Sin clases y gratis: así es la escuela de programación más revolucionaria del mundo
50.000 aspirantes compiten cada año por entrar en 42, una vanguardista academia de Paris que no exige ni el bachillerato y donde no hay profesores
Dos instituciones académicas conviven en el Boulevard Bessières de París, en el distrito 17, límite entre la ciudad y los suburbios. Una es el Liceo-Colegio Internacional Honoré de Balzac, el instituto público más grande de toda la capital francesa: cinco hectáreas consagradas al creador de La comedia humana, cuya firma se observa estampada en la reja de entrada al recinto. La otra se llama 42. Una escuela de programación que ya desde el mismo nombre encarna una enmienda a la totalidad al sistema educativo francés, o lo que es lo mismo, al concepto de formación que impera desde hace al menos tres siglos. Para empezar, porque no exige ningún título académico a sus alumnos. Y porque es gratuita.
42 es una fundación privada sin ánimo de lucro, sostenida principalmente por el magnate francés de la tecnología Xavier Niel, copropietario de Le Monde (y de los derechos de My Way de Sinatra) y además impulsor de la que será la mayor incubadora del mundo, la también parisina Station F. El modelo académico fue concebido por el propio Niel y por Nicolas Sadirac, fundador y exdirector ejecutivo de la red de escuelas privadas de código Epitech, muy reputadas en el escenario tecnológico francés pero con precios a partir de los 7.000 euros anuales. Ambos creen que la genialidad no surge solo entre los que pueden pagar una institución de esa índole, y piensan que la universidad pública se ahoga por su propio tamaño y falla al facilitar el salto entre la formación y la empresa. Idearon una academia a la que cualquier "nacido para el código" (el lema del centro) pudiera acceder, en permanente contacto con el entorno empresarial y con un concepto pedagógico que hace de la gamificación su clave.
La escuela sorprende desde la entrada. Lo primero que escucha un estudiante es a la propia puerta, que le saluda por su nombre: “Bonjour, Gilles”. La recepción tiene un mueble para colocar el monopatín, el medio de transporte favorito de muchos. Pero lo que fascinan son las primeras muestras de la enorme colección de arte urbano que decora la escuela, y que mezcla a la perfección con su alumnado y con el espíritu de este espacio: más de 150 pinturas y esculturas subversivas, rebeldes, jóvenes. “Tenemos incluso un Banksy”, confiesa allí mismo Catherine Madinier, exalumna de este centro nacido en 2013 y miembro del cuerpo docente, que por fin confirma la sospecha que todo buen friki albergaba ya sobre el nombre de la academia: “Es por la Guía del Autoestopista Galáctico, de Douglas Adams”. 42 es —en esa serie radiofónica, novela y película— la respuesta absurda y confusa que da una monumental supercomputadora a “la pregunta definitiva sobre la vida, el universo y todo”. Hasta la calculadora de Google conoce esta referencia.
Sin clases, sin profesores
Madinier avanza hasta la primera colmena de ordenadores, en el piso bajo del edificio. Una gigante sala con más de 300 computadoras de sobremesa con la inconfundible manzana de Apple: “Los macs consumen menos energía. Cuando utilizas más de 1.000 a diario el ahorro es considerable”, explica esta nicense de 27 años, que se califica a menudo como profesora, aunque puntualiza que su papel es más bien el de tutora o mediadora. “No hay profesores. No hay clases. No hay lecciones per se ni libros de estudio”. "Esto es una gran diferencia con respecto a otras escuelas como Epitech", destaca David Giron, director de estudios de 42 y antes de la propia Epitech, que amplía: "Los profesores y las lecciones no tienen sentido hoy en día. Poseen todo el material en Internet, y queremos que sean capaces de buscarlo, ordenarlo y filtrarlo".
Los más de 2.000 alumnos de la escuela dejan a un lado el modelo formativo que han conocido para entrar a educarse desde una perspectiva que, en realidad, conocen mucho mejor: la de los videojuegos.
Niveles, títulos y recompensas
Gilles Potte tiene veinte años y dista bastante de la imagen normalmente asociada al estudiante de ingenierías informáticas: cubre su pelo largo con un gorro, luce un piercing en la oreja y un tatuaje en la espalda y lleva camiseta y pantalones piratas. A su alrededor hay alumnos que escriben líneas de código a velocidad de crucero, mientras otros socializan entre vídeos de Youtube y alguno se abstrae jugando una partida. "Pueden hacer más cosas, nos gusta que hagan más cosas, pero la mayor parte del tiempo tienen que estar programando", sostiene Madinier.
Los alumnos no tardan más de dos meses en encontrar un trabajo
Gilles inicia la sesión en la intranet de 42. Es como cargar la partida guardada de un videojuego. En el menú principal se observa que está en el nivel 9, le faltan pocos puntos de experiencia para alcanzar el 10. “En total hay 21 niveles [no es una cifra al azar, es la mitad de 42], a partir del 21 se considera que el alumno está capacitado para salir al mundo laboral”, comenta Catherine Madinier. A, menudo, dice, los estudiantes consiguen un trabajo a tiempo completo que les hace abandonar la escuela antes de terminar los tres años de media que dura su programa.
La gamificación se aplica en todos los terrenos de 42. Gilles ha conseguido dos títulos, algo así como un tratamiento oficial (don, doctor, excelentísimo) muy habitual en el mundo de los videojuegos, donde se entregan como recompensa o castigo según las acciones que realice el jugador. “Tengo el de troll y el de altruista”, proclama entre risas el alumno. El primero es por comentar de más y con afán de molestar en los foros de la escuela. El segundo es por ser un gran corrector desinteresado de los ejercicios de sus compañeros. Sí, en 42 las prácticas no las corrigen los tutores sino los propios estudiantes: “Es una forma de que aprendan con el trabajo de otros, con sus formas, sus métodos para llegar a una solución a un problema y con sus errores”, amplía Madinier. El error también se premia: el título de fallón se lleva con orgullo porque implica perseverancia y ganas de superarse a uno mismo.
El progreso académico se observa en el gráfico de ejercicios, que recuerda claramente a los diagramas de habilidades aprendidas en videojuegos como Final Fantasy. El alumno empieza en el centro de varios círculos concéntricos y su avance le va llevando al exterior, prueba a prueba, eligiendo uno u otro camino en función de la parcela de todo el mundo de la informática que le interese más.
El recorrido comienza enfocado en desarrollo en entorno Unix con el lenguaje de programación C, al final del camino podrán utilizar prácticamente cualquier lenguaje con soltura. Las cuatro materias madre son Unix, algoritmos, gráficos y web. Poco a poco van especializándose: móvil, ciberseguridad, hardware, diseño, videojuegos… “No llegan a completar todos los ejercicios de todos los caminos, eso es casi imposible. Piensa que hay trabajos tan complejos como crear tu propio sistema operativo o el motor de un videojuego online desde cero”, desvela Catherine Madinier. "Yo todavía no me he decidido. Estoy entre diseño, videojuegos, o inteligencia artificial", cuenta Gilles, aficionado a la fotografía y a la edición gráfica.
El programa lo elabora y lo actualiza constantemente el equipo docente, formado por unos 15 tutores dirigidos por David Giron. Hay ejercicios de todo tipo: elaborar periféricos que sustituyan al ratón del ordenador, dar forma a un videojuego de disparos en primera persona, crear una aplicación calendario que después utilizará el propio alumno o pequeñas herramientas para la web de 42. Cada práctica se evalúa por parte de los compañeros y sus resultados pueden ser verificados y enmendados desde la intranet de la escuela.
Durante las pruebas de acceso presenciales pueden dormir en la escuela y trabajan 15 horas al día
Tanto si un alumno suspende como si aprueba (pero no está satisfecho con su rendimiento) puede repetir el ejercicio las veces que quiera. “Tienen la escuela abierta todos los días del año las 24 horas, así que llegan a echar más de 90 horas semanales”, informa Giron. Superar las pruebas con nota o con especial esmero en algunos puntos otorga medallas y recompensas, un sistema ampliamente desarrollado en cualquier videojuego de la plataforma online Steam.
“Las recompensas pueden ser intercambiables por productos de la cantina o, por ejemplo, por baños en el jacuzzi”, señala Madinier mientras sigue mostrando las instalaciones de 42. La cafetería y la terraza están inusualmente pobladas por culpa del sol. Se distinguen estéticas y patrones: geeks que bien podrían ser miembros de cualquier equipo profesional de esports, algunos con ropas oscuras y estética manga, y otros con vaqueros anchos y zapatillas de patinar. Todos conviven y se mezclan y disfrutan del hilo musical, esta vez con rap francés, el género predilecto de la banlieue.
La piscina
Al lado de la cantina está la piscina. No hay ni pileta ni agua. Es una enorme sala en la que pueden verse maletas, gente descansando sobre colchones inflables y sacos de dormir. La piscina es el nombre del proceso y la época que marcan si un alumno tiene o no futuro en 42. Casi un mes de máxima intensidad que supone el único vehículo para ser admitido en la escuela.
A la piscina se llega después de dos pruebas online, dos juegos que además no son los mismos para todos. Uno dura 10 minutos y se trata de un ejercicio de memoria. El otro lleva más de dos horas y pone a prueba la capacidad lógica del aspirante. Empiezan siendo sencillos pero a medida que se completan niveles se vuelven más y más complicados. Con ellos se hace la criba de los pretendientes que accederán a la piscina: de unos 50.000, sobreviven solo 3.000.
“Para la inscripción solo les pedimos el nombre, apellidos y la fecha de nacimiento. No queremos saber nada más”, enuncia Madinier “Ni lo que han estudiado. Ni de dónde vienen. Ni si son pobres o ricos”. A 42 llegan muchos candidatos de clase baja, de los suburbios de las ciudades o personas sin recursos de otros países, que difícilmente podrán acceder a cualquier otra escuela de programación. Durante el mes de pruebas, en las que los estudiantes pasan una media de 15 horas al día trabajando, se les permite alojarse en las instalaciones (en el recinto de la piscina), utilizar las duchas y los vestuarios y comer en la cafetería, con precios mucho más baratos que los de los establecimientos cercanos, directamente inconcebibles si se va al centro de París.
Las pruebas concluyen cada día exactamente a las 23:42. Se centran en desarrollar habilidades en el lenguaje C, un pilar básico para adaptar los conceptos y la mentalidad al mundo de la programación. “Muchos preinscritos llegan sin saber programar. Yo misma venía del sector de los negocios y no tenía ni idea”, revela Madinier. Gilles procede del mundo de la restauración: "Me matriculé en un bachillerato de hostelería [similar a una FP superior] cerca de aquí, en el distrito 18. Pero no me convencía mi futuro. Descubrí que esto era lo que me gustaba así que decidí intentarlo", recuerda el estudiante parisino, que tampoco sabía mucho de código antes de llegar, aunque reconoce que se preparó antes de la piscina.
Cada caso es único. Un antiguo camello se unió a nosotros tras evitar la cárcel por poco y hoy dirige su propia empresa y contrata a nuestros alumnos David Giron, jefe de estudios de 42
Los ejercicios de la piscina se corrigen entre los propios alumnos, que van aprendiendo con ello, y además por una inteligencia artificial conocida como la picadora. Ya a estas alturas se les anima a trabajar juntos y ayudarse, "algo que en otros sitios se considera hacer trampas y que a nosotros nos parece esencial", argumenta David Giron. Al final de la primera semana de cada convocatoria más de un centenar de aspirantes (de entre 800 y 1.000 por cada una de las tres piscinas anuales, que se celebran en verano) habrá renunciado. “Es un proceso muy duro y la manera de encararlo también nos importa. Las notas son una indicación, pero al final los seleccionados los elige el cuerpo docente más allá de sus resultados. El criterio varía y la cantidad de admitidos, también”, sentencia Madinier. 42 no suele aceptar alumnos menores de 18 años ni mayores de 30: no quieren que dejen la educación secundaria para meterse en un proceso muy complicado de aprendizaje porque perderían muchas oportunidades de cara al futuro, y tampoco creen que los que pasan la treintena puedan empaparse de la cantidad de conceptos que necesitan asimilar. La intención es también lograr un alumnado cohesionado.
La escuela calcula que un 40% de sus alumnos no tiene el bachillerato. Un porcentaje algo inferior procede de entornos desfavorecidos. Un 20% viene de fuera de Francia. Podría ser un ambiente complicado, pero es todo lo contrario. "Llevo poco tiempo aquí, pero desde el principio notas que este es tu sitio. En la piscina nos ayudábamos entre todos y ahora sigue siendo así. No importa de dónde vengas. Todos somos amigos", opina Gilles.
David Giron ha vivido como jefe de estudios historias que resaltan la oportunidad que la escuela ha supuesto para muchos: "Podría mencionar a un antiguo camello que se unió a nosotros tras evitar la cárcel por poco y hoy dirige su propia empresa y contrata a nuestros alumnos. O a un montador de la ópera que no encontraba sentido a su vida y hoy es feliz como desarrollador de aplicaciones de móvil. O incluso a un doctor en filosofía italiano que ahora es jefe de tecnología de una gran compañía". “Lo más bonito de trabajar aquí es ver cómo florecen algunos. Su cambio dentro de 42 al encontrar un sitio y unos compañeros con los que están realmente a gusto e implicados. Muchos descubren aquí por primera vez una motivación, un modo de vida y una oportunidad única”, expresa sonriente Catherine Madinier, que saluda a muchos de los estudiantes con dos besos.
Trabajo
Los ya admitidos también pueden comer en la cafetería, e incluso trabajar en ella. Además pueden ser remunerados con dinero de uso interno por realizar visitas guiadas para los turistas. Pueden descansar, pero a diferencia de los aspirantes no les está permitido dormir en las instalaciones: a cambio la escuela les facilita posibles alojamientos baratos y les avala para conseguir créditos.
En el primer piso de 42 se encuentra la segunda colmena de ordenadores, conocida como la Tierra Media. Otros 300 ordenadores en los que el ambiente de trabajo es más profesional. “Tenemos un foro en el que vamos colgando ofertas laborales que nos llegan”, menciona Madinier. Prácticas, contratos por obra, indefinidos o incluso para puestos de director de tecnología en algunas de las startups del potente ecosistema parisino. El centro está muy bien relacionado gracias al apoyo de Xavier Niel y al prestigio que ha adquirido desde su inicio. Es habitual que los alumnos colaboren con escuelas de diseño y de negocio, a menudo a través de hackatones: maratones de programación para completar un proyecto concreto. Muchos de los trabajos que aparecen en el foro no exigen estar físicamente presente, por lo que llegan anuncios de cualquier rincón del globo.
Cuando salen de la escuela, los estudiantes tienen un amplio abanico de opciones: "No tardan más de dos meses en encontrar un trabajo. A muchos les gusta la ciberseguridad, también los videojuegos y el campo de gráficos, que ahora tiene mucho desarrollo con la realidad virtual", ejemplifica Madinier. "Unos alumnos van a startups mientras que otros prefieren las grandes compañías. Algunos deciden fundar sus propias empresas y otros se unen a GAFA [siglas de Google, Apple, Facebook y Amazon]", profundiza David Giron.
Hay un elemento en el que 42 se parece a cualquier otro centro educativo de programación: la ausencia de mujeres. Catherine Madinier es una excepción ya que solo representan el 8% del alumnado. “Hay muuuucho trabajo por hacer”, reconoce. Giron insiste en que el problema viene desde antes, ya que el porcentaje es similar al de mujeres que se presentan a las pruebas de acceso: "Es algo cultural. La industria de los videojuegos, con los personajes femeninos que crea, tiene mucho que ver". La mentalidad y el espíritu divertido de la escuela la hace quizás más atractiva, pero en un sector, el del ocio electrónico, en el que las mujeres también han sido siempre una minoría a menudo obviada. 42 no emplea cuotas de ningún tipo y rechaza establecer un porcentaje mínimo de mujeres.
Ahora en Silicon Valley
42 es el sueño de Xavier Niel, que a sus 49 años es la novena fortuna de Francia con unos 10.000 millones de dólares según Forbes. Aportó más de 70 millones en la fundación de 42 para comprar el edificio de la escuela y para sustentar sus 10 primeros años de vida, a razón de unos 7 millones de euros por año. Niel es un pionero que creó una de las primeras compañías francesas de Internet a los 19 años. Algunos de los alumnos de la escuela han terminado en sus compañías, entre ellas Free, la segunda mayor proveedora de servicios de red del país galo, y su tercera operadora móvil. En la incubadora de startups Station F ha puesto más de 100 millones de euros con el objetivo de seguir impulsando la creación de negocios tecnológicos en París.
En 2016 Niel decidió llevar el modelo de su escuela a Silicon Valley, el epicentro de la innovación tecnológica, con la apertura de una sede en Fremont, en la Bahía de San Francisco, para la que también ha invertido 100 millones con el fin de asegurar su viabilidad para la próxima década. Cuenta con el apoyo de los fundadores de empresas tan relevantes en el mundo tecnológico como Snapchat, Periscope, Nest Labs, Slack o la conocida incubadora YCombinator. Allí Niel ha podido levantar un campus de casi 20.000 metros cuadrados con un edificio de dormitorios para 300 alumnos. Los ofrece de manera gratuita a aquellos nacidos para el código con menos recursos.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.