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Migrados
Coordinado por Lola Hierro
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Desplazada y sin marido

Kaltouma Adam huyó de Boko Haram, pero su esposo optó por quedarse en el pueblo. En su ausencia, tuvo que remangarse y ocuparse también de las tareas tradicionalmente masculinas

Kaltouma Adam con su hijo de dos años.
Kaltouma Adam con su hijo de dos años.T. Trotta
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Kaltouma Adam señala con orgullo el porche de caña que ha construido delante de su cabaña y que la resguarda del sol abrasador del Sahel chadiano. Lo construyó con sus manos al llegar a Tagal, una aldea a las orillas del Lago Chad, donde buscó refugio de los ataques de Boko Haram a su pueblo natal hace dos años. Nunca había hecho algo así y tuvo que aprender sobre la marcha, recogiendo el material día tras día y levantando poco a poco la construcción. No tenía elección. Tuvo que remangarse y buscarse la vida durante todo este tiempo mientras su marido decidió permanecer en su hogar, en la isla de Kaiga Ngouba. No le quedó más remedio que ocuparse también de las tareas tradicionalmente reservadas a los hombres.

"Si un hombre sale a la calle, Boko Haram le mata. Pero las mujeres también son víctimas, porque, sin sus maridos, se convierten en vulnerables", explica mientras amamanta a su hijo pequeño. "En ausencia de mi esposo, lo he tenido que hacer todo sola, pero esto no es bueno", dice, aunque asegura que nunca tuvo problemas en el lugar de acogida y que no fue fácil estar lejos de su marido durante dos años.

Kaltouma tiene 20 años y dos hijos, de 5 y 2 años, respectivamente. El más pequeño, Adam, nació en Tagal. Cuando el grupo terrorista islamista quemó su pueblo, estaba embarazada de siete meses. Tuvo suerte, admite, porque otras mujeres en su misma condición perdieron a sus hijos durante el recorrido hacia un lugar más seguro. Sabe que los milicianos de Boko Haram a veces secuestran niñas y mujeres, pero no sabe qué hacen con ellas.

El estallido de la crisis del Lago Chad, que desde Nigeria se contagió a los vecinos Camerún, Níger y Chad, ha obligado a más de 118.000 personas a desplazarse en el interior del país. "Los hombres de Boko Haram entraron por un lado de la isla y prendieron fuego a algunas casas. Poco después llegaron las fuerzas de seguridad y nos prohibieron salir de casa", recuerda. Lo que vio al día siguiente quedó grabado en su memoria: "Había cadáveres en la calle y gente que escapaba en todas las direcciones". Su marido se encontraba en ese momento de viaje, así que tuvo que tomar la decisión de irse por su cuenta. Cogió al niño de la mano y se puso en marcha junto a unos vecinos.

Cuando Boko Haram quemó su pueblo, estaba embarazada de siete meses. Tuvo suerte, admite, porque otras mujeres en su misma condición perdieron a sus hijos durante el recorrido hacia un lugar más seguro

A su llegada a Tagal, una vecina escuchó su niño llorar por el hambre, les invitó a pasar y compartió con ellos la escasa comida de la que disponía. Se quedaron tres meses con ella y aún hoy, teniendo ya un hogar, siguen comiendo juntos.

Su marido se reunió con la familia poco después, pero, al no encontrar empleo, decidió regresar a Kaiga Ngouba. Hace un par de días tuvo que desistir de la idea de poder ayudar a su familia desde allí y volvió a Tagal para quedarse.

Confía en que algún día podrán regresar a su pueblo natal. "Aquí vivimos de la caridad de los demás. Estamos obligados a estar de brazos cruzados y no nos gusta, pero no es fácil encontrar una solución".

Sobre la firma

Tiziana Trotta
Ha desarrollado la mayor parte de su carrera en EL PAÍS, principalmente en Planeta Futuro y en la Mesa Web. Es licenciada en Ciencias de la Información por la Universidad de Urbino (Italia), Máster en Ciencias Históricas, Filológicas y de las Religiones por la Universidad Sorbona (Francia) y Máster de periodismo de EL PAÍS.

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