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CLAVES
Columna
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Seducción o frentismo

Podemos se ve obligado a contorsionarse sin poder cambiar el tablero

Jorge Galindo
Rueda de prensa de Pablo Iglesias, de Podemos. Observado por Iñigo Errejón.
Rueda de prensa de Pablo Iglesias, de Podemos. Observado por Iñigo Errejón.Uly Martin (EL PAÍS)

He ahí el núcleo del debate estratégico que afronta Podemos. Se trata de un viejo dilema. En su Congreso de 1903, el Partido Comunista ruso se dividió en bolcheviques y mencheviques. Mientras los primeros, comandados por Lenin, pretendían llevar a Rusia a la revolución gracias a una vanguardia compacta y bien organizada, los segundos querían un movimiento más inclusivo y con fronteras menos nítidas. Antes, en 1875, el SPD alemán publicó su Programa de Gotha, que levantó las iras del mismísimo Marx por su heterodoxia.

En ambos casos, los ortodoxos ganaron la partida. Pero ejemplos más recientes dan razones a los seductores. Todo triunfo de la izquierda latinoamericana en las últimas décadas parte de un proceso amplio que se contrapone a la versión radical que encarnaban las guerrillas de los años cincuenta y sesenta. Más cerca queda el propio PSOE y su famoso congreso de Suresnes, en el cual Felipe González y los sevillanos sacaron al partido de su tradicionalismo al triunfo de 1982.

La posición errejonista es revolucionaria, pero su estrategia se basa en la inclusión: si se abre a la socialdemocracia es porque considera que sin ella no podrá ganarse a la mayoría, que se encuentra en el centro-izquierda. La de Iglesias también lo es, pero retrata al PSOE como rival ambiguo mientras configura una nueva y disciplinada coalición ideológica.

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Hoy y aquí, la realidad es distinta de la de la Europa del XIX, la Latinoamérica de los noventa, o la España del final de la dictadura. Vivimos en una democracia fragmentada en varios ejes, incluido el nacional, que dibujan posturas nítidas. Por eso Podemos se ve obligado a contorsionarse sin poder cambiar el tablero. Así, se construye como una agrupación de sensibilidades que se sostiene porque funciona en las urnas, ofreciendo cuotas de poder para cambiar ciertos aspectos del sistema. Por el momento, seductores y frentistas solo pueden administrar esas parcelas. Así, la clásica lucha por la revolución se reduce a una pregunta simple, casi aburrida: ¿qué nos resta menos votos? Esta es la magia de la democracia multipartidista. Al menos de momento. @jorgegalindo

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Sobre la firma

Jorge Galindo
Es analista colaborador en EL PAÍS, doctor en sociología por la Universidad de Ginebra con un doble master en Políticas Públicas por la Central European University y la Erasmus University de Rotterdam. Es coautor de los libros ‘El muro invisible’ (2017) y ‘La urna rota’ (2014), y forma parte de EsadeEcPol (Esade Center for Economic Policy).

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