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El acento
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Del protocolo sin sentido común salen cosas raras

Hubiera bastado un poco de naturalidad para que el rey emérito hubiera estado presente en la celebración de las primeras elecciones democráticas

Jorge Marirrodriga
Sesión solemne en conmemoración del cuarenta aniversario de las Elecciones de 1977.
Sesión solemne en conmemoración del cuarenta aniversario de las Elecciones de 1977.Uly Martín (EL PAÍS)

Cuando uno no tiene muy claro cómo debe comportarse, o directamente desconoce el protocolo, lo mejor es actuar con naturalidad y sentido común. Así las cosas suelen salir bien.

Siendo Angelo Roncalli nuncio del Vaticano en Francia, se encontró junto al rabino jefe de París frente a una puerta. Quedaban algunos años para que Roncalli fuera elegido Papa con el nombre de Juan XXIII e impulsara la elaboración durante el Concilio Vaticano II de la declaración Nostra Aetate que transformó la relación entre el catolicismo y el judaísmo. En el momento del encuentro había una fuerte controversia entre la Iglesia católica y el judaísmo, a causa de los niños judíos que se habían salvado del Holocausto alojados en conventos y familias católicas y eran reclamados por organizaciones judías. De modo que ante aquella puerta estaban dos hombres educados, cada uno de ellos consciente de su representación y de que —qué bien vendría saberlo hoy— ceder el paso para nada es símbolo de subordinación. Tras un forcejeo, Roncalli soltó un “no, no, primero el Antiguo Testamento”, y con una carcajada amistosa el rabino cruzó primero.

Otro ejemplo más cercano en el tiempo y el espacio. Cuando en mayo de 2004 el príncipe Felipe y Letizia Ortiz contrajeron matrimonio, los cielos lo celebraron dejando caer lo que popularmente se conoce como una manta de agua. Unos 1.200 invitados, entre los que se incluían jefes de Estado, reyes y herederos, permanecían atrapados en la catedral sin poder cubrir los 205 metros que van de la puerta de La Almudena a la del Palacio Real por su Patio de Armas. Una pesadilla en términos de protocolo. Entonces, Carlos de Inglaterra se abrió paso hasta la puerta, miró al cielo, enarcó una ceja, pidió un paraguas, lo abrió y caminó tranquilamente bajo la lluvia. Solo le faltó silbar. Problema solucionado.

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Es cierto que por estos lares solemos confundir el comportarse con naturalidad con ser maleducados, y, claro, no es lo mismo. Pero se ha echado en falta un poco de lo primero en la conmemoración del 40º aniversario de las primeras elecciones democráticas. Lo natural hubiera sido que el rey emérito hubiera estado presente en la celebración de un hecho en el que tuvo mucho que ver. Cuando Juan Carlos I fue proclamado rey el 22 de noviembre de 1975 tuvo en sus manos un poder absoluto como no lo ha tenido jamás otro monarca en la historia de España. Ahora nos parece como algo normal, y hasta inevitable, que lo utilizara para transformar un sistema dictatorial en una democracia plural. Nos olvidamos de que podía haber optado por multitud de soluciones intermedias —mírese Marruecos— que le preservaran alguna parcela de poder. No lo hizo. Ni mereció ver el acto de esta semana por televisión.

El protocolo impidió la presencia del rey emérito. Hay quienes se aferran a la rigidez del protocolo para convertirlo en un fin en sí mismo. Esto también es muy nuestro. El protocolo es una guía segura, pero modificable según el sentido común. Que también estuvo ausente.

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Sobre la firma

Jorge Marirrodriga
Doctor en Comunicación por la Universidad San Pablo CEU y licenciado en Periodismo por la Universidad de Navarra. Tras ejercer en Italia y Bélgica en 1996 se incorporó a EL PAÍS. Ha sido enviado especial a Kosovo, Gaza, Irak y Afganistán. Entre 2004 y 2008 fue corresponsal en Buenos Aires. Desde 2014 es editorialista especializado internacional.

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