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Tentaciones
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Los libros de Haruki Murakami no son para tanto y estos son los motivos

Nuestro 'hater' desmonta al escritor más inflado de hype del último cuarto de siglo y niega que sea merecedor del Nobel: "No hay reggaetonero sin Grammy ni Kindle sin Murakami"

Nos enfrentamos a uno de los iconos absolutos de la cultura occidental que, paradójicamente, hemos importado del lejano Japón. Haruki Murakami, el escritor más inflado de hype del último cuarto de siglo, es imprescindible en las estanterías de la masa biempensante. No hay reggaetonero sin Grammy ni Kindle sin Murakami. El literato de Kioto ha conseguido convertirse en el ídolo introspectivo y aspiracional de una generación incomprendida, delicada y única. Aviso: ésta va ser una dura lucha hater. Los harukistas (sí, el término existe) van a atacar nuestro argumentario con emociones complejas y motivos intensos que la razón no entiende.

1. No. No os van a dar el Nobel

Y lo decimos en plural, porque el Nobel de Murakami es un objetivo comunal como la Champions del Atleti. Las turbas de hooligans quieren que el japonés reciba el galardón para así justificar su elevado gusto y sensibilidad. Eso alimentaría sus egos refinados y, de paso, les convertiría en fans genuinos y originales. No se quedarían con esa cara de incultos como cuando le dieron el premio a Mo Yan o a Herta Müller, de quienes no habían leído ni palabra. Ni a David Lynch le van a dar el Óscar, ni a Murakami el Nobel, por muchas esperanzas que les haya dado el bochorno de Dylan.

¿Escritor de culto? Murakami está más cerca de Stephen King que de Steinbeck

2. El caballo de troya del drama inconexo

Murakami es un autor bastante predecible que engaña en cada libro. Uno piensa que va a leer una delicada historia de paisajes japoneses y haikus emocionales, con introducción, nudo y desenlace. Al final, acaba sumergido en un psicodrama de proporciones bíblicas donde no hay estructura y no existe un personaje que no tenga un trauma depresivo del tamaño de la catedral de Palma. Almas perdidas, escenas surrealistas, episodios crípticos y finales abiertos. Todo sujeto a la interpretación. Muy listo el Murakami.

3. El Instagram de las novelas

Las páginas de Murakami esconden infinitas descripciones. Minuciosos retratos de bosques, pájaros, carreteras y brillos del sol de otoño, que se cuelan por la tarde a través de la ventana traslúcida de una habitación de hospital mientras se reflejan en el cabello teñido de una mujer mayor, quizás de 50 años, pero que parece más joven, porque aún conserva la piel blanca y la tersura de sus pechos, que asoman cuando su blusa de crochet se desliza suavemente y entonces viene a la memoria el recuerdo de una madre y de la terrible infancia en un burdel de Shibuya. Murakami es un filtro Valencia constante que se enrosca en tediosos bodegones que dan vueltas sobre sí mismos. El tiempo que dedica a describir la comida es enfermizo, y hasta un plato de macarrones puede convertirse en una experiencia sinestésica espiritual. Muy estomagante.

4. La contradicción intensa empalagosa

Murakami es un moñas y un runner, lo cual le provoca una necesidad contradictoria de exteriorizar, de interiorizar y de vacío existencial. Sus libros deberían venderlos con un mix de antidepresivos e insulina. Crónica del pájaro que da cuerda al mundo, Los años de peregrinación del chico sin color y El fin del mundo y un despiadado país de las maravillas podrían ser tres discos de La Oreja de Van Gogh. Pero no: son novelas pretenciosos a mitad de camino entre lo cursi y la autolaceración.

5. Murakami es comercial

Lo que más les duele a los hakuristas: la pérdida de identidad exclusiva. Sus novelas son productos de marketing, best sellers de estructura similar que se sirven de clichés de la cultura pop y abusan completamente de escenas de sexo engañoso, morboso y un poco obsesivo. Sus historias son aspiracionales, crípticas y provocan la autocomplacencia en el lector. ¿Escritor de culto? Murakami está más cerca de Stephen King que de Steinbeck.

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