Escocia, un nuevo frente contra el ‘Brexit’ duro
Los conservadores escoceses se han convertido en una fuerza pujante para que Reino Unido se quede en el mercado único
Dice Andrew McMnair que los escoceses, cuando se lo proponen, son duros de pelar. “Desde luego no nos cansamos de intentarlo. Mira la Piedra de Scone…”, bromea este antiguo destilador de whisky de Aberdeen. McMnair, que nació en Glasgow hace 82 años, sonríe al recordar la historia de la llamada Piedra del Destino, vital en la mitología de Escocia y uno de los emblemas de las tiranteces entre Escocia e Inglaterra. Confiscada por los ingleses en 1296, descansó hasta hace dos décadas bajo el trono de la Abadía de Westminster para las coronaciones reales. Hasta que el conservador John Major accedió a devolverla. Pero cuentan las leyendas que antes, un grupo de nacionalistas escoceses había robado la roca de Londres y esta estaba, en realidad, a buen recaudo con un grupo de monjes escoceses. Falsa o no, la simbólica roca, largamente reclamada desde las Tierras Altas, se convirtió en la gran baza política del primer ministro británico Major para reconquistar a los escoceses en un momento político complicado.
Ahora, la Piedra del Destino, que regresó a Edimburgo en 1996, se llama Brexit suave. Es la salida menos mala, para los escoceses, tras el desastre que provocó el referéndum de hace un año en un territorio que votó mayoritariamente para quedarse en la UE (62%), a diferencia de sus vecinos ingleses. Y Escocia ya no es aquella nación que Margaret Thatcher llegó a definir como un “desierto de escombros mantenido por Westminster”. Tampoco una región a la que le roban un símbolo en forma de piedra arenisca y 150 kilos de peso. Si en los últimos años ya había logrado una importante influencia política, en las elecciones de la semana pasada Escocia ha pasado a ser un elemento de enorme poder y presión dentro del Partido Conservador y del Gobierno de una dañada Theresa May. Y hoy es una conservadora escocesa, Ruth Davidson, la que tiene la sartén por el mango para defender la postura de sus vecinos.
La líder del partido en Escocia, que ha logrado 13 valiosísimos escaños allí (tenía solo uno) sin los que los conservadores no podrían completar el acuerdo con los norirlandeses del Ulster —lo único que les garantiza la permanencia en el Gobierno—, se ha movilizado para evitar que la primera ministra —“salir sin acuerdo es mejor que un mal acuerdo” o “Brexit significa Brexit” ha dicho May reiteradamente— complete sus intenciones de sellar un divorcio duro con el club comunitario. Davidson reclama, y no se corta en hacerlo en público, un acuerdo “suave” con la UE. La escocesa, que fue una voz fundamental en la campaña por la permanencia, ha exigido a May que “ponga la economía del país primero” y que deje de centrarse tanto en el control migratorio. La emergente Davidson, que se reunió este lunes con la jefa de Gobierno en Downing Street, está poniendo todo su empeño en que el Ejecutivo trabaje para conseguir un tratado que permita a Reino Unido permanecer en el mercado único. Y parece que May la ha escuchado, según declaró Davidson a la salida de la cita. “Creo que puede haber cambios en la oferta sobre el Brexit, así que podremos avanzar”, apuntó.
Davidson —que es diputada en el Parlamento regional y no en Westminster— tiene la influencia para exigir lo que otros parlamentarios tory de zonas que votaron contra el Brexit no habían tenido la fuerza para reclamar. Ha afirmado, además, que su equipo en Londres trabajará por los intereses de Escocia, sobre todo en temas comerciales y de libre circulación. La voz llega alta y clara desde la nación más septentrional de Reino Unido, donde también la ministra principal, la nacionalista Nicola Sturgeon, ha exigido a May un cambio radical de postura. Ambas escocesas, rivales, comparten los mismos intereses. La conservadora se ha convertido también en otra voz que puede resultarle incómoda a la primera ministra al reclamar que, aunque el acuerdo con los norirlandeses —un partido ultraconservador que ataca los derechos sexuales y reproductivos—, sea absolutamente fundamental, no puede ceder ni un palmo en temas como el matrimonio igualitario; al que el DUP se opone frontalmente.
Al antiguo destilador McNair, que el sábado disfrutaba del partido de fútbol que enfrentaba a Escocia contra Inglaterra en un pub de Edimburgo con su hijo, Steve, le preocupan seriamente las consecuencias para Escocia del divorcio con la UE. Vivió en su juventud los años más duros de una Escocia rural y minera. La época de los recortes y la mano de hierro de una Margaret Thatcher que se cebó con un territorio que, afirma, “despreciaba”. Fue entonces, cuenta el destilador que antes fue obrero, cuando se formó una verdadera frontera mental entre Inglaterra y Escocia. Una diferencia y un recelo que alimentaron primero el laborismo y poco a poco al independentismo. “Ahora la gente no está para experimentos, la inestabilidad asusta, pero si el Brexit sale mal habrá muchos que vuelvan a querer una Escocia independiente”, afirma. Una opinión que comparten también distintos analistas, entre ellos Ian Wooton, de la Universidad de Strathclyde.
La emergente Davidson lo sabe. La conservadora ha centrado la campaña de las elecciones generales para su partido en un rechazo total a un segundo referéndum de independencia, un asunto que ahora no es deseable para la mayoría de los escoceses. Y le ha salido bien. Ha conseguido que los nacionalistas del SNP pierdan terreno y arrebatarle escaños decisivos. McNair hijo, que trabaja como abogado, por ejemplo, cuenta que ha votado conservador por primera vez en su vida. Su padre, laborista. Y como ellos, la líder de los tory es muy consciente de que un mal acuerdo con Bruselas puede dar alas a las aspiraciones nacionalistas. Y volver a poner sobre la mesa un asunto que está descansando en la nevera pero que, ni mucho menos, está enterrado.
El impacto en la economía
Abandonar los acuerdos de libre comercio puede poner en serio riesgo sectores tan típicos como los del whisky o los short-bread, las tradicionales galletas que Escocia exporta a medio mundo, afirma Steve, abogado. Un informe del Fraser of Allander Institute, un think tank dependiente de la Universidad de Strathclyde, concluía hace unos meses que la salida de la UE tendría un gran impacto en los sectores de ella alimentación, los servicios legales y las finanzas, los más vulnerables debido a su relación con los mercados europeos. Los economistas apuntaban que Escocia podría reducir su PIB en unos 8.000 millones de libras y perder entre 30.000 y 80.000 puestos de trabajo.
También el floreciente sector de las nuevas tecnologías puede verse muy afectado tanto en todo Reino Unido como en Escocia si se llega a un Brexit duro. En 2015, había unos 181.000 ciudadanos comunitarios viviendo en Escocia (el 3,4% de la población). Y casi el 12% de los empleados de las compañías de software y tecnología asentadas en Escocia proceden de otros países de la UE.
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