‘Despacito’ en Mosul
Un apunte personal de la corresponsal de EL PAÍS sobre la derrota del ISIS en la segunda ciudad de Irak
Entro en Mosul al ritmo de Despacito. No es una crítica a la lentitud en poner fin a las operaciones militares, que aún seguían una semana después de que el primer ministro iraquí, Haider al Abadi, declarara la victoria el pasado día 10; tampoco un sarcasmo ante la previsible tardanza en reconstruir la ciudad. Tan sólo se trata de la canción fetiche de Dara, el conductor kurdo que me acompaña; con ella espanta el miedo, si es que algún día lo tuvo. Hasta aquí ha llegado la pegajosa melodía de Luis Fonsi. Pero Dara no va despacito, sino que conduce como si constantemente estuviera esquivando balas.
“Quiero ver bailar tu pelo”, suena a través del teléfono conectado al equipo de música. Pero no hay cabelleras al viento, ese tabú del islam más ortodoxo y de las sociedades conservadoras en general. Aquí, las mujeres de bien siempre se han tapado la cabeza. O al menos eso es lo que han que han pretendido los guardianes de su moral (padres, hermanos, maridos, clérigos…). Aunque también ha habido quienes rompían esa imposición no escrita, especialmente entre la burguesía educada. Hasta que llegó el Califato o el Daesh, como se refieren al Estado Islámico (ISIS) sus partidarios y sus enemigos, respectivamente. Desde entonces, ni mostrar el pelo, ni mostrar la cara, y mucho mejor, quedarse encerradas en casa.
“Quiero ser tu ritmo”, añade el estribillo en total incongruencia con el paisaje. Fuera nadie baila porque sólo hay muerte y silencio. Tampoco bailaron, como hicieron los habitantes de Bagdad y de Basora la noche en que el primer ministro anunció la liberación. Para esas ciudades, la derrota del ISIS es un alivio: habrá menos riesgo de que sus hijos mueran en la batalla, y quizá el Estado empiece a dedicar más presupuesto a la educación, la sanidad y las infraestructuras básicas, muy abandonadas por el esfuerzo militar. En Mosul, la liberación ha dejado destrucción, física y del alma. ¿Cómo recomponer las vidas rotas, las amistades perdidas, la falta de confianza en el vecino? Eso no hay ritmo que lo arregle.
“Que le enseñes a mi boca”. ¿A perdonar? ¿A pedir perdón? ¿A reclamar justicia? ¿Qué se le puede enseñar a una población que ha visto y vivido el infierno? Son más bien las miradas vacías y las figuras demacradas de los últimos rescatados de los escombros de la ciudad vieja las que deben enseñarnos a evitar un horror semejante. Muchos, como los niños de un orfanato, eran escudos humanos. Otros, humanos convertidos en escudos de una ideología milenarista que logró explotar su alienación. Todos perdedores.
“Tus lugares favoritos (favorito, favorito, baby)”. Sólo que en Mosul muchos están perdidos para siempre. El Jorobado (Al Hadba), ese minarete corcovado que había devenido en símbolo de la ciudad; la tumba de Jonás, un santuario al que acudían tanto musulmanes como cristianos; los cinco puentes que hacían una ciudad del este y el oeste del Tigris, y que ahora vive amputada, apenas conectada por un pontón militar a la altura del hotel Nínive (sí, el que el ISIS quiso promocionar para las noches de bodas de sus combatientes y terminó utilizando de torreón para sus francotiradores); la Biblioteca, quemada por los barbudos y que ahora un movimiento ciudadano intenta revivir con una campaña de recogida de libros… Tal vez hay esperanza, baby.
“Déjame sobrepasar tus zonas de peligro”. Es lo que queremos todos los reporteros. Acercarnos al frente, sentir por un momento el miedo de quienes están atrapados por el fuego cruzado y de quienes combaten, y volver para poder contarlo. Es una locura. La Federación de Periodistas Arabes cifra en 47 los periodistas muertos cubriendo la ofensiva de Mosul. La víspera mi llegada unas esquirlas de metralla hirieron en la pierna a mi amigo Maher, de Reuters. Además, por mucho que sudemos bajo el casco y el chaleco antibalas apenas podremos intuir el horror de no comer durante varios días y tener que sobrevivir con raciones de agua equivalentes a un tapón. Los niños pequeños han sido los primeros en morir deshidratados. Las madres los “enterraban” en los capós de los coches. El olor de la muerte no se despega ni después de ducharse tres veces seguidas.
“Hasta provocar tus gritos”. Los gritos son sólo la primera parte del horror. Luego, cuando ya se ha sufrido lo indecible, sólo queda el silencio. Entre los escombros de la ciudad vieja de Mosul ya hace muchos días que no se oían gritos. Sólo, de vez en cuando, llantos de niños. Como la pequeña Khadija, una chechena rescatada el jueves pasado, cuyo padre murió en un bombardeo y cuya madre se hizo estallar ante los soldados que avanzaban en su dirección. Una locura. Khadija, con las piernas y un brazo rotos, sobrevivió milagrosamente. Otro motivo de esperanza.
“Y que olvides tu apellido”. Es lo que quería el ISIS, que Mosul olvidase su historia de diversidad, de ciudad cruce de caminos. Ya lo intentó antes Saddam Husein con la arabización. Ahora se trataba de la adopción un islam intransigente y brutal en el que la inmensa mayoría de los musulmanes no se reconoce. Fue su perdición. Incluso aquellos mosuleños que acogieron la llegada de los barbudos como un mal menor ante la discriminación y los abusos del Gobierno central, se fueron desencantando a medida que veían recortadas sus libertades y sus sueños. Hoy muchos querrán olvidar que en junio de 2014 aplaudieron o miraron a otro lado cuando Abu Bakr al Bagdadi proclamó el Califato. Quienes, por obra u omisión, hicieron posible ese desvarío, no deberían sin embargo olvidar sus errores (sectarismo, corrupción…) para que no vuelva a repetirse.
Dara insiste una y otra vez con Despacito a la vez que acelera como un poseso. Esta vez no me importa. Estamos saliendo de Mosul. Dejamos atrás el horror. Sube el sonido y, por una vez, no me quejo. Empiezo a entender por qué utiliza esta música machacona para desconectar de una realidad atroz. Despacito.
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PD: Agradezco a mi sobrina Nuria la transcripción del estribillo de Despacito.
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