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EL ACENTO
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

¿Es esto un Parlamento o una corrala?

Algunos diputados recurren a la cháchara para deleitar a su público, pero a sus señorías se les exige corrección, respeto y compostura

Rosario G. Gómez
Fachada del  Congreso de los Diputados.
Fachada del Congreso de los Diputados.Luis Sevillano

El primer Parlamento de la historia, el Magnum Consilium de Inglaterra, se remonta a la Edad Media. Sus integrantes eran nobles y cargos eclesiásticos y su función se reducía a aconsejar al rey. En las asambleas convocadas por Simón de Monfort (1265) y Eduardo I (1295) se incorporaron representantes de condados y burgos, pero hicieron falta varios siglos para que el Parlamento se convirtiera en una asamblea soberana, representante del pueblo (de todo el pueblo) y se erigiera en un órgano de poder político con capacidad para contrarrestar las atribuciones del monarca.

Herederas del Parlamento británico son las actuales cámaras supremas, el lugar en el que se elaboran las leyes. Aunque parezca una verdad de Perogrullo, al Parlamento se va a parlar, si bien hay ocasiones en las que los escaños son fuente de griterío y zafiedad y el hemiciclo se convierte en algo parecido a una barraca de feria. La presidenta del Congreso, Ana Pastor, tuvo esta semana que llamar la atención a sus señorías: “Esto no es un tendedero”.

Todo empezó cuando desde las filas de Podemos se extendieron en las bancadas camisetas con consignas contra la privatización del agua, como si el Parlamento fuera un lugar donde colgar la ropa a orear. Por atraer la atención de las cámaras (de televisión) y acaparar minutos en los programas de tertulia política, los diputados son capaces de todo. Pionero en estas prácticas fue el líder de Unión Valenciana, Vicente González Lizondo, que compareció en la tribuna de oradores portando una brillante naranja para denunciar los problemas de la agricultura en su comunidad. Aquel gesto le granjeó el apodo de Naranjito.

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Otros parlamentarios buscan su minuto de gloria exhibiendo cascos de mineros, enfundándose camisetas reivindicativas o mostrando carteles de Iñaki Urdangarin y Andrés Bódalo. Y hay quienes utilizan la palabra como si estuvieran de cháchara en una corrala. Al hilo de una interpelación en el pleno del Congreso al presidente del Gobierno, Pablo Iglesias propuso esta semana a Rajoy hipotéticas valoraciones acerca de un informe jurídico sobre la limitación del veto del Ejecutivo a las iniciativas de la oposición. “Tiene usted varias opciones: ‘Me importa un comino el informe de los letrados, me importa un pimiento, me importa un huevo, me importa un rábano o me importa un pepino’. Incluso tiene usted otras fórmulas más directas: ‘Me la trae floja, me la suda, me la trae al fresco, me la pela, me la refanfinfla”. Para concluir le sugirió el término “me la bufa”.

Semejante retahíla puede ser eficaz para aquellos diputados que aspiran a deleitar a su público. Pero los Parlamentos son lugares para la articulación política y están dotados de un ceremonial. A sus señorías se les exige corrección, respeto y compostura. A no ser que, como dijo el expresidente del Congreso Manuel Marín, se pretenda transformar la Cámara baja en una “taberna”.

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