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MIRADOR
Columna
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La manada

La masa hoy, además de pereza, me causa gran turbación, sobre todo viendo cómo se divierte

Julio Llamazares
Imagen de los jóvenes que forman parte de ‘La Manada’ detenidos por una supuesta violación múltiple en las fiestas de San Fermín de 2016.
Imagen de los jóvenes que forman parte de ‘La Manada’ detenidos por una supuesta violación múltiple en las fiestas de San Fermín de 2016.

Para corroborar que no sólo el hombre desciende del mono sino que muchos no han descendido del todo aún basta mirar en televisión las imágenes de todas esas fiestas que estos días se celebran por España y cuya sustancialidad estriba en retornar al homo erectus a base de beber alcohol, tirarse barro o tomates unos a otros o correr delante o detrás de unos animales que normalmente son los más civilizados de la fiesta. La conversión del individuo en manada, llámese ésta cuadrilla o peña o despedida de soltero/a, es condición sine qua non para que la transformación animal se produzca, lo que demuestra que el gregarismo sigue presente en nuestro ADN. De ahí a desembocar en manada auténtica va el paso que separa a sus integrantes del mono, que a veces es muy impreciso.

Los pasados Sanfermines estuvieron salpicados de polémica tras las medidas gubernativas tomadas a raíz de la violación colectiva el año anterior de una chica por parte de una manada de homínidos que incluso se autonombraban así a sí mismos: La manada. Su heroicidad (cinco hombres contra una mujer bebida), que al parecer no era la primera, sensibilizó a una ciudad que ya hace mucho que ve cómo sus internacionales fiestas se convierten en un encierro continuo de una semana, pero no únicamente de toros. Las medidas lo han amortiguado un poco según comentan, pero las imágenes no dejan dudas de que Pamplona, como cualquier otra ciudad o pueblo español en fiestas (y ni siquiera en fiestas; cualquier fin de semana sirve), ha sido un año más la demostración de que la manada sigue rigiendo el comportamiento común, especialmente en determinados ambientes. No digamos ya en los sitios de costa, donde muchos extranjeros que consideran que España es un after hours invaden playas y discotecas profiriendo gritos de guerra de sus equipos de fútbol u otros deportes y mostrando obscenamente sus tatuajes, signo de su pertenencia a una sociedad para la que la educación dejó de estar de moda hace tiempo.

Debo de estar haciéndome muy mayor. Quizá lo era desde pequeño, pues siempre fui muy individualista, algo que a veces me reprocharon, pues mi “asocialidad” no casaba bien con el compromiso político de la Transición ni con la pertenencia a modas y movimientos, ya fueran éstos existenciales o literarios, después. El grupo siempre me dio pereza, tanto que hoy no pertenezco a ninguno de WhatsApp ni alimento red social con mis tonterías, lo que no quita que cultive a mis amigos con esmero. Pero la manada imperante hoy tanto en la vida real como en la virtual, además de pereza, me causa gran turbación, sobre todo viendo cómo se divierte.

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