Pedro y la cobra
Después de tal escena de terror político, ver brillar el rescoldo de un amor real 15 años después del fuego, me reconcilió con la especie
Pasé el puente de San Halloween en casita como Rajoy en la suya: con magnos proyectos en mente y sin prisa ninguna en el cuerpo. Iba a cambiar los armarios. Iba a encontrarme conmigo misma. Iba a exfoliarme cutis y espíritu. Iba a volver nueva al curro. Ilusa.
La realidad empezó a torcerme los planes desde el sábado. A ver quién es la guapa que se pone a ordenar cajones teniendo a un tío como un castillo llorando a lágrima viva en la tele al entregar su escaño al mismo partido que le acaba de ejecutar en vida. Descompuestita me quedé, confieso, ni que una fuera una esfinge. Como la investidura de Mariano estaba cantada y no tenía morbo ninguno, la tarde aún me cundió algo y quité por fin los biquinis de en medio. Pero es que el domingo, después de pasar el día de pingo —a ver quién es la sosa que se queda en casa con 25 grados ahí fuera—, puse la tele y me encontré al mismo Adán llorándole a un periodista, ambos de vaqueros en plan Brokeback Mountain, las mismas presiones que no tuvo gónadas a denunciar ni un minuto antes teniendo tantos púlpitos a su alcance. Ahí es cuando empecé a distanciarme un pelo de tanto drama. Llamadme vendida, sumisa, lameculos, incluso, como ya ha hecho algún amable tuitero, pero tanta lágrima me intriga: o son de cocodrilo, o de Judas, o de nenaza, dicho sea con todo el respeto al colectivo LGTB por delante.
Total, que me planté en la Noche de Difuntos sin dar palo al agua. Y ahí fue cuando me quedé muerta del todo. Después de tal escena de terror político, ver brillar el rescoldo de un amor real 15 años después del fuego, me reconcilió con la especie. Y aún hay quien se extraña de la que se lio con la cobra de Bisbal a Chenoa. Tenéis gazpacho en la aorta. Pero, mientras que, por unos y por otros, Mariano presenta hoy a sus ministros, lo de Pedro y los lobos —o viceversa— tiene delito. Uy, ¿he dicho Pedro? ¿Qué Pedro?
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