Los dos Hong Kong a través de la familia Hui
La brecha en el seno de una familia ilustra la división generacional que marca el 20 aniversario de la devolución de la colonia
El señor Hui, de 61 años, llegó de Fujian (China) a Hong Kong en 1979, buscando dejar atrás los coletazos de la Revolución Cultural que aún se vivían en China. Encontró la entonces colonia británica “muy próspera” y allí se quedó. En 1997 vivió la devolución del territorio como algo natural: "Siempre ha estado claro que es suelo chino”. Hoy sigue convencido de que lo que es bueno para Pekín es bueno para Hong Kong. Su hija, Nadia Hui, de 27 años, lo tiene mucho menos claro.
La excolonia conmemora este fin de semana el 20 aniversario de lo que Pekín llama “el regreso a la madre patria”: aquel 1 de julio de 1997, se arriaba la Union Jack y el presidente chino, Jiang Zemin, veía izar la de la República Popular de China. Pero si en aquel entonces un 77,5% confiaba en el futuro, hoy sus 7,4 millones de habitantes se encuentran divididos. En muchos casos, como en la familia Hui, la diferencia es una cuestión de generaciones: si los padres están más dispuestos a aceptar la presencia cada vez mayor de China, un 93% de los jóvenes entre los 18 y los 29 años se identifican solo o principalmente como hongkoneses. Los Hui no son una excepción.
“Pude salir de China porque mi padre vivía en Indonesia y pedí reunirme con él. Entonces las salidas se hacían por Hong Kong, y aquí me quedé. En 1982 me casé y mi esposa se reunió conmigo en 1985. Hubo que empezar de cero, me puse a trabajar en una fábrica. Tuve que aprender el idioma, el cantonés, porque entonces aquí nadie hablaba mandarín. Fue difícil. A los que llegábamos de China continental nos miraban mal, nos llamaban paletos. Pero trabajábamos duro. Y poco a poco construimos nuestra vida”, recuerda este directivo.
Entonces, las diferencias entre el continente y la colonia eran drásticas. El país comunista vivía aún en la pobreza. En cambio, Hong Kong disfrutaba de su estatus de puerto franco para hacer gala de riqueza. “Todo estaba muy bien organizado. Muy limpio. Se vivía bien”, rememora.
Mientras los Hui se integraban en la sociedad hongkonesa, la colonia vivía con el aliento contenido las negociaciones entre la China de Deng Xiaoping y el Reino Unido de Margaret Thatcher sobre los términos en que se llevaría a cabo la devolución cuando expirasen los 99 años de cesión china del territorio. “Mucha gente estaba preocupada. Muchos emigraron”, recuerda la madre, la señora Tsoi, de 58 años y ejecutiva de una empresa de seguros.
Ellos no. “Teníamos fe en el Gobierno chino. Sabíamos que no iban a dejar que Hong Kong se echara a perder”, cuenta Tsoi.
Tras la devolución, y bajo el principio “Un país, dos sistemas”, que salvaguardaba hasta 2047 libertades en Hong Kong impensables en el continente, la excolonia continuó, efectivamente, su trayectoria de prosperidad. Las inversiones y el turismo chino contribuyeron a alimentar un crecimiento del PIB que en 2003 llegó al 6,1 por ciento anual.
Pero también fueron llegando otros cambios menos bienvenidos. Esa misma afluencia de los chinos del continente ha disparado los precios de la vivienda, que se ha convertido en la menos asequible del mundo para sus residentes. Los jóvenes han quedado expulsados, a efectos prácticos, del mercado inmobiliario. El crecimiento ha ido perdiendo fuelle. Con el ojo puesto en el inmenso mercado de la segunda economía del mundo, las multinacionales prefieren ofrecer sus empleos a chinos continentales con buenas conexiones en lugar de hongkoneses nativos con un dominio peor de la lengua del otro lado de la frontera. La pujanza de China ha creado en muchos la sensación de ser extraños en su propia tierra, sin poder de decisión sobre sus propios asuntos, en los que Pekín tiene cada vez más voz.
La Revolución de los Paraguas de 2014 fue resultado de esa acumulación de descontentos. Una parte de la sociedad, en especial las jóvenes generaciones, rechazó como insuficiente la modalidad de sufragio universal que Pekín presentó para cumplir una promesa formulada una década antes. Mientras los señores Hui censuraban un movimiento que paralizó el centro de la ciudad durante tres meses, Nadia, la hija de los Hui, entonces de 24 años, corría a participar en él. “Nos prometieron el voto y luego retiraron esa promesa. Y era algo que nos correspondía, algo nuestro”, evoca la joven, hoy día dedicada a la enseñanza.
Enrocados en sus posiciones, ni los prodemócratas ni China quisieron ceder. Todo quedó como estaba, pero con mucho más resentimiento y desconfianza por ambas partes.
Desde entonces, China ha aumentado gradualmente, según denuncian los prodemócratas, sus intentos de controlar la sociedad civil. El secuestro, por parte de agentes de Pekín, de cinco libreros hongkoneses especializados en libros prohibidos fue un mazazo para esta sociedad. Y del movimiento estudiantil que lanzó la Revolución de los Paraguas han surgido varios partidos defensores de mantener las distancias con China o incluso la independencia.
Una palabra que es anatema para los Hui. “Me irrita que la gente no esté de acuerdo en que son chinos, que forman parte de China”, explica el padre. La señora Tsoi contemporiza: “los jóvenes están atrapados entre dos tendencias, la globalización y el localismo, y sienten que no tienen esperanza, que Hong Kong se está quedando al margen”.
Aunque un 40,4% de los hongkoneses expresa poca confianza en el futuro de la excolonia, los padres Hui se incluyen en el 49% que se declara optimista. “Cuanto más fuerte sea China, mejor estará Hong Kong”, opina él. “Si la economía china sigue creciendo, Hong Kong se irá vinculando cada vez más al continente”, considera ella.
Nadia lo tiene menos claro. Aunque desencantada del Movimiento de los Paraguas y sus secuelas —los nuevos políticos jóvenes “aún están muy verdes”—, insiste en que Pekín debe facilitar el sufragio universal prometido. “Si no, nos están mandando el mensaje de que no nos respeta, que le da igual lo que pensemos. Creo que es precisamente porque Pekín está enviando este mensaje que los ciudadanos de Hong Kong están ahora más politizados”, comenta.
El futuro, a juicio de la joven, no es prometedor. Si continúa la creciente influencia de Pekín y la afluencia de dinero chino, se teme, “en diez años Hong Kong habrá dejado de existir. Sí, habrá una ciudad que se llame así. Pero ya no será Hong Kong. Será otro Shenzhen, otro Shanghái, una gran ciudad china más”.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.