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Los niños que no existen

650 millones de menores de edad no tienen certificado de nacimiento, necesario para acceder a servicios básicos, obtener un documento de identidad y votar

La pequeña Aurore Cedrissi Konngbondo con su certificado de nacimiento el pasado 22 de mayo en Bangui (República Centroafricana).
La pequeña Aurore Cedrissi Konngbondo con su certificado de nacimiento el pasado 22 de mayo en Bangui (República Centroafricana). Ilvy Njiokiktjien
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En 2007, las islas Salomón solo registraron de forma oficial la llegada al mundo de 20 bebés, a pesar de tener seis millones de habitantes y una población en crecimiento. Por aquel entonces, solo un 0,1% de los menores del archipiélago contaban con certificado de nacimiento, uno de los niveles más bajos del mundo. Este documento legal permite acceder a servicios sociales básicos como salud y educación, obtener un carné de identidad y votar, además de proteger contra fenómenos como el matrimonio infantil. Pero a pesar de ser un derecho básico, en el mundo hay unos 650 millones de niños entre cero y 16 años sin certificado de nacimiento, la mayoría en África subsahariana y el sudeste asiático. Oficialmente, no existen.

“Conocer la estructura de la población es una de las funciones administrativas básicas de un Estado. ¿Si no sabes quiénes son tus ciudadanos, cómo vas a diseñar políticas y canalizar inversiones?”, se pregunta Irina Dincu, experta del Centro de Excelencia para Sistemas de Registro Civil y Estadísticas Vitales. “Si de verdad queremos combatir la pobreza, tenemos que reconocer a todas las personas”, afirma la especialista. Así lo establece la Convención de los Derechos de la Infancia, que está ratificada por todos los países del mundo excepto EE UU. Para emitir el certificado solo hace falta el nombre del individuo, de quién es hijo y el lugar y fecha del nacimiento. ¿Entonces por qué hay tantas personas fuera del sistema?

Una de las primeras barreras es la dificultad de establecer sistemas de registro en el ámbito nacional en países con pocas y malas infraestructuras de comunicación y transporte. En Papúa Nueva Guinea, por ejemplo, el Fondo de la ONU para la Infancia (Unicef) documentó un único punto de registro civil para una población de siete millones de habitantes esparcida por un territorio del tamaño de España, en el que hay 600 islas. Y esto no es todo. “A veces, el tema del registro civil se toma tan en serio que se acaban creando sistemas muy farragosos, obligando a los interesados a realizar varios viajes para finalizar el proceso”, explica Mark Hereward, director asociado de datos y estadísticas de esta agencia de la ONU.

En países de renta baja son muchos quienes no pueden permitirse perder días de trabajo dentro o fuera del hogar, afrontar los gastos de transporte y pagar por el documento, de modo que las familias acaban priorizando cuestiones como la salud y la alimentación. Y ello suele jugar en contra de las niñas.

Prioridades sesgadas

Aunque la proporción de niños y niñas registrados en todo el mundo es equivalente, en zonas rurales de países en vías de desarrollo se da preferencia al varón. Según Dincu, esta tendencia a invertir el dinero disponible en el niño se ve reforzada por el hecho de que el certificado no siempre es necesario para vacunarse o acceder a la escuela primaria, pero sí a la secundaria. “En esta etapa, muchas adolescentes son apartadas de la escuela para ser casadas, por razones higiénicas (la regla) o para que se dediquen a tareas domésticas”, detalla la experta.

Las mujeres, los migrantes y las minorías en África subsahariana y este de Asia están entre los más vulnerables

En otros casos, las familias simplemente desconocen cómo obtener el certificado o para qué sirve, o deciden no gastar dinero en registrar a un bebé en vista de la alta mortalidad de menores de cinco años. Tal y cómo reveló un estudio de Data2X, la iniciativa de la Fundación ONU sobre datos de género, la poligamia en países como los africanos también es un factor. “En cinco de los países examinados, observamos una tendencia registrar los hijos de la primera mujer, pero no los de las siguientes”, señala Mayra Buvinic, miembro de Data2X y una de las grandes expertas internacionales en materia de género y desarrollo.

Para llegar a las poblaciones más remotas y marginalizadas, hará falta una inyección de recursos por parte de Gobiernos y la comunidad internacional. Dincu evoca el caso de la viruela, la única enfermedad humana erradicada hasta la fecha: “Vacunar al 2% restante de la población objetivo fue más caro que inmunizar al 98% inicial”. La pobreza de las familias y de los Estados es un determinante importante, pero no es el único.

Sin padre no hay certificado

Mujeres, refugiados, y minorías como grupos indígenas y nómadas son los que lo tienen más difícil para obtener —y lograr que sus hijos obtengan— una prueba legal de que existen. En numerosos países, las madres solo pueden registrar a sus hijos en presencia del marido o padre de la criatura. “Si no están casadas, la pareja las abandonó o ha emigrado para trabajar, no pueden registrar a sus bebés,” señala Buvinic, que ha dirigido equipos de género y desarrollo en el Banco Mundial y el Banco Interamericano de Desarrollo. Las refugiadas y las que se casaron mediante rituales tradicionales o religiosos, pero no formalizaron la unión civil, también pueden verse en apuros.

En Nepal hace falta el nombre del padre y del abuelo; en Indonesia, un certificado de matrimonio; en Bután no se permite registrar a personas cuyo padre es desconocido. Y así suma y sigue. Esta forma de discriminación de las mujeres favorece la transmisión de la pobreza a la siguiente generación, y en el caso de las hijas, el resultado puede ser peor. Según Buvinic, no registrar a las niñas aumenta la desigualdad de género porque cercena su autonomía y el ejercicio de derechos cívicos como votar.

Los movimientos masivos de poblaciones, que han alcanzado cifras récord a nivel global, complican todavía más la situación. Es obligación de todo Estado asegurar que se registre a todas las personas que nacen en su territorio, incluyendo refugiados y apátridas, pero no todos lo llevan a la práctica, constata la experta de la Agencia de la ONU para los Refugiados (Acnur) Kimberly Roberson. “Se hacen muchas campañas al respecto, pero a veces se transmite la idea de que registrar el nacimiento de un refugiado en un país le dará acceso a la nacionalidad de forma automática y esto no es así. Los derechos vienen determinados por las leyes de cada Estado, no por el simple hecho de poseer un documento que describe cómo te llamas y dónde y cuándo has nacido”.

Camboya ha logrado emitir certificados para el 92% de la población en solo dos años gracias a la vinculación del registro con las campañas de vacunación

Agencias como Acnur recogen los datos de los bebés que nacen en los campamentos de refugiados o desplazados internos. “Así, el país de turno dispone de la información necesaria cuando puede y quiere registrar a todas las personas que han nacido en su territorio”, añade Roberson, precisando que la certificación de nacimientos no supone un problema en Europa. Según Hereward de Unicef, es importante ofrecer un espacio seguro en el que personas desplazadas y apátridas puedan registrar a sus hijos. “Muchos ni tan siquiera quieren hacerlo por miedo”, apunta.

Contarlos para que cuenten

“No reconocer el nacimiento de una persona es un acto de violencia; sobre todo, cuando esta persona está delante de ti”, sentencia Roberson. Los expertos coinciden en que, para avanzar, hacen falta nuevas estrategias. Unicef trabaja con los países para derribar barreras legales y administrativas, movilizar a los ciudadanos y lograr que los certificados sean gratuitos. Ofrecer a las familias la posibilidad de iniciar el proceso desde un teléfono móvil, en lugar de desplazarse a una oficina física, es otro modo de allanar el camino a poblaciones nómadas o con pocos recursos. Esta es una de las estrategias que Kenia expuso en el II Foro Mundial de Datos de la ONU en Dubái, remarcando que el 75% de los kenianos utilizan móviles.

Otras estrategias son vincular el registro a las campañas de vacunación e incluso a las visitas prenatales, así como realizar campañas de certificación itinerantes. Una fórmula que, según Dincu, ha dado muy buenos resultados entre los fulani, nómadas que se desplazan entre Guinea y Sudán, y en países como Vietnam y Camboya. “Los Estados deben ser más proactivos e ir en búsqueda de sus ciudadanos. Por este método, Camboya ha logrado emitir certificados para el 92% de la población en solo dos años”.

A pesar de los retos, los expertos son optimistas. Para Dincu, en los próximos cinco años deberían redoblarse esfuerzos en países grandes con bajos índices de población registrada como Nigeria, República Democrática del Congo, Pakistán, Etiopía y Tanzania para aumentar las cifras en un 20%. Hereward, de Unicef, está convencido de que con recursos y voluntad política se pueden dar grandes pasos adelante. Pasos para que los centenares de millones de niños que todavía no han nacido para sus países empiecen a existir.

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