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Migrados
Coordinado por Lola Hierro

Campamentos de desesperanza en el norte de Grecia

Segunda entrega del diario de viaje de un periodista de Amnistía Internacional a los campos de refugiados de Grecia

Una niña presente en una protesta para demandar mejores condiciones de vida llevada a cabo por personas refugiadas en el campo del antiguo aeropuerto de Helliniko, en Grecia, el pasado 5 de febrero.
Una niña presente en una protesta para demandar mejores condiciones de vida llevada a cabo por personas refugiadas en el campo del antiguo aeropuerto de Helliniko, en Grecia, el pasado 5 de febrero. YANNIS KOLESIDIS (EFE/EPA)
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No resulta fácil saber qué es lo que pasa de verdad en los campamentos de refugiados de Grecia cuando tienes a un militar como guardaespaldas. O cuando tienes a dos. Y eso es precisamente lo que nos ha pasado en Softex y Nea Kavala, dos de los campamentos más importantes en las proximidades de Tesalónica, al norte del país, y ciudad llave en una de las rutas europeas más transitadas. En marzo del año pasado, el cierre de la cercana frontera de Idomeni provocó una gran crisis en esta zona. Miles de personas se encontraron atrapadas en la frontera y montaron guardia junto a las vallas para intentar cruzar. Después de semanas desesperados en improvisados asentamientos junto a la frontera, fueron aceptando poco a poco que no iban a cruzar, que la frontera se había cerrado por un largo tiempo y fueron recolocados poco a poco en estos campamentos en los que nos encontrábamos.

Al llegar a la garita de entrada, fuimos recibidos con hostilidad. Una constante en todas nuestras visitas, tanto a estos campamentos gestionados por militares como a los hoteles donde nos hemos encontrado con las personas refugiadas. Pasear por el campamento de Softex estaba permitido pero nada de hacer fotos o grabar imágenes. Al final, eran tantas las ganas que tenía la gente de contarnos sus experiencias, que nos invitaban dentro de sus tiendas o caravanas para relatarnos sus periplos. Los militares, estoicos, aguantaban fuera el frío mientras terminábamos las entrevistas.

Empezaré por Softex, un antiguo almacén de papel que se quemó hace 10 años y en cuyas instalaciones se amontonaron en verano cientos de personas. Hoy permanecen allí 400 (en otros momentos hubo más de 1.000) y la mayoría ha dejado las tiendas de lona para trasladarse a contenedores metálicos que miden unos tres metros de ancho y 10 de largo, en los que se cuela el agua de lluvia por las rendijas y el suelo está constantemente húmedo. En ellos están instalando pequeñas cocinas, despensas y sanitarios, y se separa el espacio con cortinas para contar con dos habitaciones. Cada familia suele disponer de un contenedor o caravana con estas características.

Las personas solas se agrupan en función del sexo. Los campamentos han sido lugares frecuentes de enfrentamiento y tensiones de varios tipos. Hay que tener en cuenta que en general reina el caos en cuanto a la situación de cada uno, que falta mucha información, que hay mucha desconfianza, que la gente viene de viajes muy largos, que han sufrido mucho, que han dejado atrás sus vidas, sus sueños, sus hogares y que cuesta convivir con personas de otras culturas y de otras formas de ser. El elemento común a todas estas personas es que la esperanza se va minando con el paso de los días y el aburrimiento, ya que llevan un año viviendo en estas condiciones.

Por ejemplo, hay mujeres solas que tienen miedo de caminar por las noches hasta los servicios. Los contenedores tienen electricidad empalmada con cables, pero hay muchas zonas oscuras en los campamentos.

Las organizaciones no gubernamentales gestionan colegios informales en los campamentos y las autoridades ofrecen plazas en escuelas públicas griegas cercanas, pero la realidad es que es escaso el alumnado. A veces existe desconfianza, otras hay que cubrir grandes distancias y a veces son las mismas circunstancias de ser refugiado en un lugar extraño. Si nadie te anima, es complicado decidirse. Muchos niños y muchas niñas estudian inglés o intentan aprender alemán, ya que la mayoría de las familias que hemos conocido han solicitado ser admitidas en Alemania. Es un mantra que se repite con asiduidad. “¿Dónde quieres ir?” La respuesta siempre es la misma: “Alemania”. Es curioso. Alemania en kurdo y árabe suena muy parecido al español y por tanto hay pocas dudas del destino que muchas de estas personas quieren tener. Incluso, sirva como anécdota, bastantes empiezan a prepararse para su nueva vida en este país y pregonan a los cuatro vientos que son seguidores del Bayern de Munich. Sí, el fútbol rompe barreras y es un tema frecuente a las primeras de cambio en cualquier conversación. En cuanto uno dice que es español, ya sabe que la siguiente pregunta va a ser “¿Real Madrid o Barcelona? ¿Ronaldo o Messi?”

Un padre de familia decía con lágrimas que solo se arrepentía de una cosa: haber puesto a sus peques en peligro

En lo que sí coinciden la mayoría es en querer llegar a un lugar en el que sus hijos y sus hijas tengan una oportunidad. Hace poco, un padre de familia que venía huyendo de Siria nos decía con lágrimas en los ojos que solo se arrepentía de una cosa: haber puesto a sus peques en peligro, cruzando desde Esmirna (Turquía) hacia las islas griegas, en un bote ilegal. Esta familia, como tantas otras, bordeó la tragedia, pero alcanzó suelo griego después de tres horas infernales. De ahí, lograron llegar a la zona continental. Y entonces caminaron hacia el norte, hacia Idomeni, para cruzar la frontera y seguir su camino hacia algún lugar seguro. Con el paso fronterizo de Idomeni cerrado y las crecientes tensiones, los militares habilitaron el campamento de Nea Kavala, una antigua base aérea. Hoy, en lo que fue la pista de despegue y aterrizaje, aparecen a ambos lados desplegadas hileras de caravanas donde los refugiados matan el tiempo, fumando todo lo que pueden y bebiendo litros de té. Hay poco que hacer y hace frío fuera. Hay muchas personas que se han ido. Este campamento llegó a tener refugiadas a más de 2.000. Hoy quedan unas ochocientas y permanecen muchas horas al día dentro de estos improvisados hogares. Pasamos con ellas unas horas en el interior de las caravanas, con los militares otra vez fuera, como guardianes de no se sabe bien qué.

Es una sensación extraña pasear por un campamento de personas refugiadas o por alguno de los hoteles en los que se alojan. Las historias que la gente te cuenta son historias que duelen. Hablan de Alepo y de una vida bombardeada, de Irak y de una huida a la carrera de las barbaridades del autodenominado Estado Islámico. Hablan de refugiarse en las montañas sin agua, sin comida y sin saber bien hacia donde dirigirse, de las mafias de Turquía que cobran 2.500 euros por pasarte a Grecia, hablan de soledad y de miedo. Y alrededor siempre se escucha el llanto de un bebé. Un número considerable ha nacido en los campamentos y bastantes son ya personas refugiadas desde la cuna o la manta con la que sus madres les envuelven.

Esta crisis está muy viva, como ese llanto que rompe el silencio de los campamentos. Los Gobiernos europeos deben hacer más, no pueden seguir dilatando los procesos de reunificación familiar o de reubicación, no pueden seguir mirando hacia otro lado como si esta situación no fuera con ellos. Grecia sigue inmersa en una grave crisis económica. Y cuenta con un sistema administrativo lento y burocrático que dificulta mucho los trámites. Es difícil que la crisis termine si no se cumplen los compromisos adquiridos.

En el caso de Grecia, estamos hablando de más de 50.000 personas, un número perfectamente asumible por los Estados miembros de la Unión Europea. No se entiende tanta indiferencia. Me llama la atención el caso de España. Es contradictorio que uno de los países que más voluntarios aporta para paliar los efectos de esta crisis, lo que quiere decir que a la gente de a pie le preocupa esta cuestión, sea también uno de los países que menos está haciendo por acoger a las personas refugiadas. Hay vías que apenas se contemplan como alternativa como conceder visas humanitarias ante casos vulnerables o visados de estudiantes para jóvenes que tengan esa circunstancia.

Las autoridades españolas deberían darse una vuelta por estos campamentos y escuchar de primera mano algunos testimonios  

Es más fácil delegar en las autoridades griegas e ir admitiendo con cuentagotas a nuevas personas en España. Actualmente, han llegado 1.034, 601 desde Grecia… Se esperan otras 50 o 60 en las próximas semanas, pero tendrían que llegar más hasta alcanzar las 17.000 comprometidas antes de que termine septiembre de este año. El reloj avanza y está claro que a este ritmo es imposible alcanzar esta cifra. Quizá las autoridades españolas deberían darse una vuelta por estos campamentos y escuchar de primera mano algunos testimonios para hacer algo más. Hasta ahora solo el embajador en Grecia y la defensora del pueblo han pasado brevemente por aquí. Así resulta muy difícil hacerse una idea de lo que realmente ocurre y de las necesidades que tienen estas personas.

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