_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Andariega

La felicidad que la embarga en todo momento es la euforia de la tierra madre

Félix de Azúa
Vista panorámica de la Bahía de Vizcaya, Hondarribia, País Vasco
Vista panorámica de la Bahía de Vizcaya, Hondarribia, País Vasco

Así que un día, María Belmonte, que es de Bilbao, se dijo que ya iba siendo hora de conocer la costa vasca. Armó una mochila, engrasó las botas, se hizo con una gran capa impermeable y se lanzó al camino. Sin embargo, ese objeto, la costa vasca, no es fácil de conocer. Puede hacerse por mar y verla de lejos, pero para conocerla a fondo, para entender las tierras que tocan a mar, las rocas que forman la muralla marina, los árboles y arbustos que sujetan el límite verde, los colores, olores y sonidos costeros, sólo hay un modo: caminarla de principio a fin. Es una empresa muy fatigosa, pero María Belmonte quería conocer la costa vasca porque la ama.

Áspero, intrincado, rocoso, acantilado, pura sucesión de subidas y bajadas rompe piernas, el sendero del litoral arranca de Bayona, pasa por Biarritz, llega a Hendaya y luego sigue kilómetros y más kilómetros por Fuenterrabía, San Sebastián, Zumaya, Deva, Guernica, Bilbao… En realidad, lo esencial no está en los centros populosos, sino en el senderillo que los une y que suele permanecer desierto y en silencio. Esa es la costa que nos cuenta María Belmonte, la de la soledad del caminante sumido en sus pensamientos, como el Wanderer de Schubert, extasiado ante unas rocas, unos musgos, una sima, unos líquenes, unas raíces de roble que rasgan la tierra, la cambiante luz del mar con tempestad o serena, el sabor de las gotas de agua en la cara, el olor de la marisma, los fósiles, entrar en un bosque de helechos y salir al claro, los arenales.

Hay algo transparente y luminoso en el libro de María Belmonte titulado Los senderos del mar. Seguramente es su alma. La felicidad que la embarga en todo momento es la euforia de la tierra madre. Ya lo predijo Freud: bel monte. Este es un libro escandalosamente feliz.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Sobre la firma

Félix de Azúa
Nació en Barcelona en 1944. Doctor en Filosofía y catedrático de Estética, es colaborador habitual del diario El País. Escritor experto en todos los géneros, su obra se caracteriza por un notable sentido del humor y una profunda capacidad de análisis. En junio de 2015, fue elegido miembro de la Real Academia Española para ocupar el sillón "H".

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_