Alemania maniobra en Bruselas para neutralizar a Hollande
El presidente francés reta el liderazgo de Merkel en el directorio de la Unión
Cambio de guardia. La alta política europea dejará el miércoles definitivamente atrás el directorio Merkozy y pasará a estar protagonizada por dos bloques con una geometría de alianzas variable, en una especie de viaje al pasado: Alemania por un lado y Francia por otro, con Reino Unido desplazándose hacia los márgenes si nada cambia y España e Italia, inmersos en una crisis oceánica, disputándose el papel de bisagra. La ortodoxia, el rigor y la austeridad del modelo alemán, líder indiscutido de la UE desde el estallido de la crisis, se enfrenta el miércoles en la cumbre de Bruselas a los nuevos vientos que soplan desde Francia, con el socialista François Hollande empeñado en hacer saltar por los aires esa retórica del rigor a rajatabla para volver a poner el crecimiento entre las prioridades de la política europea. No lo tendrá fácil: Berlín se ha movido en las últimas horas para buscar apoyos, con el objetivo de neutralizar a Francia. Mientras, la situación en España se cuela en el orden del día, con su presidente, Mariano Rajoy, en busca de que el BCE ayude con la compra de deuda o una inyección de liquidez.
No se esperan grandes acuerdos; no se trata de una reunión ejecutiva. Pero la cumbre informal de jefes de Estado y de Gobierno abre una nueva etapa en la Unión, con el continente metiéndose en una complicada recesión, con 25 millones de parados muy concentrados en la periferia y con los mercados, que el martes dieron un ligero respiro, apostando a una ruptura del euro por abajo (Grecia) o por el flanco financiero (la banca española).
Pese a que la crisis exige medidas a la desesperada, lo que se dirime en Bruselas es si Europa cambia de rumbo: se trata de medir la relación de fuerzas, de examinar si de verdad Hollande puede discutir el liderazgo alemán en su primera gran cita europea. “Espero ser juzgado en los próximos meses por haber reorientado la política europea”. Eso dijo Hollande al abandonar la cumbre de la OTAN en Chicago y cerrar su primera y delicada misión internacional, en la que logró mantener la promesa de retirar las tropas de Afganistán a finales de este año y a la vez se las arregló para forjar una alianza política con Barack Obama que le ayude a impulsar sus ideas de cambio para la UE. Con ese primer éxito en la maleta, Hollande acude a su primera cita en Bruselas con toda la artillería y un objetivo idéntico: respetar su programa electoral, impulsar medidas concretas para el crecimiento y el empleo, pero sobre todo lograr que Francia vuelva a hablar con voz propia ante el hasta ahora indiscutido jefe de la manada, Alemania, con una idea básica: torpedear el liderazgo alemán rompiendo el directorio Berlín-París que ha gobernado con mano de hierro la UE desde 2007, y en el que París oficiaba apenas como portavoz.
Hollande espera abrir la toma de decisiones a socios e instituciones
En el frente favorable a Berlín, Austria, Finlandia y en menor medida Holanda —el club de la Triple A, los países que mantienen la máxima nota de las agencias de calificación— suelen ser fieles socios de Alemania: la ministra austriaca de Finanzas, Maria Fekter, ha adelantado hoy para abrir boca que las propuestas procrecimiento de Hollande “no tienen ningún sentido”. Italia lleva meses negociando medidas de impulso al crecimiento con Alemania —las tradicionales políticas liberales de oferta—, pero ha tratado de jugar en todo momento un papel de bisagra y apoya sin ambages el apetito francés por los eurobonos. España le disputa ese mismo papel: a pesar de la profunda recesión y del récord mundial en la tasa de paro, Madrid se ha colocado con claridad al lado de Berlín en su negativa a mutualizar la deuda y en defensa del discurso ortodoxo de la austeridad. “Con eso persigue que Alemania abra la mano para que el BCE relaje la insoportable presión en los mercados”, indicaron fuentes diplomáticas.
La novedad es Hollande. “En Bruselas pondremos encima de la mesa todos los temas”, ha prometido el nuevo presidente francés, que trata así de integrar en su plan a las sensibilidades expresadas por los líderes europeos y a la vez de abrir el juego a unas instituciones que han vivido asfixiadas bajo el omnímodo poder de Merkozy.
Hollande mira más allá de la agenda del crecimiento, porque quiere dotar a la UE de una estructura de Gobierno más solidaria y democrática, menos dependiente del duopolio que ha cortocircuitado a la Comisión y al Parlamento y ha relegado a los socios casi a la condición de súbditos bajo la excusa y la tempestad de la crisis. Fuentes europeas explicaron que Francia “hará una apuesta de máximos como estrategia negociadora para lograr algunas de sus bazas: financiación para los grandes proyectos de infraestructuras y reutilización de los fondos estructurales en planes de estímulo al crecimiento y el empleo”.
España e Italia, inmersos en la crisis, se disputan el papel de bisagra
Los símbolos de esa nueva política francesa que trata de reventar el estatus quo son variados. Uno es el bloqueo del nombramiento del ministro de Economía alemán, Wolfgang Schäuble, como nuevo presidente del Eurogrupo. Su homólogo francés, Pierre Moscovici, le dijo en Berlín el lunes que eso también formará parte del debate global, cosa que hubiera sido primera página hace solo dos meses. Otro icono evidente es la reivindicación de una hoja de ruta para los eurobonos, idea conflictiva y herética a la que se han sumado aliados de toda condición —el último, la OCDE— aunque todos saben que es una solución a largo plazo y muy mal vista por Merkel. Para Hollande, los eurobonos son el comodín que le permite envidar el resto sin arriesgarlo todo a una carta. Así muestra autoridad e independencia de criterio, se erige en el líder intelectual del grupo, abre grietas en el dominio de Berlín y obliga a Merkel a discutir de todo, especialmente de lo que no quiere.
La apuesta de Hollande es casi más política que económica. No se trata solamente de buscar soluciones de emergencia para tapar tal o cual agujero y para empezar a crear empleo, que también, sino de “reorientar la construcción europea”. Todos deben tomar partido, hablar de política común y mirar a lo lejos. El Consejo Europeo aspira a poner en marcha un debate “sin tabúes”, sobre las cosas muy molestas, sin electoralismo y cobardías a las que agarrarse para seguir aplazando las decisiones: a explorar los límites de algunos de los proyectos clave de la construcción europea para ver qué se puede aprobar en la cumbre de finales de junio.
Los aliados de Hollande en este camino son cambiantes y caprichosos, y hasta junio las cosas pueden dar muchas vueltas. El más afín a día de hoy, quitando a Obama, es Mario Monti, jefe del Gobierno italiano, que apoya el refuerzo del capital del Banco Europeo de Inversiones (BEI), el debate de los eurobonos y la emisión de deuda para infraestructuras. El español Mariano Rajoy, que visita el miércoles el Elíseo, espera que Hollande le ayude a conseguir que el BCE anuncie que está dispuesto a dar liquidez al sistema bancario. Y Jean-Claude Juncker, el presidente del Eurogrupo, y José Manuel Durão Barroso, líder de la Comisión, condenados a la irrelevancia hasta ahora, parecen defender al menos la apertura de esa caja de Pandora que supondría mutualizar la deuda, pese a que las fuentes consultadas en Bruselas advierten que no habrá decisiones a corto plazo sobre eurobonos.
Tras todo ese cambio de retórica la crisis apremia por dos flancos: Grecia y España estarán también en el menú de la cena de los líderes europeos. Tras haber movido las líneas del bloque conservador abriendo el debate sobre el crecimiento, Hollande quiere obligar a Alemania a debatir incluso sobre el papel del BCE. España aspira a algo parecido al ponerse del lado de Berlín en todo lo demás. Alemania debe decidir si quiere limitarse a capear el temporal una vez más o si piensa liderar sin prejuicios una verdadera unidad política y monetaria de la UE. El reto es en ese sentido inmenso, definitivo. Amenazar a Grecia con echarle de la zona euro como se ha hecho hasta ahora es jugar a la ruleta rusa: la relación entre Grecia y el resto de la eurozona recuerda cada vez más a la Guerra Fría, con esa política de amenazas por ambos lados y el miedo a que una salida del euro desencadenara un peligrosísimo efecto dominó. Hollande ha seguido en eso la guía de Merkel y se ha unido al coro que pide a Grecia que respete sus compromisos. Ese es el fantasma que asusta a todos. Pero si Alexis Tsipras gana las elecciones el 17 de junio, Hollande debería jugar un papel inesperado y tratar de impedir la ruptura, si desea de verdad que la izquierda vuelva a significar algo en Europa.
El otro punto del orden del día es España, sus problemas con los bancos y la posibilidad de que requiera ayudas europeas para recapitalizar las entidades, muy castigadas por el pinchazo de la burbuja. El fondo de rescate permanente europeo permite inyecciones de capital en los bancos, pero siempre que el Gobierno lo pida: el equipo económico de Rajoy quiere evitar a toda costa el estigma asociado a una intervención. Hay una posibilidad sobre la mesa: un cambio legal que permita que sean los bancos quienes piden directamente esas ayudas. "Ese tratado está firmado e incluso ratificado por unos pocos países. No hay que esperar ni un solo cambio", ha explicado un portavoz del Ejecutivo alemán. Ese nein es extensible a los eurobonos, a las políticas de estímulo keynesianas (que requieran endeudamiento) y, por supuesto, a un papel más activo del BCE. Al menos por ahora.
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