Un bloqueo que aún hace mucho daño en Gaza
El Banco Mundial recuerda que, pese a las mejoras económicas en la franja, sus habitantes viven peor ahora que a finales de los años noventa
Ver por la calle riadas de críos y adolescentes con enormes mochilas multicolores a la espalda es señal clara de que la guerra ha terminado en Gaza, donde los escolares son la mitad de la población. Las escuelas del enclave reabrieron este sábado tras una semana larga de enfrentamientos entre las milicias islamistas palestinas e Israel. Enterrados los más de 160 gazatíes muertos y con unos mil heridos recuperándose, los habitantes de Gaza retoman su extraña normalidad, que incluye un bloqueo que ya no asfixia como antes pero constriñe muchísimo la economía.
La clientela del pequeño supermercado del señor Abu Safar, de 55 años, en la ciudad de Deir el Balah, puede elegir entre un Fairy israelí (etiquetado en hebreo) y otro Fairy de limón procedente de Egipto (en árabe). El precio es similar. La diferencia es que uno ha sido importado desde el vecino del norte y el otro ha entrado de contrabando por un túnel subterráneo —la vía por la que Hamás también introduce las armas— desde el sur. “Si le dicen que falta algo, mienten. Lo que no tenemos de un lado, llega del otro”, asegura el tendero.
Los comercios están surtidos, pero un 28% de la fuerza laboral no tiene trabajo, las familias son grandes y los muy salarios limitados. La economía de Gaza se ha ido recuperando porque las ayudas extranjeras han aumentado y el bloqueo económico se ha suavizado, aunque el Banco Mundial (BM) advierte: “Hay que tener en mente que el gazatí medio vive hoy peor que a finales de los noventa”, según su informe ¿Estancamiento o reactivación? Posibilidades económicas palestinas, de marzo pasado.
La industria de los túneles fronterizos —unos 140 han sido destruidos en la última ofensiva— se ha ido adaptando a las restricciones que Israel imponía y levantaba, y ahora entra por esa vía el 50% de lo que Gaza compra (unos 1.200 millones de dólares anuales). “De Egipto vienen el hormigón, todos los materiales de construcción para el sector privado y para Hamás, cigarrillos…”, explica en su casa el analista económico Omar Shaban, del instituto Palthink.
Ahora las autoridades israelíes permiten importar “todo salvo material de doble uso”, es decir, que también pueda ser utilizado para fabricar armas, explica Guy Inbar, un portavoz militar israelí. En esa definición se incluyen tubos de hierro, fertilizantes o productos electrónicos. Añade el comandante que solo las organizaciones internacionales como la ONU pueden importar cemento, pero ello requiere que sus proyectos sean aprobados por la Autoridad Nacional Palestina, asentada en Ramala a las órdenes del presidente Mahmud Abbas, y supervisados después por el Ejército israelí.
Un recorrido por la franja evidencia rápidamente el boom de la construcción porque proliferan los andamios. La actividad que vive el sector impulsa un crecimiento económico que es ahora grande porque partía de niveles ínfimos, precisa el BM. El acuerdo de alto el fuego entre Hamás e Israel, con Egipto como mediador y garante, implicará alguna mejora en dos sectores importantes en la pequeña y densamente poblada franja mediterránea: los agricultores pudieron trabajar sus cultivos pegados a la frontera —un día después de que uno de ellos muriera de un disparo isarelí— y los pescadores podrán faenar a seis millas de la costa, el doble que ahora.
Atrás queda, aunque en la franja no se olvida, el año 2007, cuando casi todo, incluidos leche, carne, material escolar, o jabón, escaseó hasta límites insufribles. Israel, seguida por el Egipto de Hosni Mubarak, implantó el bloqueo después de que Hamás (ganador de las elecciones de un año antes) echara por la fuerza a sus rivales de Fatah y asumiera todo el poder. Era la primera fase de las tres del bloqueo, explica el analista Shaban. La segunda empezó con el levantamiento parcial de las restricciones israelíes tras las críticas desatadas por el ataque militar israelí a la flotilla en el que mató a nueve activistas turcos en 2010. Un año antes, en la guerra de 2008-2009, Israel, además de matar a 1.400 personas, bombardeó 120 pymes y arrasó, literalmente, el tejido industrial.
La tercera etapa llegó, gradualmente, tras la revolución egipcia: la apertura del paso fronterizo de Rafah este verano permite salir al extranjero. Pero viajar fuera implica aún grandes obstáculos derivados de la ocupación. Una vez abandonada Gaza, es más sencillo viajar a París o Nueva York que a Ramala porque hay que ir a Egipto, hacer escala en Jordania (lo que requiere un permiso) para entrar después en Cisjordania. Y visitar Jerusalén roza el milagro porque hay que sumar el visto bueno israelí.
Maram Humaid, de 21 años, asegura que se ha acostumbrado, y adaptado, a vivir con el bloqueo impuesto hace cinco años. Lo que peor lleva son las restricciones de movimiento. “El año pasado fui a Francia y a Bélgica invitada a una conferencia de mujeres jóvenes”, cuenta esta licenciada en literatura inglesa y francesa por la universidad de Al Azhar. “He visto la torre Eiffel pero no he visto Jerusalén, la cúpula de la Roca o la mezquita de Al Aqsa", concluye.
Por Rafah solo pasan por ahora personas y productos escondidos en maletas —así llegan los iPhone 4S que por 2.400 shekels (480 euros) están a la venta—, pero es imposible por ahora importar y exportar. Hamás quisiera levantar el bloqueo como parte del paquete de negociaciones vinculadas al alto el fuego, consciente de que es imprescindible para reactivar de verdad la economía. Pero también saben que el presidente de EE UU, Barack Obama, le ha pedido a su homólogo egipcio, el islamista Mohamed Morsi, estos días en que tanto han hablado por teléfono, que se encargue del asunto de los túneles.
“Si los cierran y hay alternativa, no me importa; si no, claro que nos afecta y mucho”, decía esta mañana Mohamed Hasuna, de 38 años, dueño de una tienda de comestibles en el centro de ciudad de Gaza. Asegura que durante los recientes ataques sus vecinos no han hecho acopio de comida, y que él ha abierto, aunque cerraba al caer el sol y no a medianoche. Cuenta que prefiere traer la mercancía desde Israel porque “sé el precio y no te regatean, como a veces ocurre en la terminal de los túneles”.
El analista económico Shaban sostiene que los túneles no serán clausurados sin el levantamiento del bloqueo egipcio e israelí. “Nuestros líderes creen que [los de Gaza] somos un hatajo de gente pobre, pero no es así. Gaza antes tenía una economía productiva”, proclama, y recuerda que hace no tanto, hasta 2006 (hasta la victoria de los islamistas de Hamás), “160 factorías de Gaza cosían textiles para Israel , otros exportaban muebles, recambios de coches, pepinos, tomates, cítricos…”.
El entramado de normas que implica el bloqueo puede cambiar, aumentar o disminuir de un día para otro en función de infinidad de factores. En cualquier momento y lugar puede estallar el detonante. En Gaza son bien conscientes de ello. Mientras muchos vecinos están eufóricos porque opinan que las milicias Hamás y Yihad Islámica han “enseñado los dientes” al potente Ejército israelí, todos sienten alivio por el hecho de que el último episodio de violencia con acabó.
Están acostumbrados. Los habitantes de Gaza, ocupada por Israel en 1967, lucharon antes contra romanos, árabes, turcos, franceses y británicos. Y por la franja pasaron Nabucodonosor, Alejandro Magno o Napoleón, como recuerda un cartel en el museo Al Mathaf, creado por un constructor local que instruyó hace 25 años a sus obreros para que recuperaran cualquier pieza arqueológica que se toparan. Exhibe más de 300.
Imposible dejar de ver niños y arena en ningún momento en este enclave de playas tan extensas como llenas de plásticos, donde viven 1,7 millones de personas, proliferan las torres de más de 10 pisos, hay un hotel boutique, fotos de milicianos muertos —“mártires”, en la terminología local— en muchos cruces, grafitis políticos en infinidad de paredes, y cuyo primer ministro, Ismail Haniya, de Hamás, padre de una docena de hijos y abuelo, vive en el campo de refugiados en el que nació hace 49 años, donde no es raro encontrarse con un hombre rezando sobre una alfombrilla en pleno restaurante y donde es frecuente toparse en cualquier esquina con restos o escombros del último ataque, o del anterior, o del previo a ese...
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