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MIRADOR
Columna
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Santuarios

No es realista sostener una resistencia al trumpismo sólo tomando las calles

Una mujer sostiene un cartel durante una protesta de estudiantes y activistas contra la elección del candidato Republicano Donald Trump como presidente de EE.UU.
Una mujer sostiene un cartel durante una protesta de estudiantes y activistas contra la elección del candidato Republicano Donald Trump como presidente de EE.UU.MIKE NELSON (EFE)

En la última semana ha habido un estallido de marchas y protestas en Estados Unidos. Esa primera reacción civil ha sido importante y necesaria, porque ha apuntalado un sentido de comunidad en medio de tanta confusión y un sentido de propósito colectivo en medio de tanto sinsentido, soledad y duelo. (La paradoja de los duelos, aun si son compartidos, es que sumen a las personas en el más aislado de los solipsismos).

Pero la clave es que lo que espolea esa reacción civil se transfiera exitosamente de las protestas de pancarta a la acción cotidiana sostenida; de las calles, a las instituciones y organizaciones. La gente tiene vidas complicadas, trabajos, familias, funerales, divorcios; la gente se aburre y conforma porque no le queda de otra; la gente tiene que sobrevivir y vivir con cierto sentido de normalidad, así que hasta la peor de las pesadillas se termina por normalizar. No es realista sostener una resistencia al trumpismo solo tomando las calles. Lo que sí es realista es colaborar con organizaciones para, desde ahí, crear y apuntalar lazos comunitarios. Eso no es nada difícil, nada heroico. Y sin duda puede pasar a gran escala en Estados Unidos: creo ferozmente en el poder de las instituciones y organizaciones civiles gringas, porque he visto a muchas de ellas, con creciente admiración, trabajar incansablemente en favor de las personas que la ley migratoria de su propio Gobierno llama “aliens”, y que la mitad trumpista de su país preferiría “remover”.

Una de las respuestas más alentadoras vino de las universidades. En muchas de ellas, donde estudian DREAMers (la generación protegida por la DACA, de la cual escribí la semana pasada, que ahora enfrenta una emergencia), se anunció inmediatamente: los vamos a proteger, sea como sea. La respuesta empezó como un gesto aislado en lugares como la Universidad de California o el City College de CUNY, en Nueva York, pero pronto se expandió. En las que la respuesta no fue inmediata, miembros de las facultades y del cuerpo estudiantil se organizaron para ejercer presión sobre los órganos directivos.

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Poco a poco, de la suma de respuestas aisladas ha ido cobrando fuerza el Sanctuary Campus Movement, un movimiento nacional que busca que las universidades se comprometan a actuar como santuarios para estudiantes indocumentados. El poder de las universidades es limitado, por supuesto, pero puede ir más allá de un mero apoyo moral. Las universidades pueden, por ejemplo, reservar fondos para cubrir colegiaturas, asegurar becas o no pedir papeles a los estudiantes indocumentados (como de hecho algunas ya hacen). En la tormenta de mierda del trumpismo nos toca inventar santuarios.

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