Bruselas ve Cataluña como un elemento más de preocupación
La UE, más allá de la distancia oficial, no ve cauces ni razones para la secesión
Cuenta un economista estadounidense que hace unos meses asistió junto a su esposa a una conferencia del ministro de Finanzas alemán, Wolfgang Schäuble, y que a medio discurso la mujer lo vio claro y distinto: “A la salida nos darán un látigo para que nos fustiguemos”. Las crisis funcionan como artefactos de esquematización: el relato alemán de la crisis europea es un cuento moral, basado en la creencia de que el patatús económico se debe a la irresponsabilidad fiscal de los pecadores del Sur, a quienes hay que castigar. A partir de ese falso guion, las soluciones son más y más difíciles, los mecanismos de solidaridad escasean, la ciudadanía de algunos países del Norte recela, en el Sur asoma un sentimiento antialemán (o antieuropeo) y en muchas de las últimas elecciones resurgen los extremismos, que en Europa funcionan como ese genio que sale de la lámpara y que tan difícil resulta volver a meter en ella. España es una especie de microcosmos de la crisis del euro: el desencuentro escenificado por Cataluña traza extraños paralelismos con esa historia. De nuevo un genio del pasado sale de la lámpara —el encaje de algunas autonomías— en plena crisis.
Las causas directas de los problemas económicos catalanes son la profunda recesión tras una burbuja inmobiliaria de aúpa y la labor de varios Gobiernos a lo largo de los años: no el más que discutible expolio fiscal (pese a que el sistema de financiación es imperfecto, y el tamaño del déficit fiscal puede ser debatible) que esgrime el separatismo para justificar sus pretensiones, según el análisis de Bruselas. Por eso, la UE vio venir esa polémica con extrañeza, que se ha metamorfoseado en preocupación al aflorar en el peor momento de la crisis española, según media docena de fuentes.
Cataluña, evidentemente, no es Alemania: para empezar, sufre en carne propia los estragos de la recesión y el paro. Pero en otras muchas cosas la analogía funciona: una vez más el Norte rico, en medio de la crisis, quiere limitar sus transferencias de solidaridad con la excusa de que ese dinero se usa “para ir al bar del pueblo” (Duran i Lleida), o para construir autovías y aeropuertos hacia ninguna parte (Merkel).
Bruselas asiste con desasosiego a ese debate: “Cataluña es una fuente adicional de inquietud; España tenía ya abundantes problemas, y ahora resulta que una de las comunidades más ricas tiene que solicitar un rescate al Estado (y uno se pregunta cómo estarán las demás), y casi el mismo día amenaza con la independencia (problemas políticos a la vista) y plantea un mal llamado pacto fiscal, que al final consiste en aportar menos recursos a las arcas del Estado ahora que la salud de las cuentas públicas genera dudas”, afirma un diplomático.
El presidente de la Generalitat ha hecho al menos un par de incursiones en Bruselas en busca de comprensión para la demanda de un sistema de financiación, de apoyo para el compromiso de Cataluña con la austeridad, incluso en labores de lobby para el uso del catalán en el Europarlamento (algo que no defiende el embajador de la Generalitat en la capital europea, Joan Prat, que no atendió a la llamada de EL PAÍS). Mas se ha entrevistado con el presidente de la Comisión, José Manuel Barroso, con el del Parlamento, Martin Schultz. Prácticamente con todo el mundillo europeo. Pero más allá de la habitual ambigüedad calculada, las fuentes consultadas, que en algunos casos presenciaron esas reuniones, no recuerdan una sola alusión a las aspiraciones secesionistas de Cataluña.
“No renunciamos a lo que somos... Más Cataluña y más Europa es nuestro lema”, dijo Mas ante la prensa en una de esas visitas. O sea, ¿menos España?, se le preguntó. “No. Nosotros somos positivos; afirmamos, no negamos nada”, aclaró. De ahí que la primera reacción en Bruselas haya sido de incredulidad. Seguida de una advertencia clara: “Algunas de las reivindicaciones catalanas se ven con cierta simpatía. Pero se está cruzando una frontera peligrosa. Puede entenderse esa aspiración por mejorar la financiación, pero ni siquiera en Alemania, con un sistema fiscal federal que puede servir como modelo, se entiende que se rebase tan a la ligera esa línea de las aspiraciones independentistas, que en Bruselas dispara alarmas ante el riesgo de efectos miméticos en otros lugares", afirma un funcionario europeo.
La independencia de Cataluña comportaría evidentes problemas jurídicos, a juzgar por el elegante redactado del artículo 4.2 del Tratado de la Unión. Además, la toma de decisiones en la UE se encamina hacia las mayorías cualificadas salvo en un punto que siempre requerirá unanimidad: la entrada de nuevos Estados. Esas barreras pueden funcionar como diques de contención: el presidente de la Comisión, José Manuel Durão, ha dejado clara la doctrina al respecto. Por un lado, ese es un asunto “interno” de España. Por otro, en caso de un hipotético caso de un proceso secesionista en un Estado miembro, “la solución tendría que encontrarse dentro del ordenamiento legal internacional”.
El Gobierno del PP ha dejado caer que el problema del déficit español es culpa de las comunidades autónomas. Falso. Y ha amagado con iniciar una cierta recentralización de competencias (con la excusa de los deberes que impone Bruselas) que genera recelos en Cataluña y que explica en parte esa reacción. Ahí, una vez más, el paralelismo con Europa es inquietante: la Troika envía a los hombres de negro a Madrid, y a su vez el Gobierno envía a sus propios hombres de negro a las comunidades rescatadas como Cataluña. Madrid evita referirse directamente a un rescate y prefiere aludir a una línea de crédito en condiciones ventajosas, y Artur Mas exige que la ayuda no tenga “condicionantes políticos”. Wolfgang Münchau, que dirige el think tank bruselense Eurointelligence, asegura que el circo político montado a ese respecto “sería cómico si no estuviera relacionado con la profunda crisis española y sus consecuencias para la gente de a pie”.
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