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“Solo quiero irme, no volveré a poner los pies aquí”

Los bomberos rescatan 35 cadáveres pero no hallan a ningún superviviente en Amatrice, un pueblo lleno de escombros

La devastación se ha cebado con la localidad de Amatrice.Foto: reuters_live | Vídeo: M. S. O.

Lo primero que dijo el alcalde de Amatrice después del terremoto es que “Amatrice ya no existe”. Y así es. En el centro histórico del pueblo apenas quedan edificios en pie, solo alguna pared de alguna casa. La calle principal de este pueblo fantasma está llena de escombros, ni siquiera se puede llegar de una parte a otra. Las tiendas están cerradas, una iglesia derrumbada y en la otra solo queda en pie el campanario, que no ha cesado de moverse desde el primer temblor y que tiene un alto riesgo de caída.

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Fuera del centro, hay edificios que continúan en pie, pero los habitantes no se atreven a volver a sus viviendas, porque les trae el peor recuerdo. Hay nuevos sustos continuamente. En la madrugada de ayer hubo al menos tres temblores que se han sentido con fuerza, y un nuevo seísmo de magnitud 4,3 por la tarde sembró el pánico de nuevo.

La única señal de vida que queda es la cantidad de ambulancias, coches de bomberos y policía, y el trabajo sin descanso de los servicios de emergencia y los voluntarios, que hacen todo lo posible por rescatar a personas con vida. Uno de ellos es Carlo Cardinale, bombero, que ha trabajado desde el momento del desastre. “En la calle principal sabemos que todavía hay muchas personas bajo los escombros pero, por desgracia, solo hemos rescatado cadáveres. Nos hemos centrado en la zona del Hotel Roma, porque creemos que había más de 65 personas”, dice Cardinale sobre este albergue, uno de los lugares en los que más muertos se esperan y en el que ya se han encontrado 35 cuerpos. El trabajo de los bomberos es complicado, porque necesitan asegurar el acceso a zonas inestables y en un terreno que todavía tiembla. Cardinale ha rescatado a más de 15 cadáveres y está decidido a “continuar hasta que no quede nadie” bajo los escombros.

Como él, los vecinos no han descansado desde las 3.36 de la madrugada del miércoles, la hora del desastre, pero tampoco piensan hacerlo, porque todos, cada uno en la medida de sus posibilidades, hacen lo posible para ayudar, aunque quedan cada vez menos esperanzas de encontrar a alguien con vida bajo los escombros.

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Amatrice —un pueblo pequeño de 2.600 habitantes— está situado en una zona montañosa. En él, los temblores son habituales, pero no de esta magnitud y con estas consecuencias. La gente normalmente sale a zonas abiertas cuando llegan los seísmos, pero en este caso a muchos no les dio tiempo, porque ocurrió por la noche. En las escuelas, los niños hacen simulaciones de terremoto. Les enseñan a meterse debajo de las mesas, aunque no hubiera funcionado en este caso, ya que los techos de las casas también se derrumbaron. Los niños constituyen una de las grandes preocupaciones de los adultos y hay quien les ha escondido la naturaleza real de lo ocurrido y ha preferido decirles que el ruido provocado por el terremoto venía de una gran banda de tambores que estaba tocando.

Daniele, de 30 años y vecino de Amatrice, es uno de los supervivientes que todavía no se cree la devastación por la que atraviesa su localidad. “Amatrice es un paraíso destrozado, era un pueblo muy bello del que no queda nada”, lamenta Daniele, trabajador en una fábrica, que disfrutaba a diario de caminatas por la montaña y de amaneceres tranquilos, sin el bullicio de las grandes ciudades. Se despertó en la madrugada del miércoles con el temblor, de una magnitud que nunca antes había vivido. Al encender la linterna de su teléfono móvil, vio que su habitación estaba dañada y logró salir de su casa junto a su novia. Estaban a salvo. Pero a ese momento de alivio siguieron los peores temores. “Lo primero que vi al salir fue una casa verde, preciosa, totalmente destrozada. Era la casa que marcaba el inicio del pueblo, casi un símbolo para nosotros. Al llegar a la calle de entrada, vi que todo había estallado. Mi novia y yo vimos el pueblo, nuestra vida, destrozada”.

Desde ese momento se puso a ayudar a quienes gritaban pidiendo socorro. “Conozco a mucha gente que ha muerto o está desaparecida. Aquí nos conocemos todos, éramos una gran familia”, recuerda el joven, que todavía no se atreve a pensar en el futuro. Para él, se ha detenido el tiempo. “Todavía no puedo ni pensar en qué ocurrirá aquí. Esta noche ni siquiera me he atrevido a entrar en casa, puse una tienda de campaña en el jardín y dormí ahí unas horas, hasta que pude volver a ayudar de nuevo”, recuerda. Le preocupa qué pasará con toda la gente que se ha quedado sin casa y que está a la espera de una solución. “El invierno nos da mucho miedo. Estamos en un pueblo de montaña, hace mucho frío. Esta noche, ya ha hecho unos 10 grados y en el invierno nos esperamos lo peor si nadie nos ayuda”.

Por ahora, los evacuados afrontan su día a día con todos los servicios cubiertos, pero con la intranquilidad de nuevos temblores. Hay cuatro campamentos disponibles para ellos, de unas 300 personas cada uno. En ellos hay grandes tiendas de campaña, además de servicios, duchas y un puesto de reparto de comida. Las autoridades también han dado tiendas de campaña para pasar la noche en el parque del pueblo, donde hay cargadores para los teléfonos móviles y aparatos electrónicos. Dentro de la tragedia, se sienten bien tratados tanto por los trabajadores como por los voluntarios, pero el miedo continúa y el hecho de volver a entrar al pueblo se convierte en un horror.

“Solo quiero irme de Amatrice y no volver nunca, no quiero volver a poner mis pies aquí nunca más. Nos han ayudado mucho, pero yo aquí no vuelvo. Mi casa está destruida, se me cayó el techo encima y estoy viva de milagro. Solo quiero irme lejos”, repite con insistencia y todavía con lágrimas en los ojos Jessica, de 22 años, cuidadora de una anciana, que espera encontrar trabajo en una ciudad, muy lejos del pueblo que le ha hecho perder “más de media vida”.

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