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Esta tecnología marca la diferencia entre pasar hambre o no hacerlo

En Bolivia, una ayuda subvenciona a los campesinos el 90% de la inversión en tecnología. Su inseguridad alimentaria ha disminuido en un tercio

Campesinos hacen cola en el polideportivo de Padcaya (Tarija, Bolivia) para adquirir tecnología agrícola.
Campesinos hacen cola en el polideportivo de Padcaya (Tarija, Bolivia) para adquirir tecnología agrícola.PABLO LINDE
Pablo Linde
Tarija (Bolivia) -
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La diferencia entre tener asegurado el alimento cada día o no puede depender de una inversión de menos de 1.000 dólares. 50 al mes, con un préstamo. Demasiado para muchas familias de las zonas rurales y agrícolas de Bolivia. La diferencia entre tener seguridad alimentaria y su ausencia puede estribar en un motor que bombee agua a los cultivos, una pequeña carpa de plástico para montar un invernadero o un molino eléctrico para fabricar harina. Artículos imposibles de adquirir para poblaciones que viven al día, sin acceso al crédito ni, a menudo, a la titulación de sus tierras.

Una larga cola de muchos de estos agricultores aguarda a las puertas del pabellón deportivo de Padcaya, un municipio de algo menos de 20.000 habitantes en el departamento de Tarija, al sur del país. Es una de las zonas agrícolas más diversas de Bolivia y la que produce su vino más famoso, aunque la mayoría de los habitantes de este municipio en concreto cultivan papa, maíz, cebolla y otros vegetales. Los años buenos pueden vender parte de sus cosechas y ganar algo de dinero. En los malos, les da para poco más que alimentarse ellos mismos. A veces, ni eso.

El programa Criar II consiste en facilitar a los campesinos acceso a maquinaria que tiene un valor de 1.000 dólares por tan solo 100

La fila es para adquirir tecnología agrícola dentro del Programa de Apoyos Directos para la Creación de Iniciativas Agroalimentarias (Criar II) implementado por el Gobierno boliviano con financiación y asesoramiento técnico del Banco Interamericano de Desarrollo (BID). Consiste en facilitar a los campesinos acceso a maquinaria que tiene un valor de 1.000 dólares por tan solo 100. El resto lo pone el Estado con préstamos de la entidad crediticia. Esta edición comenzó hace unos meses y fue impulsada gracias a los resultados de la primera. Los estudios del banco muestran que la productividad de los beneficiarios aumentó en un 92%, los ingresos de los hogares, en un 36%, y la inseguridad alimentaria se redujo en un tercio. Entonces se invirtieron 20 millones de dólares en cinco años. En esta ocasión serán 62 para el próximo lustro.

Uno de los que hace cola es Juan Pedro Valencia, campesino de 34 años que espera un hijo junto a su esposa. Ambos se dedican por completo a sus tierras, tres hectáreas donde cultivan fundamentalmente papa y maíz. Va en busca de una bomba de agua y unos aspersores para poder regar su parcela e ir más allá del autoconsumo, al que se ve abocado por la persistente sequía que castiga desde hace unos años a esta región. “Es una inversión que necesito desde hace tiempo, pero no podía arriesgar lo poco que tenía. La producción no siempre es segura, los préstamos que nos conceden tienen intereses altísimos y si un año falla, el banco se quedaría con mis propiedades”, reflexiona.

Este es el mejor de los casos, porque el 25% de las tierras bolivianas está sin titular, con lo cual acceder a un crédito es todavía más complicado. “Si invertimos en tecnología no tenemos para semillas y, ¿de qué comemos?”, se pregunta Antonio Montero, representante de la central agraria de Padcaya. “Si nos dieran buenos préstamos, toditos nos endeudaríamos para mejorar la producción. ¿Quién va a preferir estar todo el día con la espalda al sol si puedo prender la bomba, regar mi campo y apagarla al cabo de un rato?”, continúa.

Las bombas y los aspersores, como los que busca Valencia, de los que habla Montero, son la estrella indudable de la feria. En la primera edición del programa Criar, un 65% de las adquisiciones fueron en tecnología de regadío, según Juan Manuel Murgía, experto en Agricultura de la oficina del BID en Bolivia. “Es un programa que no impone nada a los agricultores, les da la posibilidad de elegir lo que consideren que les hace falta y no tienen que comprometer tanto dinero”, explica.

La tecnificación aumenta la productividad de los beneficiarios en un 92%, los ingresos de los hogares, en un 36% y la inseguridad alimentaria se reduce en un tercio

Aún así, no siempre es fácil para ellos conseguir los 100 dólares necesarios, especialmente si, como fue el caso en Padcaya, la feria llega al final de mes. Pero la oportunidad merece que busquen préstamos informales de familiares o amigos para completar la compra. Para seleccionar a los beneficiarios, el programa cuenta con los municipios y las comunidades, que elaboran un censo de personas que realmente están en la tierra todo el año y van a aprovechar la tecnología. Se saca a concurso entre las empresas interesadas en ofrecerla y, durante una semana, dos veces al mes, la feria va paseando por los pueblos para poner en contacto a campesinos y empresas, que tienen que entregar el material en los siguientes 45 días en el domicilio de los agricultores y darles el soporte técnico que necesiten.

Prudencio Cordero está esperando a que le instalen su bomba de agua. Enseña en el cuarto de aperos de su finca una que lleva rota ocho años: “Estuvo dando servicio más de 40, pero se rompió y hemos estado todo este tiempo pidiendo prestada, alquilando o sin poder regar”. Saca el agua de dos pozos que hay en la parte baja de su terreno. “Esta es una tierra muy fértil, puede producir de todo, pero la sequía nos ha mermado mucho. Mi hijo se tuvo que ir a Argentina a trabajar porque aquí no nos alcanzaba”, añade.

Bolivia es el segundo país de Suramérica con mayores tasas de desnutrición (21%) y el 89% de sus municipios tienen un nivel alto de vulnerabilidad a la inseguridad alimentaria, según datos del BID. En este contexto, el Criar II beneficiará a 190 municipios priorizados en función de este parámetro y de su vocación agropecuaria.

Padcaya cumple de sobra con estos criterios. La falta de lluvias está llevando al límite a muchas familias y está cambiando incluso el paisaje, como cuenta el representante de sus agricultores: “Hace siete años frente a mi parcela había un río que no podía ni cruzar. Hicieron puentes, pero ahora lo que no hay es agua”.

Sobre la firma

Pablo Linde
Escribe en EL PAÍS desde 2007 y está especializado en temas sanitarios y de salud. Ha cubierto la pandemia del coronavirus, escrito dos libros y ganado algunos premios en su área. Antes se dedicó varios años al periodismo local en Andalucía.

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