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El acento
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Mariano Rajoy y su doble

El presidente del Gobierno, confortado en su papel de estadista internacional, trata de convencernos de que no es el presidente del Partido Popular

Mariano Rajoy, presidente del Gobierno y presidente del PP.
Mariano Rajoy, presidente del Gobierno y presidente del PP. DAN KITWOOD (GETTY IMAGES)

Mariano Rajoy ha convertido su insólita reputación de estadista internacional en el pretexto para distanciarse de los incendiarios problemas domésticos. Se diría que las obligaciones de la agenda cooperan para abstraerle de su papel de presidente del PP. Y que el fangal donde procrean los batracios de Esperanza Aguirre le resulta tan exótico o lejano como un episodio sensacionalista del National Geographic.

No va a inquietarse Rajoy por la escandalera de Nacho. Él mismo decidió purgarlo, neutralizarlo como candidato a la Comunidad de Madrid, aunque semejante decisión sobreentiende un cierto conocimiento de las corruptelas de González y demuestra que Rajoy es el presidente del PP en toda su expresión y autoridad jerárquicas.

Otra cuestión es que ahora convenga desdibujar el papel de condotiero de Génova. Y que la estrategia contemplativo-taoista de su propia idiosincrasia —no actuar es una forma de actuar— aspire a inculcar a la opinión pública la sensación de que Rajoy el presidente del Gobierno no conoce a Mariano Rajoy el presidente del PP. Y que se ha convertido éste último en una suerte de Dopplegänger, un doble fantasmagórico al que se puede ahuyentar cada vez que el PP huele a basura y azufre.

 Tiene sentido evocar en este mismo contexto esquizofrénico la historia de identidades sobrepuestas que sorprendió al maestro Genaddi Rozhdéstvenski en los tiempos de la tiranía y del humor negro soviéticos. Era el director del Bolshoi y era el director de la Orquesta de la Radio de Moscú, así es que la emergencia de trasladar a un oboísta de una compañía a la otra le exigía pedirse autorización a sí mismo y responderse a sí mismo también en los pormenores inevitables del delirio burocrático.

Puede sucederle algo parecido a Rajoy. Tanto se está recreando en su papel de jefe de Gobierno que le va a pedir explicaciones al líder del PP. Como si no fuera él mismo. Y como si el Dopplegänger de Génova terminara convenciéndole de la posición extraña del PP al escándalo mismo. No es que el Partido Popular incurra en la corrupción ni que se haya originado un verbo para definirla en su nauseabundo hábitat local, “madrileñear”. Al contrario, resulta que el PP la combate, la desenmascara, la percibe en la excepcionalidad de los casos aislados o de las ranas descarriadas.

Es una actitud descarada e inverosímil, pero también ilustrativa de la resistencia política de Rajoy. No ya por la condescendencia de los votantes hacia la corrupción, por su liderazgo incuestionable o por la moción de censura que Podemos le ha organizado al PSOE —la perversión hacia el enemigo común—, sino porque el presidente abusa de la inestabilidad política (nacional, europea), porque conoce la provisionalidad de la oposición socialista y porque intimida el escenario general con el recurso de las elecciones anticipadas. Sabiendo que volvería a ganarlas y que lo haría con más holgura el PP en la propia Comunidad de Madrid, demostrándose que el síndrome de Dopplegänger también se ha diagnosticado entre los propios electores.

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