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Tribuna
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Solo falta valentía política

No hay alternativa a mantener con firmeza el ideal europeo

Donald Tusk (izquierda) y Jean-Claude Juncker, presidentes respectivos del Consejo y de la Comisión Europea, el 30 de octubre.
Donald Tusk (izquierda) y Jean-Claude Juncker, presidentes respectivos del Consejo y de la Comisión Europea, el 30 de octubre. J. THYS (AFP)

 En su discurso sobre el Estado de la Unión en Estrasburgo, el 14 de septiembre, Jean-Claude Juncker, con la vehemencia y el brío que le caracterizan cuando pronuncia un discurso importante, afirmaba con aire inocente que “Europa solo puede funcionar si trabajamos todos en pro de lo que nos une y nos acerca, dejando de lado los conflictos de competencias y las rivalidades entre instituciones. Solo entonces, Europa será más que la suma de sus partes”. No sabemos si reír o llorar, pero el estado de delicuescencia en que se encuentra hoy en día la institución europea —y en general, la idea de una Europa más fuerte y unida— llama la atención, apenas unas semanas después de este discurso que algunos consideraban “verdadero”, “sincero”.

No pasa un día sin que un asunto interno se interponga en el camino de la Comisión, que se había asignado el objetivo de recuperar su imagen ante la opinión pública, de mostrarse “más cercana a los ciudadanos europeos”, como no ha dejado de repetir. Tampoco pasa un solo día sin que un dirigente europeo, con sus palabras o por las leyes que establece en su propio país, no menoscabe los valores europeos. Los recientes casos de negación de los derechos de las mujeres en Polonia o de la libertad de prensa en Hungría son suficientemente graves para hablar de casos flagrantes de rechazo de los valores de Europa, sin que sus gobernantes pestañeen lo más mínimo.

¿Significa esto que la batalla ya está perdida de antemano y que nuestros dirigentes van a sacrificar definitivamente el ideal europeo en aras del populismo? No. Porque no hay alternativa. Negar esta evidencia sería borrar de un plumazo las lecciones de las catástrofes del siglo XX, que, sin embargo, gustan de recordar con regularidad nuestros dirigentes. Esa debería ser la prioridad: hacer que se entienda por qué tiene que protegerse el modelo de sociedad por el que lucharon nuestros padres y nuestros abuelos.

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No pasa un día sin que un asunto interno se interponga en el camino de la Comisión

Solo un giro político permitirá cambiar las prioridades de una institución encastillada en sus certezas y empeñada en mantener un equilibrio de fuerzas que hoy en día obstaculiza enormemente el progreso de la construcción del proyecto europeo. Algunos ejemplos recientes muestran que este giro es posible. Solo hace falta valentía política, de la que al parecer carecen lamentablemente por el momento Jean-Claude Juncker y sus fieles —incluidos los jefes de Gobierno—. Aunque la invectiva de los valones no haya sido muy apreciada por la Comisión Europea —que la consideró “un intento de descrédito”—, por lo menos sirvió para que los europeos entendieran lo que era el CETA, lo que conlleva, sus límites, etcétera. La mayoría de los ciudadanos europeos lo ignoraban, lo que constituye otra prueba de que la Comisión carece especialmente de pedagogía. Recordemos, y esto tiene miga, que el objetivo del proceso que ha establecido la Comisión —que da de facto la facultad de ejercer su veto a una región como Valonia— era democratizar el sistema de aprobación de los acuerdos de política comercial a escala europea. De acuerdo. Lo que la Comisión debe aprender de este episodio es principalmente que la democratización en el futuro debería consistir sobre todo en hacer público lo que se negocia. La invectiva de Paul Magnette, el ministro-presidente valón, aunque sin duda respondía a intereses políticos internos belgas, ha servido por lo menos para constatarlo.

Otro ejemplo de voluntad política para mover las líneas, en función de un ideal que se mantiene con fuerza, nos llega de Estados Unidos. Ahora que la campaña presidencial se vuelve sucia, por decirlo sin tapujos, se nos olvida a menudo destacar el papel positivo que ha desempeñado Bernie Sanders. Sin juzgar la ideología subyacente del anciano senador por Vermont, hay que reconocer que ha influido enormemente en el programa de Hillary Clinton, que, hasta entonces, carecía de profundidad. Las medidas extremistas que defendía Sanders en cuanto al salario por horas, los gastos escolares y los temas que afectan a la vida cotidiana de la gente han permitido cambiar significativamente el programa de la candidata demócrata y ver unos debates políticos de muy alto nivel. Y, de paso, también ha permitido que toda una franja de la población —los jóvenes— se interese de nuevo por la política. Valentía, señor Juncker y compañía… Europa solo se salvará con esta cualidad.

François Mathieu es redactor jefe adjunto de 'Le Soir'.

Traducción de News Clips.

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