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Seres Urbanos
Coordinado por Fernando Casado

Cuando los nombres comunes de las calles tenían significado

En la Gran Vía de Madrid, el nombre común acabó convertido en nombre propio. Foto de Urban Networks.

(*) Por José Antonio Blasco, Carlos Martínez-Arrarás y Carlos Lahoz

Hubo un tiempo en el que las palabras que identificaban a los espacios urbanos tenían un significado que aportaba informaciones diversas a los ciudadanos. Nos referimos a los nombres comunes, a la denominación urbana básica y no a los nombres propios, que se asignan como recuerdo y homenaje de personajes ilustres, hechos históricos, o elementos geográficos, entre otras muchas posibilidades dedicatorias.

Para profundizar en ello, nos centraremos en una categoría espacial determinada: las calles. Estas han sido identificadas históricamente con un vocabulario extenso, dentro del cual, el término calle era uno más de los muchos disponibles que, además, no actuaban como sinónimos porque incorporaban matices y datos complementarios que los diferenciaban.

Desde luego, “calle” es la denominación por excelencia, el apelativo genérico que se sobrepone a todos los demás. Pero su generalidad le impide ofrecer un sentido más allá de la expresión esencial del espacio, es decir, un lugar caracterizado principalmente por su fundamento dinámico, formalizado a partir de una directriz longitudinal muy dominante, que encauza y dirige el movimiento de tráficos diversos dentro de la ciudad.

La ampliación paulatina de las ciudades fue incorporando tramos de sendas que hasta entonces estructuraban el territorio. Estos nuevos ejes se sometían a la imprescindible transformación física (pavimentándose, por ejemplo), pero algunos conservaban su denominación para proporcionar informaciones adicionales. Es el caso de la palabra “camino” (Camino viejo de Leganés, Camino de Perales) [los ejemplos aportados pertenecen a la ciudad de Madrid, salvo los indicados expresamente] que, asociada a un determinado lugar, indicaba el destino final si se continuaba su recorrido. Otra de las palabras que, inicialmente, indicaba direccionalidad es “avenida”, aunque, en muchos casos, esa justificación orientativa acabaría desapareciendo y el término quedó simplemente para identificar una calle más ancha que las demás (Avenida de Andalucía, Avenida de la Paz). No obstante, en un principio sí solían ser amplias calles que apuntaban hacia el exterior de la ciudad, por lo que recibían el sobrenombre del lugar al que se dirigían (es curioso observar que, en algunas ciudades de trama rectangular, las que calles y avenidas expresan las orientaciones perpendiculares, como ocurre en Nueva York). Ese mismo carácter de itinerario quedaba expresado por la palabra “carrera” (Carrera de San Jerónimo, Carrera de San Francisco), aunque con un objetivo situado a menor distancia que, por lo general, estaba vinculado a un edificio de la propia ciudad (convento, iglesia, etc.). Un caso similar puede apreciarse en las “correderas” (Correderas Alta y Baja de San Pablo), que solían referirse a un tráfico ocasional especializado (por ejemplo, de romeros hacia una ermita, como es el caso madrileño citado), aunque hay ejemplos relacionados con otros eventos puntuales, como competiciones de velocidad ecuestre.

Otras denominaciones avisaban sobre el esfuerzo físico que requería recorrerlas, debido a la pendiente que presentan. En estos casos, el nombre común utilizado era “cuesta” (Cuesta de San Vicente, Cuesta de Moyano) o “costanilla” (Costanilla de los Ángeles, Costanilla de San Pedro), que sería un diminutivo de la anterior indicando un trazado más corto.

Otros nombres comunes estaban más relacionados con accidentes geográficos. Por ejemplo, “rambla” (como las Ramblas de Barcelona o la alicantina Rambla de Méndez Núñez), que hace referencia a los cauces, tan habituales en las costas mediterráneas, normalmente secos, pero que pueden acoger un extraordinario caudal de agua en periodos de lluvias intensas (con el riesgo que eso supone). Su incorporación al espacio urbano exigía su cubrición con costosas obras de canalización. Algunas sendas exteriores, al ser incorporadas a la ciudad, conservaban su anterior nombre por su funcionalidad, por ejemplo, pecuaria, como sucede con “vereda” (Vereda de Ganapanes, Vereda del Carmen), un sendero formado por el paso de los animales.

Una de las innovaciones toponímicas surgió con el término “bulevar” (Bulevar de la Naturaleza, Bulevar de José Prat). Inicialmente esta denominación designaba a los espacios que surgieron a partir del derribo de las murallas y que contaban con una anchura mucho mayor que las calles tradicionales, además de incluir alineaciones de árboles que solían jalonar un paseo central o las aceras laterales. Su vinculación al trazado de las murallas desapareció en el París de Haussmann y la palabra bulevar quedó como una denominación prestigiosa para nuevos ejes ciudadanos (conservando su ajardinamiento). En la misma línea aparece la palabra “ronda” (Ronda de Atocha, Ronda de Valencia) que informa sobre su carácter orbital que, también a veces, está relacionado con antiguas murallas y otras simplemente con trazados anulares. Dado que ronda no informa sobre una formalización específica, en ocasiones aparece como paseo de ronda, recordando la idea original de bulevar. No obstante, la palabra “paseo” también es autónoma (Paseo de la Castellana, Paseo Delicias). Con esta indicación se pretendía caracterizar a una serie de calles que conjugaban su carácter dinámico con una opción estancial concretada en la existencia de amplias superficies peatonales (generalmente centrales y ajardinadas) en las que pasear o sentarse.

Al contrario, una denominación que suele conceder pocas concesiones al peatón, en favor del tráfico rodado es la palabra “vía” (Vía de los Poblados, Vía Lusitana). Para los antiguos romanos, las vías eran los recorridos que estructuraban el territorio, y, conforme iban siendo integradas en la ciudad, mantuvieron el nombre y la intensa circulación de vehículos que las caracterizaba. Así, vía, quedó asociada al movimiento rodado con una cierta abstracción funcional. Una derivada de ella es “Gran Vía” (Gran Vía, Gran Vía de Hortaleza), un término aplicado a grandes calles singulares, trazadas, en muchos casos, sobre los abigarrados cascos históricos. Encontramos ejemplos en Madrid, en Granada, en Zaragoza, en Barcelona, en Valencia y otras muchas ciudades que se dotaron, entre finales del siglo XIX y principios del XX de este tipo de ejes urbanos, que albergaban innovadoras tipologías arquitectónicas comerciales y terciarias, siendo, además, capaces de representar y simbolizar a la burguesía triunfante que las promovía.

También encontramos otros nombres que indican jerarquías menores, como “travesía” (Travesía del Arenal, Travesía de Belén) o “pasaje” (Pasaje Matheu, Pasaje de la Fundación), asignados cuando se muestran subordinadas a otras calles principales con las que suelen conectarse transversalmente, o también “callejón” (Callejón del Gato, Callejón de los Civiles), como uno de los niveles inferiores en el escalafón urbano.

La riqueza en matices del callejero antiguo se ha perdido en los trazados modernos, que suelen obviar las preexistencias para proponer calles muy estandarizadas e identificadas con un vocabulario simplificado que reparte nombres comunes según criterios muy elementales (como denominar avenida a una calle más ancha que el resto). Por eso, esta breve relación, no exhaustiva, de nombres comunes de calles, tiene algo de ejercicio de nostalgia urbanística sobre aquella idiosincrasia significativa original, aunque también puede ayudar a la interpretación de los cascos históricos. En ellos, el idioma español dispuso de una gran colección de términos diferentes que buscaban aumentar la información que recibían los ciudadanos, y que siguen presentes esperando comunicar con nosotros.

(*) José Antonio Blasco, Carlos Martínez-Arrarás y Carlos Lahoz son arquitectos y urbanistas. Su faceta profesional, dedicada a la transformación creativa de las ciudades y los territorios, se ve complementada con su dedicación a la docencia universitaria. Desde su blog urban networks realizan una labor divulgativa sobre el mundo de las ciudades y la reflexión urbanística.

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