años. Desde entonces le ayuda a planificar estos peculiares viajes. Su historia de amor es el mejor reclamo publicitario para su negocio. “Por aquí han pasado unas 3.000 chicas. Desde 1996 hemos organizado unas 350 caravanas de las que han salido unas 120 parejas. Muchas se han separado ya, pero según nuestra base de datos, hay 60 en vigor. Dos me invitaron a la boda”, cuenta Gozalo. No vive de esto. Trabaja en Correos y como extra en series de televisión. “De cada una saco unos 200 euros de ganancia, pero gracias a las caravanas he conocido casi toda España”.
Ellas pagan 20 euros por comida, cena y viaje de Madrid a Mérida. Ellos, 60
En la era de las aplicaciones para ligar desde el móvil, cuando decenas de webs prometen encontrar a la pareja ideal mediante complicados algoritmos, y otras, como Singld, anuncian inversiones millonarias para unir a solteros cotejando sus perfiles genéticos, el método clásico mantiene su público. Las caravanas de mujeres son lo más parecido a una verbena de pueblo itinerante. “Las páginas de Internet no son nuestra competencia porque somos distintos mercados. A esta gente le gusta el cara a cara”, explica Gozalo.
La pionera, la de Plan, en 1985, fue un éxito. La idea surgió en un bar, después de que un grupo de solteros viera el wéstern Caravana de mujeres (1951), sobre las peripecias de un grupo de chicas que atraviesa el desierto para repoblar un valle. La película les animó a publicar un anuncio en El Heraldo de Aragón: “Se necesitan mujeres entre 20 y 40 años con fines matrimoniales para pueblo del pirineo aragonés”. Para apuntarse había que llamar a un teléfono que, por supuesto, era fijo.
El recibimiento es descorazonador: hay cinco hombres en la puerta y 50 mujeres en el autobús
El objetivo de aquellas primeras caravanas era la repoblación rural. Gozalo insiste en que ese sigue siendo el fin de los viajes que organiza cada mes a sitios como Castillejo de Mesleón, Villaseco del Pan, Villa de Fuentidueña, El Pedernoso o Gárgoles de Arriba... , pero sabe que muy pocas mujeres quieren dejar la ciudad para irse a vivir a un sitio pequeño. Isabel, que va por su quinta caravana y hoy ha enredado a seis amigas para ir a Mérida, admite que si conoce a alguien interesante —lo que no es fácil, porque “los jóvenes se van con las jóvenes y los mayores también”—, lo más que puede llegar a pasar es una relación telefónica con visitas de vez en cuando. “Ellos quieren que te vayas a vivir a los pueblos, pero no estoy dispuesta”. No hay príncipe azul que las aleje de sus nietos.
“Les habla el comandante del vuelo. Quedan 18 minutos para aterrizar. Váyanse peinando”, dice por el micrófono José, el conductor, interrumpiendo por un agradable minuto la atronadora música reguetón que suena desde Madrid, hace cinco horas. Las mujeres desenfundan polveras y barras de labios. Llegamos al hotel Romero, un tres estrellas a cuatro kilómetros de Mérida. El recibimiento es descorazonador: Hay cinco hombres en la puerta; 50 mujeres en el bus.
“La última vez nos recibieron con ramos de flores. Había muchos hombres, pero 60 euros es mucho dinero”, informa una. “Se nota la crisis”, explica Gozalo. La caravana ya visitó este hotel el pasado abril. Quizá la polémica ayudó entonces a atraer al público. “Hicimos un cartel que decía: ‘Caravana de mujeres, se garantiza a los primeros 55 solteros la compañía de chicas solteras’. Y se nos echaron encima las feministas —el autocar terminó con una pintada en la que se leía “caravana machista”—. Pero pagaban 60 euros y algo había que garantizar”, justifica José Romero, dueño del establecimiento. “Hemos suavizado el cartel. Ahora dice ‘convivencia de solteros”.
Julio, 37 años, vecino de Calamonte, está encantado con el ratio hombres-mujeres. “Lo de Internet no me gusta, muy frío. Y no seré yo el que avise a nadie más”. Hoy solo le interesa Lupita, de 44 años, a la que conoció en la anterior caravana. “Desde abril hablamos por teléfono. Estoy muy enamorado. Voy a pedirle que se case conmigo”. El cortejo de Lupita entretiene a otras seis amigas y por momentos recuerda un videoclip de Pimpinela. Él se arrodilla para pedirle matrimonio mientras las demás aplauden. Ella se ríe y dice que sin anillo, nada de nada. Un tango con otro hombre desanima finalmente a Julio. Fernando no tiene expectativas tan altas. “A mí me gustaría hacer una amistad, recibir mensajes en el móvil por la mañana, que alguien esté pendiente de mí...”.
“Son tímidos”
Tras la cena, metamorfosis. De los baños de este hotel de carretera donde sobra el espacio y falta calor humano empieza a salir una fila de escotes. María Isabel y María Luisa, que parece haber perdonado a su amiga por traerla engañada, se enfundan en dos elegantes vestidos de encaje y sendos collares de perlas. Sobre el escenario, la cantante lleva algo parecido a un traje de mamá Noel. Y por fin aparecen los hombres —a esta hora ya no tienen que pagar 60 euros—. Como había advertido Bea al principio del viaje, son tímidos. Pero la población de la pista aumenta de forma directamente proporcional al ritmo de cubatas que sirven los camareros.
Y aunque el ratio disminuye, sigue habiendo demasiadas para tan pocos. Algunas de las mujeres permanecerán hasta las 3.30 de la madrugada, cuando sale el bus de vuelta, moviendo el pie desde la silla, viendo bailar a los demás. Ya lo comentaban hace un siglo, cuando este autocar partió desde Madrid: “Novios es más difícil, pero haces amigas. En el peor de los casos, por 20 euros has viajado, comido y cenado”.
Hijos de las caravanas
“Estoy aquí gracias a esa caravana”, explica José Serveto, alcalde de Plan (Huesca, 150 habitantes). Sus padres, José, vecino del pueblo, y Maximina, residente en Valencia, se conocieron en los tres días que duró la primera excursión de solteras, en 1985. Se casaron a los seis meses, llevan tres décadas juntos. “Tienen dos aniversarios: el de boda y el de caravana. Mi madre tenía entonces 29 años y mi padre, 41”.
Una decena de matrimonios e hijos surgieron de aquella primera caravana de mujeres. “Íbamos tres buses llenos. Todo el pueblo estaba pendiente de nosotras. Incluso dio un concierto Labordeta...”, recuerda Maximina. Tras escribirse durante seis meses y verse un par de veces, José, ganadero, viajó a Valencia para pedirle permiso a su padre para casarse con ella. “Me costó un poco dejar la ciudad para ir al pueblo, pero estaba muy ilusionada. Él es muy romántico”.
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