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MIRADOR
Columna
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Un deporte

El efecto tranquilizante tendrá que ver con que en España no existe un FBI, porque si no es difícil explicarse esta rara superioridad

David Trueba
El ministro Rafael Catalá en el pleno de control al Gobierno en el Congreso de los Diputados.
El ministro Rafael Catalá en el pleno de control al Gobierno en el Congreso de los Diputados. BERNARDO PÉREZ

En España ha surgido un nuevo deporte que hace furor. Se trata de asombrarse por la poca categoría democrática de los demás países. Uno que se practica a diario es el de sorprenderse al ver que las instituciones de vigilancia norteamericanas son vapuleadas bajo el poder de Trump. El otro día hasta nos resultaba alucinante que hubiera despedido al director del FBI tras una cena íntima donde no le gustaron sus intenciones y además acallara cualquier protesta amenazándole con divulgar la grabación del encuentro. Y otro esforzadísimo deporte que nos encanta tiene que ver con hacer aspavientos ante el crecimiento de los populismos en países europeos, el último con el ascenso de los nacionalistas franceses a un incontestable segundo puesto en las preferencias de voto. Esto en España no pasa, se dicen las gradas plenas de asistentes locales a este espectáculo ajeno.

El efecto tranquilizante tendrá que ver con que en España no existe un FBI, porque si no es difícil explicarse esta rara superioridad. Pero si trazáramos una línea comparativa que contuviera un ápice de sinceridad nos invadiría el espanto. No podemos imaginar lo que sucedería en Estados Unidos si Trump hubiera forjado un sainete de las proporciones que se ha formado en el vértice español del Ministerio de Justicia, Fiscalía General y Fiscalía Anticorrupción. La gota que colma el vaso es la investigación sobre la red de saqueo establecida en la Comunidad de Madrid y sus recursos públicos. Es irónico que la gota que colma el vaso, literalmente, provenga del Canal de Isabel II, pero bueno, eso ya son matices carpetovetónicos. Lo asombroso es escuchar las llamadas telefónicas donde los cabecillas corruptos anhelan nombramientos de amiguitos en cargos de la Fiscalía, llaman por diminutivo al ministro y se reúnen en el despacho de los jefes de Interior como si los carteristas del metro merendaran con el concejal de transportes.

Es un campo trillado desde tiempo atrás. Los españoles me temo que no sabrían contestar a la pregunta de para qué sirve el ministro de Justicia. Y si se atrevieran a contestar de primeras dirían que es el señor que presiona a los jueces y fiscales, organiza nombramientos, malmete, amenaza, zancadillea y enmaraña los asuntos que pueden afectar al partido en el Gobierno y sus miembros más activos en la sucursal de subsuelo. Mientras tanto, el deporte nacional es asombrarse de que los franceses abominen de la élite política corrupta y de que Trump sea capaz de organizar a su capricho las capitanías policiales, militares y de espionaje e investigación. Definitivamente, España es un país de aficionados al deporte.

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