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Tribuna
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Europa cumple 60 años

El proyecto europeo está en mal estado pero todavía puede sobrevivir si sus ciudadanos quieren

Timothy Garton Ash
Banderas de países europeos en la sede de Parlamento de la Unión.
Banderas de países europeos en la sede de Parlamento de la Unión. PATRICK HERTZOG (AFP)

Europa conmemora hoy su 60º aniversario en Roma, y lo hace en mal estado. La última revisión médica reveló que había que amputar una mano (gangraena brexitosa), tenía un pie terriblemente inflamado (putinisma ucranica), una dermatitis muy extendida y una peligrosa reacción alérgica (xenophobia populistica), úlcera de estómago (eurozonitis), logorrea y amnesia. Además de un posible paro cardiaco de aquí a un par de meses (síndrome arritmogénico de Le Pen).

En los años posteriores a 1989, tan llenos de esperanza, los ucranios, moldavos, turcos y egipcios volvían la cabeza en cuanto esta mujer entraba en la sala; hoy no le prestan la menor atención. Y, para colmo, su socio histórico parece haber enloquecido (egomania narcissistica trumpica).

La analogía de Europa como mujer es muy antigua. En la mitología griega, la raptaba un delincuente sexual reincidente llamado Zeus, disfrazado de toro. Pero la UE actual se parece más a la maravillosa imagen de Europa reina que elaboró el cartógrafo Sebastian Münster en el siglo XVI, con el cuerpo formado por innumerables países y regiones; una dama solemne, con cetro y corona, pero de partes muy diferenciadas. Porque Europa como nación unida no es más que el sueño de los federalistas y la pesadilla de los euroescépticos.

Y ese es el problema que tienen algunas de las recetas de los médicos de Bruselas. Jean-Claude Juncker presentó hace poco una ponencia con el subtítulo Reflexiones y perspectivas para la UE de 27 en 2025 (¿o sea que no se prevén más ampliaciones?). Enumera cinco posibilidades: “Seguir como estamos”, “solo el mercado único”, “que los que quieren más hagan más”, “hacer menos pero mejor” y “hacer muchas más cosas juntos”. Después empieza a desbarrar con la idea de un amplio debate popular en toda Europa que culmine en lo que denomina “mi discurso sobre el estado de la Unión en septiembre de 2017”, para pasar a “un plan de actuación con vistas a las elecciones al Parlamento Europeo en junio de 2019”. Como si todo el continente estuviera conteniendo el aliento a la espera de ese discurso, igual que en EE UU.

Es una política que no tiene en cuenta la política. Creo que es mucho más realista este otro calendario: siguiendo el ejemplo de los votantes holandeses, que han parado el reto populista de Geert Wilders, los franceses se unen, en la segunda vuelta de su elección presidencial, el 7 de mayo, para evitar un infarto de miocardio en forma de Le Pen; la cuestión de la deuda griega se va sorteando hasta después de las elecciones alemanas, el 24 de septiembre; se evita una crisis bancaria o política en Italia. Si conseguimos salir del paso —está por ver—, entonces quizá sea posible que una coalición de líderes nacionales, junto con los tres presidentes de la UE, elaboren un rumbo de recuperación a partir de 2018.

Europa necesita varios tratamientos distintos, cada uno para un problema concreto: Brexit, populismo, eurozona, injerencia rusa en Ucrania, la situación de los refugiados, la amenaza de dictadura en Turquía y cómo convivir con Donald Trump. Algunos tratamientos deben aplicarse a nivel europeo, y otros, en ámbitos específicos: por ejemplo, la frontera exterior del área Schengen y el papel de la OTAN en la defensa de los Estados bálticos contra las amenazas de Vladímir Putin. En cuanto a los mecanismos internos de la UE, habrá que aplicar una mezcla de las perspectivas tercera y cuarta de Juncker: “que los que quieren más hagan más” y “hacer menos pero mejor”. Pero el verdadero combate se ganará o se perderá en cada país y cada región, con sus distintos lenguajes y estilos. Los que tienen que defender la continuidad y la reforma de la UE en cada país son los políticos, intelectuales y empresarios franceses, alemanes e italianos, y los valones, flamencos, polacos, españoles, catalanes, irlandeses, e incluso los ingleses. Cuando las políticas europeas tienen efectos nocivos, debemos decirlo y cambiarlas, pero hay que dejar de culpar de todo lo malo a Bruselas y asumir las responsabilidades de cada uno. Deben prestar atención a los votantes insatisfechos, hacer políticas para abordar sus preocupaciones y transmitirlas con un lenguaje directo y atractivo que llegue a quienes están atrapados en las cámaras de eco del populismo. La UE solo sobrevivirá si sus ciudadanos quieren que sobreviva. A sus 60 años, Europa está en mal estado, pero todavía le queda vida. Tener la voluntad de curarse es la mitad de la batalla. Nunca viene mal el sentido del humor.

Timothy Garton Ash es catedrático de Estudios Europeos en la Universidad de Oxford.

Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia.

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