‘Influencers’
La gente real es más pedestre que el seguidor puro, y más en discotecas, que se suda.
Si pasas años fuera de España al volver te encuentras gente que es famosa y no sabes por qué. Te enteras de por qué y lo entiendes menos todavía. Luego están los influencers, desconocidos salvo para acólitos que esperan su doctrina sobre chancletas. Se levantan por la mañana y hala, a influenciar. Yo aún espero que me influencien, a ver si tengo arreglo. No es fácil no dejarse influenciar, una amiga hippy se jactaba de ser de las pocas de su generación que había ido a India y no se le notaba. Estos nuevos ingenieros sociales dirigen corrientes de opinión intrascendentes, pero todo se andará. Basta que les paguen, como las marcas. Quizá lleguen a los partidos y nos cuenten los castings del PP para hallar sus caretos imposibles de portavoz.
Con la crisis, hasta fans acérrimos asumieron lo ridícula que era Sexo en Nueva York, pero vuelve la admiración por gente que habla de su ropa y sus fiestas. Yo estoy a favor de vivir del cuento, soy periodista. El problema es la relación con la realidad. Su identidad está entre paréntesis, con los miles de seguidores de Instagram: Menganito (621 k), Fulanito (320 k). Yo (0 k) y la mayoría de ustedes somos unos pringados, no podríamos vivir de hacernos fotos, aunque algunos las mandan como si vivieran de ello. Luego salen al mundo real y una se presentó como influencer a un amigo mío. Le dio la risa, claro, es como proclamar que eres fuerza viva en Zaragoza. El otro día a la más influyente de España, una tal Dulceida (1,7 millones), la abuchearon a la pobre en un crucero evento. La gente real es más pedestre que el seguidor, y más en discotecas, que se suda. Se está mejor al otro lado del espejo.
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