Formación
La nuestra es la izquierda más fotogénica del continente, pero también la más cortita
Cuando Pablo Iglesias avanza por un pasillo de las Cortes, dócil ante las cien cámaras que le glorifican, parece que vaya enjugándose las manos con un pañuelo de yerbas, como si acabara de reparar el sifón de la cocina. Tiene un porte decididamente sindical. Por el contrario, cuando Pedro Sánchez avanza por el mismo pasillo y ante las mismas cámaras, lo hace pausadamente, con una ondulación que es híbrido de Gary Cooper y Mae West. Sonríe y saluda, parsimonioso, a derecha e izquierda, como la fascinante rubia platino. Dos estilos bien definidos.
Esta es nuestra izquierda, qué le vamos a hacer. Una izquierda cuidadosa de su imagen y cuyos dirigentes gastan el espejo de la mañana a la noche. Gente con una vanidad tan colosal que no deja lugar para el raciocinio. Así que, en pura competencia, aislados en la burbuja narcisista, olvidan por completo que su empleo es el de mejorar la vida de sus votantes. En lugar de eso, rivalizan por ver quién pone el gesto más izquierdoso de manera que ya, en los próximos tiempos, votarán en Europa junto a los fascistas de Le Pen.
No hay remedio, la ausencia de una educación seria en nuestro país va creando personajes ajenos al mundo real, individuos que se sueñan héroes de teleserie o figurines de la sección rosa. Porque, en verdad, nadie sabe qué van a hacer con nosotros, sólo se les conocen gestos heroicos: cambiar nombres de calles, proponer una España en macedonia, abominar del capitalismo criminal, reprimir a quienes no forman parte de su pequeño club de prensa, bramar contra la corrupción ajena, pero no contra la propia, admirar al dictador Maduro o a los separatistas de Gerona, y así sucesivamente. La nuestra es la izquierda más fotogénica del continente, pero también la más cortita.
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